Jodorowsky
Que esté cumpliendo 90 años resulta oportuno recordatorio para volver a Alejandro Jodorowsky. O para encaminarnos hacia él. Chileno, ucranio, francés, es lo de menos. Poeta, cineasta, psicomago, igual. Teatro Pánico, El topo, cinco hijos, tres compañeras, el incandescente vaivén de su mundo personal.
Una amplia conversación con el periódico El Mundo nos actualiza a este rebelde que goza de cabal salud. Más próximo a la revelación del sabio que al artificio del charlatán. Lo peor de sus noventa años: la muerte de su segundo hijo, por sobredosis durante una fiesta, a sus 24 años.
Saber sentir asco de sí mismo. Mantener el humor en medio del derrumbe. Y como los muertos no sufren y nada les importa, le tiene sin cuidado lo que tras su muerte, cuando ocurra, llegue a decirse. El ego, ay, esa individualidad infantil. La alegría de sentirse parte de un todo. Su patria son sus zapatos.
El petróleo es el demonio contemporáneo. Los gobernantes locales son agentes del orden multinacional. Hacen lo que les toca para que todos salten como marionetas de la economía global, esa productora discrecional de millonarios y enemiga de la imaginación.
No hay secreto para estar viejo y contento, sólo basta con mantener en forma, de arriba abajo, la mente, el corazón, el sexo y los pies. Ardor furibundo, andrógino el pensamiento, hurgar en la memoria de los ancestros. Todo va a desaparecer. Incluso esa jaula mental formada por la familia y la cultura.
Jodorowsky no medita, practica la contemplación. Hay que aceptar el silencio que está debajo de las palabras, sugiere. ¡Felices 90!