Planeación
La gran pregunta que habría que formular a la nueva administración federal es si se pondrá fin a la simulación y si el nuevo Plan Nacional merece el beneficio de la duda. El país no aguanta más
En México no tenemos mucho aprecio por la planeación y el país se va haciendo sobre la marcha, a jalones, sorteando crisis y con parches aquí y remiendos por allá. Se parece a la forma en que crecen las viviendas en el rancho: sobre un solar grande se van haciendo casas a medida que los hijos se van casando, sin planos ni deslinde de terrenos ni nada.
Viene esto a cuento ahora que la nueva administración federal realiza la consulta para la integración del Plan Nacional de Desarrollo de los próximos seis años. Como solemos olvidar muy rápido, vale la pena recordar que el gobierno federal saliente no sólo salió reprobado en resultados; también salió reprobado en planeación. Justo ahora que cumple sus 15 años, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) ha dado a conocer el examen del último sexenio. Sus conclusiones son una alerta para el nuevo gobierno.
Su primera conclusión: la planeación nacional tuvo un punto de partida equivocado, pues en lugar de partir de un enfoque de derechos, donde los sujetos con derechos pueden demandar su cumplimiento, se planteó sólo la idea de que existe gente con necesidades a la que hay que asistir. Segunda conclusión: la operación de las dependencias no estuvo regida por la planeación, sino por la presupuestación anual. Así que para lo que alcanzó, alcanzó, y que el Plan de Desarrollo nos perdone…
Tercera. Los esquemas rígidos de la planeación no permiten reflejar el contexto nacional dinámico. Cuarta conclusión. Ni el Plan nacional ni los programas sectoriales, ni los ejes transversales, son directrices a las que se les otorgó importancia, de manera que entre el presupuesto y la planeación no hubo correspondencia alguna. Y la última, la más rotunda conclusión: la elaboración del plan fue un mero trámite burocrático. La planeación, pues, fue una gran simulación.
Así, la gran pregunta que habría que formular a la nueva administración federal es si se pondrá fin a la simulación y si el nuevo Plan Nacional merece el beneficio de la duda. El país no aguanta más. No aguanta más y no basta la solemne declaratoria de abolición del neoliberalismo. Si en las nuevas circunstancias el Estado vuelve a fracasar, el país avanzará hacia un círculo más del infierno. Y nadie en su sano juicio quiere eso.