Jicotes

LÓPEZ OBRADOR. EL DISPARATE

El hecho sucedió en la Facultad de Derecho de la UNAM en un examen profesional, el sinodal le preguntó al sustentante: «¿Qué es la justicia?». El alumno guardó silencio un largo rato y luego volvió los ojos al techo. El maestro le dijo: «Bien compañero, va bien». El alumno confundido se quedó viendo al maestro, pues no había dicho nada. No obtuvo mayor respuesta, respiró profundo como meditando y volvió a mirar al techo. El Maestro lo interrumpió: «Muy bien, va otra vez va muy bien». El alumno indignado dijo: «Maestro no se burle, no he pronunciado una sola palabra». El Maestro le respondió: «Por supuesto, pero yo le pregunté qué era la justicia y Usted volvió los ojos buscándola en el cielo y, efectivamente, es en el cielo en el único lugar donde se puede encontrar la justicia«.

López Obrador ha afirmado que ante la ley y la justicia se inclina por la justicia, El dilema es viejísimo, Sócrates en el año 399 A.C. es acusado de corromper a los jóvenes, el jurado lo condena a muerte. La sentencia es abrumadoramente injusta, sus discípulos corrompen a los guardias e invitan a Sócrates a huir. Sócrates se niega, dice: «No voy a huir como un esclavo. La sentencia es injusta pero fue adoptada con leyes aprobadas y por un tribunal legalmente constituido. Con tal de salvar a la polis, más vale padecer la injusticia que cometerla».

Platón, conmovido por la muerte y ejemplo de su maestro, hace la gran apología de la prioridad y supremacía de la ley, escribe: «Y si yo hoy he llamado servidores de las leyes a los que hoy llamamos gobernantes no ha sido ello por un afán de crear nombres nuevos: es porque, según mi opinión, de esto depende más que de todo lo demás, de salvación de la ciudad o su perdición. Pues si en una ciudad la ley está sujeta y carece de fuerzas, veo muy cercana su ruina, pero allí donde la ley reina sobre los gobernantes y donde los gobernantes se hacen a sí mismos esclavos de la ley, veo nacer allí la salvación y, con ella, todos los bienes que los dioses otorgan a las ciudades».

La justicia tiene como su principal forjadora al Derecho. Cuando no van por la misma vía la ley y la justicia, el deber del gobernante en una democracia es cambiarla utilizando precisamente la ley las instituciones, pero nunca convocar a su violación. La crítica prácticamente unánime de la opinión pública a este disparate, que abre las puertas al autoritarismo, no ha calado en López Obrador, en su diccionario personal no están las palabras: autocrítica y rectificación.

UN PRESIDENTE TRES EN UNO

Un amigo de Morena me increpa airado, dice que miento, pues el Memorándum de López Obrador no fue reprobado unánimemente, pues hubo un “montón” de defensores del texto. Vale aclarar que lo que escribí fue: “El disparate tuvo una crítica “prácticamente” unánime de la opinión pública”. No encontré el supuesto “montón” de apoyadores al disparate. Leí solamente una defensa, la de Pablo Gómez en Proceso. El exlíder universitario demuestra que a pesar de haber sido legislador en todas las Cámaras, tiene un blindaje excepcional contra el conocimiento jurídico. Su argumentación a favor del memorándum es tan incoherente que parece la defensa de un alemán a la fiesta de los toros sin nunca haber asistido a una corrida.

Muy en la línea del presidente Pablo Gómez afirma como piedra de toque de su razonamiento que los conservadores políticos y juristas que critican el texto son unos “acartonados”. No explica el contenido de su adjetivo, pero parece deducirse que no está de acuerdo con la precisión, puntualidad y formalidad de la ley, que es precisamente lo que le da certidumbre a la sociedad. En una comparación en la que Pablo Gómez francamente hace un absoluto ridículo, se opone al “acartonado” Aristóteles que afirmaba; “La ley es la razón sin pasión” y al también rígido Santo Tomás, quien definía a la ley como: “la ordenación de la recta razón para el bien común”.

El senador de Morena Ricardo Monreal también escribe sobre el tema, más que una defensa es un claro deslinde de la postura de López Obrador. Es un golpe sobre la mesa y le recuerda al presidente para qué sirven los legisladores. Escribió: “En la nueva realidad que vive el país, si una ley expedida es injusta, el Congreso deberá corregirla y convertirla en justa”. Monreal es un político interesante, es de los pocos que con gran decoro, rectifica las desbarajustadas instrucciones de López Obrador.

En el memorándum el presidente asume sus funciones de Ejecutivo, da instrucciones sobre su orientación en el tema; se erige también en Legislativo, convoca a desobedecer un mandato constitucional; por si faltara algo, se cree el Poder Judicial, define qué es lo justo. López Obrador no se entromete con los otros poderes, es demasiado débil el verbo, simplemente sustituye a los otros poderes. Es un presidente tres en uno, Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Esto en la teoría política se llama: totalitarismo y quien así se asume, dictador.

“LAS MAÑANERAS” Y LA IMPORTANCIA DE LA PALABRA

A mi amigo César Jiménez Arreola, mi más sentido pésame por la muerte de su padre, Raúl Jiménez Martínez, un hombre esforzado, íntegro y siempre gozoso de la vida.

Me pregunta una estimada amiga si estoy de acuerdo con las conferencias “mañaneras” del presidente López Obrador, Respondo. Sí me parecen bien, muy bien, pero para que auténticamente sirvan e incluso sean una gran aportación al debate y a la democracia, se necesitan muchos, pero muchos cambios, entre otros el cuidado del lenguaje que el presidente maneja con desenfado y hasta irresponsabilidad. A este respecto mucho tenemos que aprender de Colombia.

El país sudamericano tiene fama de ser la nación en la que se habla el mejor español del mundo. No lo sé, lo que es indudable y no tiene discusión es que no hay otro pueblo que sea tan obsesionado por la pureza lingüística como el colombiano. Su admiración a la gramática y al significado de las palabras la extendieron al poder público, a tal punto que cinco gramáticos colombianos fueron elegidos presidentes de la República. Mario Jurisch Durán nos ilustra al respecto.

En mucho les ayudaba a los políticos los requisitos para aspirar a la presidencia, entre otros, ser mayor de 30 años, ser profesores de alguna ciencia, hablar y escribir con castiza elegancia, dominar como un erudito las literaturas grecorromanas y del Siglo de Oro y tener suficientes conocimientos gramaticales para poder escribir un Tratado de Principios.

Con estos requisitos no podemos dudar de la anécdota que se platica de uno de los presidentes gramáticos, Miguel Antonio Caro, que fue descubierto por su esposa en un contacto con una dama, de los llamados del tercer tipo, en una habitación en el mismo Palacio de Nariño.

“Estoy sorprendida”.- le dijo en tono algo más que airado, su esposa, Doña Anita de Narváez.

“No mujer –le corrigió el mandatario mientras trataba de recuperar la compostura- Tú lo que estás es estupefacta, el sorprendido soy yo”.

No sabemos si esta corrección lingüística logró momentáneamente intimidar y distraer a su esposa o, al contrario, sobre la infidelidad agregó la agravante molesta de una corrección gramatical. En fin, lo importante es que nuestros políticos, sobre todo el presidente, nos den ejemplo de la precisión, puntualidad y matiz que encierran las palabras.

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