
Punto de quiebre, la elección fraudulenta de 1988 derivó en virajes importantes para la vida política del país. Aceleró el impulso privatizador, profundizó las políticas neoliberales que llevaron al “adelgazamiento del Estado” en beneficio del Mercado y debilitó los derechos sociales. En lo político, por un lado, comenzó a quedar claro que los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional (PRI-AN) compartían el mismo proyecto económico de país, compartían la misma alma: distintos en la forma, eran como un alma en dos cuerpos. Durante muchos años, el PAN labró un perfil de única oposición formal con posibilidades de vencer electoralmente al PRI, incluso hizo suyas diversas causas populares. Con la instalación de Carlos Salinas en la presidencia, comenzó la era de las concertacesiones y la conquista panista de nuevos territorios locales, hasta alcanzar la presidencia de la República en 2000… sólo para dejar intactos techos y muros del viejo régimen.
Otro hecho significativo fue la constitución, en mayo de 1989, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que congregó a la mayoría de grupos y corrientes identificadas genéricamente como izquierda, y que incluyó desde antiguos guerrilleros hasta las figuras más notables del desgarramiento priísta. Pronto, el PRD mostró su talante en la disputa electoral y registró avances territoriales estratégicos, empezando por la capital de la República. Como no podía ser de otra manera, por su conformación en “tribus” cada disputa interna le fue produciendo un nuevo deterioro. La formación del Movimiento de Regeneración Nacional, hace apenas una década, produjo su paulatino vaciamiento y el PRD quedó reducido a la tribu encabezada Jesús Zambrano y Jesús Ortega, proclives siempre a los entendimientos subterráneos.
Un punto de inflexión fue 2012, cuando el PRD se unió al PRIAN y, en turbio sigilo, negoció el Pacto por México que, años después, ya con Andrés Manuel López Obrador lejos de su antiguo partido e instalado en la presidencia, cambió su nombre a Va Por México. Con todo y su debilidad, el simbolismo de las siglas perredistas dotó a esa alma en dos cuerpos, que es el PRIAN, de un barniz de pluralidad y le dio un toquecillo social que le permitía ofertarse como alternativa ante un morenismo claramente robusto.
Sus cada vez más escasas fuerzas han llevado hoy al PRD al basurero. Al PRIAN ya no le sirve, desde el principio no le sirvió para ganar nada y ahora no le sirve ni como imagen. De plano en las negociaciones para 2023 y 2024 fue olímpicamente ignorado. Está desnudo y en los huesos. Vuelto un mendigo, está dispuesto a aceptar humillaciones con tal de que su logotipo aparezca junto al de sus turbios aliados. Ese partido, que llegó a ser la segunda fuerza política nacional y gobernó importante porción de la república, va a la extinción, ha perdido el registro en la mitad de los estados y frente a la elección presidencial de 2024, su peso es insignificante. Que descanse en paz.