El Charal

Nació en el barrio y siempre ha vivido allí. Sólo una vez salió; fue esa ocasión en que su mamá regresó muy alterada. Supo que su exmarido (no se habían casado, pero ella le decía así, por las críticas) estaba detenido en San Luis; por eso le pidió al Charal que fuera a sacar a su papá de la cárcel. El muchacho salió inmediatamente, pero para pedirles prestado a amigos y parientes, pues no tenía ni para el camión de ida; menos para pagar la multa y traer al papá de regreso.
El Charal no tiene trabajo…, o eso dice su mamá, pero ni cuenta se da de que su hijo apenas si sobrevive; quisiera que el muchacho le diera dinero, cada semana o quincena, para mantener la casa y ella pudiera, al fin, dejar de trabajar. “Ya me toca”, decía, “pues estoy muy cansada de haber tenido que trabajar de barrendera o recogiendo cartón para venderlo”.
Tirsa y Faustino decidieron vivir juntos cuando ella quedó embarazada del Charal, pero pronto la pareja se separó, porque lo único que los había unido era el deseo de ser queridos por alguien, y no lo encontraron en su pareja. Pudo nacer el niño porque la mamá de Tirsa le ofreció su casa para que pasara allí el embarazo y el parto; pero se tuvo que salir en cuanto nació el chamaco. Éste llegó al mundo tan flaco que comenzaron a decirle Charal, y se les olvidó que se llamaba Mariano, por el día en que nació.
En una ocasión, Faustino se robó unos DVD, que vendió en un crucero, cerca del barrio. Le pidió al Charal (de quince años en aquel entonces) que viniera a ayudarle. Pero al padre y al hijo no les interesaba trabajar, sino sólo tener dinero, por lo que iban cada tercer día. Cuando le tocaba “descanso” a Faustino, robaba más películas, y así pudieron seguir vendiendo. Pero hoy ya no hay reproductores, y la venta de DVD se vino para abajo. Desde entonces, Faustino regresó a vivir en la calle, a robar herramientas y malbaratarlas en los tianguis. El Charal volvió con su mamá; pero, sin saber qué hacer, se la pasa en los mercados, para robar o que le den algo como “viene-viene”.
Ahora que la policía atrapó a Faustino en San Luis, la mamá le pidió que fuera por él, pero no porque a ella le importe el hombre, sino por mera compasión: se lo imagina abandonado entre desconocidos. Mientras el Charal va camino a San Luis, una vez que obtuvo un dinerito para sacar al papá de la cárcel y llevarlo de regreso al barrio, se sume en reflexiones muy personales… y dolorosas: “Si Faustino nunca se ha preocupado de mí, ni cuando mi mamá estaba encinta ni cuando nací, me ha demostrado que no le importo. Mientras yo iba creciendo no se me acercó para darme una palabra, para que yo estudiara o fuera un hombre de bien. Ni siquiera cuando me pidió que le ayudara a vender los DVD me mostró cariño o, siquiera, agradecimiento: me daba sólo el 10% de las ventas. Nunca me ha preguntado cómo nos va a mi mamá o a mí, ni nos dio siquiera un peso para vestir o comer. Ese hombre es realmente una lacra, que no se merece mi respeto ni ayuda y, menos, la compasión de mi mamá. El nombre de Charal que me pusieron es el más correcto que me tocó, no sólo por flaco sino, sobre todo, porque estoy salado. No merezco que me quieran”.
Envuelto en estas reflexiones, cuando el autobús estaba en la terminal de San Luis, el Charal no se dio cuenta de que pasaba el tiempo. Parece que tampoco se dio cuenta de que no se había bajado, y el autobús se echaba a andar nuevamente, ahora rumbo a Saltillo.