Punto y Seguido

El sermón de la mañana

Mientras más claro va quedando el estilo personal de gobernar de López Obrador, más confuso el panorama presente y futuro de México. Sus seguidores, seducidos por el mago, son incapaces de ver al tecnócrata poco sofisticado que es AMLO. Si se le observa con detenimiento, las suyas son fórmulas simplonas que resuelven, es mago, cualquier problema, desde la vida material hasta la vida espiritual de los mexicanos. Cada vez le cuesta más trabajo proyectar la imagen de un hombre con buenas intenciones y, en todo caso, como a él mismo le gusta citar lo popular, hechos son amores y no buenas razones.

He armado un rompecabezas con párrafos del sociólogo Fernando Escalante Gonzalbo:

– No es fácil conseguir que la prensa toda esté pendiente de un lento, repetido sermón cotidiano, en que el presidente no responde a nada de lo que se le pregunta.

– Al presidente le gusta representarse con rasgos heroicos. El nuevo emblema del Ejecutivo es elocuente: están allí los héroes de las pasadas transformaciones (dos derrotados, uno asesinado, otro que se reeligió hasta morir en la presidencia, y un priista), a la espera del que sigue. Y el único contenido real de su programa de gobierno es que gobierne él; por eso se acabará la corrupción, por eso habrá seguridad, crecimiento, justicia –porque está él en la Presidencia. No tiene mayor interés saber si verdaderamente lo piensa, lo que importa es que los demás lo piensen.

– El Ejército es una corporación cerrada, que como todas tiene una visión distorsionada de la realidad, y tiende a sobrevalorar su propia importancia, desconfía del mundo exterior y sobre todo desprecia profundamente a “los civiles”, empezando por los políticos: todos. Y en el nuevo orden está mucho más presente, y es más autónomo: más gobierno.

– Porque desde luego los militares son honestos, salvo los que no lo son. Los militares son disciplinados, mientras son disciplinados, y obedecen mientras obedecen. Los militares respetan a las autoridades civiles, mientras respetan a las autoridades civiles. Y no más. Es verdad: los militares mexicanos no van a dar un golpe de Estado, hasta que den un golpe de Estado (si llega a hacerles falta, que a lo mejor ni eso).

– Nunca está lejos la violencia cuando se normaliza el insulto de los poderosos para subrayar las diferencias. Porque es una ratificación belicosa de la jerarquía, pero trufada de democracia. Pienso en el triste grito de la restauración de Fernando VII: ¡Vivan las cadenas!

– Con ese ánimo contestatario, rebelde, beligerante, liberal y popular, los poderosos afirman su derecho a insultar a los desfavorecidos, a las minorías, los gobernantes afirman su derecho a insultar a los gobernados (a los disidentes, por supuesto) y llamarlos escuálidos, mentirosos o lo que sea.

– No hay un análisis que explique por qué el Ejecutivo federal debe concentrar la nómina de educación, el sistema de salud, el gasto en infraestructura, el gasto social, la seguridad. Y me temo que eso significa que nadie sabe muy bien qué consecuencias va a tener. No se puede vaciar de esa manera el sistema federal, y suponer que lo demás va a seguir igual.

– La única novedad es combinar el aumento en el número de efectivos militares con tres millones de becas, una iniciativa derivada de la suposición de que los delincuentes son pobres, que se dedican al delito porque son pobres: una hipótesis emparentada con la idea de las clases peligrosas, y que no tiene mucho fundamento.

– Extrañamente, lo que se propone ahora es debilitar todavía más, de manera permanente, a las autoridades locales. Para empezar, se institucionaliza la presencia de las fuerzas federales. Pero también se pretende que todos los recursos de los programas federales sean manejados por una sola persona, uno de los 300 subdelegados, que inevitablemente representará a uno de los grupos políticos de la región -y quedarán inconformes los demás. A menos de que lo expliquen, no parece una buena receta para reducir la violencia.

– Un problema muy serio es que falta oposición, falta una discusión ideológica seria en el espacio público, lo que va a permitir que el gobierno siga sin adoptar un programa consistente, sin siquiera la idea clara de una política económica, fiscal, y que vaya improvisando, más o menos erráticamente.

– Finalmente, y no es poca cosa, la operación (huachicol) sirvió para responder de nuevo la pregunta que obsesiona al Presidente: ¿quién manda aquí? Todos los que hablaron en esos días se esforzaron por dejarlo claro: el señor Presidente ordenó cerrar los ductos, el señor Presidente ordenó comprar pipas, el señor Presidente ordenó abrir los ductos. Y lo puede hacer de nuevo, siempre que sea necesario: ¿alguien tiene dudas?

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba