Descubrí lo que no sospechaba

Por ser sábado, quise quedarme dormida un rato más. Pero mi mamá me levantó para desayunar y, después, irnos a la Casa del Pueblo. Unas señoras hablarían de desaparecidos. Entendí que hablarían de los que le jalan a una los pies; pero no: ésos son aparecidos. La reunión era para hablar de otros. Todavía amodorrada, me arreglé, mi mamá me dio una libreta para tomar notas y nos fuimos.
Ya había varias personas reunidas; en su mayoría, mujeres viejas. Pero también había jóvenes y algunos ancianos. En una sala techada por la que circulaba un vientecito tibio, nos sentaron en semicírculo, frente a una pared, donde estaban pegadas varias fotos y algunos carteles. Nos ofrecieron café y tamales.
Irma (de Chihuahua), Guille (de Tamaulipas), Zoilá (de SLP) y Filogonio (de Oaxaca). Vestían ropa ordinaria, y me llamó la atención que se veía desgastada y mugrosa Los cuatro mostraban cara y brazos curtidos por el sol o por andar buscando en basureros del país, pero se veían convencidos de lo que hacían. No nos dieron tiempo de acabarnos el café. Colocaron al frente una enorme muñeca indígena en una silla alta, y dijeron que ella iba a presidir la reunión. Con soltura comenzaron a hablar de lo que les interesaba.
Nos dijeron que grupos de personas, de los que ellos forman parte, recorren el país en busca de sus familiares desaparecidos. Ya los conocen como madres buscadoras, aunque entre ellos hay cientos de papás y jóvenes solteros. Se mueven cada día con la esperanza de encontrar a los suyos, aunque muchos terminan desolados su jornada. A ese dolor tan personal e íntimo se suman incomprensión, obstáculos y hasta desprecios de parte de funcionarios de oficinas y dependencias. Lo que los renueva cada día es el amor por sus desaparecidos, la esperanza inagotable de encontrarlos y el apoyo de organizaciones sociales y vecinos de las tierras que recorren.
Filogonio anotó que en México hay más de cien mil personas que no se encuentran desde 1964. Detrás de cada desaparecido hay una madre, hermanos, amigos o vecinos. Aunque siguen esperando encontrar a los suyos, viven la angustia profunda, porque no saben si los volverán a abrazar. Viven el desasosiego diario.
Habló Zoila para decir que las madres buscadoras procuran el apoyo social; saben que no lo pueden hacer en soledad o por separado; dijo que el mundo se construye si se sabe vivir en común y que la paz tan deseada sólo es consecuencia de la justicia y la dignidad.
Añadió Irma que, por eso, las madres buscadoras no trabajan sólo por los suyos, sino también por gente que está extraviada, pero que ellos ni conocen, y por detener el tráfico de armas y la agresión contra los desvalidos.
Guille también habló de la importancia de que las madres buscadoras tengan respaldo de psicólogos, de expertos en derecho y de profesionistas de la salud. Sólo con ayuda de ellos pueden seguir su búsqueda.
Yo estaba tan conmovida por las anécdotas que contaban estas cuatro personas y al ver la fuerza que tenían para seguir adelante, que tuve que arrimar mi silla a la de mi mamá y pedirle que me abrazara. Si no lo hubiera hecho, me habría soltado a llorar allí mismo.
Me di cuenta de que, cuando desaparece una persona, hay muchas otras que sufren desgarramientos. Aunque siguen en sus casas y aparentan estar como un día más, sufren desprecios, amenazas, agresiones. Algunas de estas personas también desaparecen o son asesinadas.
Me pregunto si lo que nos contaron es la señal de la muerte o peor que eso, señal de la desaparición. ¿Será posible que vivamos todos juntos, en apoyo común?