Opinión

Comunistas, ¿un género en extinción?

Por: Kevyn Simon Delgado

PARA DESTACAR: Muchos dejaron de creer en el comunismo como la etapa final a alcanzar y entre las nuevas generaciones no hay muchas señas de que tal ideal vuelva a tomar fuerza. Claro está, también, que dicha ideología nunca fue de masas en nuestro país, siempre fue de una minoría, pero hará tres o cuatro décadas se encontraba en mejor forma.

Desde que Marx y Engels redactaron el ‘Manifiesto del Partido Comunista’ en 1848, el fantasma del comunismo recorrió el mundo, con más y menos fuerza, dependiendo cada región, levantando las demandas del proletariado por sobre los de la burguesía. En 1917, la Revolución rusa y los bolcheviques, encabezados por Lenin y Trotski, marcaron el fin del antiguo régimen y dieron inicio al siglo XX con uno de los proyectos más radicales que ha visto la historia; ya con Stalin al frente, uno de los más sangrientos.

En 1949, en China, los comunistas campesinos, liderados por Mao Zedong, emularon el hecho. Diez años después, unos barbudos y carismáticos cubanos, dirigidos por Fidel Castro, abrieron tal posibilidad, al menos en el imaginario, de extender la utopía comunista en América Latina. Durante los sesenta y setenta, el marxismo alcanzó su mayor auge en las universidades mexicanas y su influencia en los movimientos sociales, tanto partidistas como armados, era clara. Entonces, ser de izquierda, era ser socialista en cualquiera de sus ramificaciones.

Después de una historia de excesos, crímenes, autoritarismo y contradicciones, el “socialismo real” de la Unión Soviética se inmoló paulatinamente desde mediados de los ochenta, pasando por la caída del muro de Berlín en 1989, hasta la desintegración de la propia URSS el 1 de enero de 1992. Era el fin de la historia, el fin de las utopías…

Desde entonces, a pesar del enérgico levantamiento del EZLN en Chiapas, el cual pasó de un discurso marxista-leninista a uno más antisistémico-indigenista, la bandera del comunismo no volvió a ondear en lo alto.

En semanas pasadas, dos polémicas figuras de la antaño izquierda socialista, Luis González de Alba y René Avilés Favila, fallecieron. González de Alba, uno de los más recordados líderes estudiantiles (de entre los cientos que hubo) del movimiento estudiantil-popular de 1968, autor de ‘Los días y los años’, libro donde relata sus vivencias como preso político en Lecumberri, cercano, en un principio, a la figura del espartaquista José Revueltas, fue alejándose, paulatinamente, de la vieja y la nueva izquierda, hasta devenir en un duro crítico de las luchas sociales, generalmente de izquierda. Algunos dirían que hasta transitó hacia la derecha.

Avilés Favila, militante del Partido Comunista Mexicano y (no tan) reconocido escritor perteneciente –según Margo Glantz- a la “literatura de la Onda”, criticó los dogmas del marxismo-leninismo-estalinismo, sobre todo los relacionados al arte, como el socialismo real, que invitaba –léase obligaba- a que todas y todos los artistas enfocaran sus obras a hablar bien de la Unión Soviética y de la revolución socialista; así como a refutar los absurdos reglamentos del deber ser de un comunista, como aquellos que mandan que un proletario no puede ni debe vestir bien, comer bien, ir a ciertos lugares, leer ciertos libros, porque entonces se estarían traicionando los ideales y se estaría “haciendo el juego al capitalismo”. Ambos jugaron y se divirtieron con su propio comunismo, recibiendo aplausos de unos y críticas de otros.

Como ellos, muchos dejaron de creer en el comunismo como la etapa final a alcanzar y entre las nuevas generaciones no hay muchas señas de que tal ideal vuelva a tomar fuerza, si bien, por supuesto aún persisten células, grupúsculos y hasta pequeños partidos comunistas, principalmente en la Ciudad de México. Claro está, también, que dicha ideología nunca fue de masas en nuestro país, siempre fue de una minoría, pero hará tres o cuatro décadas se encontraba en mejor forma.

Hoy por hoy, ¿Por qué son menos las personas que se auto conciben como comunistas?, ¿o será que permanecen en el clóset?, ¿acaso era tan necesario el referente de la Unión Soviética que, tras caer, incluso los trotskistas sintieron un vacío? Pareciera que el fantasma del comunismo que recorrió México nunca se materializó y que el descabezado proletariado sin conciencia de clase no entendió que las condiciones objetivas y, en menor medida quizá, las subjetivas, en varios momentos estuvieron dadas para inyectar estas “exóticas ideas venidas de fuera”.

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