Opinión

En el tren de la muerte (Primera parte)

Por: Agustín Escobar Ledesma

Como si viviera en un grabado de Guadalupe Posada, Gladys Mabel ve como la sonriente muerte se le acerca lenta e inexorablemente, cabalgando en un esquelético caballo, para mostrarle un siniestro cabo de vela, con una llamita a punto de extinguirse.

 

Por más intentos que realiza, Gladys no puede zafarse de la macabra imagen ¿premonitoria?; a estas alturas es imposible dar marcha atrás en su temeraria decisión de internarse indocumentada en las doradas costas de California; por eso, a pesar de la fría lluvia se trepó al lomo de La Bestia en Arriaga, en un trayecto de 14 horas a Ixtepec.

Son 14 horas en el lomo de acero del animal; 14 horas de frío, 14 horas de lluvia, catorce horas sin dormir, 14 horas de hambre, 14 horas retorciéndose como chinicuil sobre la fría, mojada, áspera y resbalosa piel de acero de la Bestia; 14 horas más cerca del anhelado american dream.

Ahí mismo viajan alrededor de 400 migrantes centroamericanos, protegidos de la lluvia con hules y plásticos. Son de Guatemala, Honduras, Nicaragua y de El Salvador a quienes la miseria, el dolor, las manos entumidas y manchadas de óxido ferroso los hermana.

–¡Vengan! ¡vengan! ¡vengan!– Claman al unísono las chirriantes y hambrientas ruedas de acero de La Bestia cuyo movimiento ejerce un atrayente campo magnético sobre los cuerpos que viajan cuatro metros arriba, en el lomo.

La fría lluvia impide que Gladys dormite algunos segundos –pestañear le puede costar la vida; sus manos entumecidas se aferran a los resbalosos salientes del ferrocarril; ante la aterradora imagen de la muerte cabalgante se mantiene con un ojo al gato y otro al garabato, despierta, bien despierta, escuchando el monótono concierto de las incesantes y copiosas gotas que bailan sobre los cuerpos de los migrantes envueltos en plástico.

Los orígenes

Gladys Mabel exorciza la imagen de la parca con otros pensamientos que se posan en el calor tropical de El Salvador, aterrizándola temporalmente a finales de la década de los noventa del siglo pasado, cuando combatió en las Fuerzas Armadas de Liberación, al lado de Schafik Hándal, el Comandante Simón, por un país donde valiera la pena vivir, donde todos los salvadoreños y salvadoreñas gozaran de los mismos derechos.

“Pequeña guerrillera”, interpretada por Los Torogoces, era la canción que más le gustaba porque Jesús Quijada, su compañero de lucha y de vida, se la dedicaba cada vez que había la oportunidad o él mismo se la cantaba: “Porque amas nuestra nación como el amor primero/ te canto mi canción haz el amor primero/ por ahora cada instante no desmayes ser amante/ No desmayes ser amante de la Revolución/, no desmayes ser amante de la Revolución”.

A pesar de la fría lluvia que azota su pequeño y delgado cuerpo; a pesar de que el celeste líquido le cala hasta los huesos, Gladys se sorprende a sí misma tarareando la combativa canción que escuchó por vez primera cuando apenas tenía 15 años, cuando ella y otras guerrilleras eran las encargadas de ir tras los reclutas del ejército salvadoreño que causaban baja para convencerlos que se sumaran a una causa justa o que por lo menos, si no se unían a la insurgencia, no se dieran de alta de nuevo en el ejército.

Ahora son otros tiempos, hoy, a sus 40 años de edad, la realidad de Gladys está sobre el lomo de La Bestia, lugar en el que viaja con Arnulfo, su nuevo compañero, en busca de otro destino, al igual que lo hacen diariamente 300 ó más salvadoreños que salen rumbo al norte con una mano atrás y otra adelante.

La sagrada familia

Los chirridos de las hambrientas ruedas de acero del tren, que claman por los cuerpos de los migrantes centroamericanos en sus fauces, apenas son opacados por la intensa y fría lluvia. En este oscuro y tormentoso día, los negros ojos de Gladys se abren desmesurados, sorprendidos por la violencia de la naturaleza. Se pregunta: ¿Quién me ha robado el mes de abril, cómo pudo sucederme a mí?

La respuesta, etérea, la encuentra flotando en el viento. Son muchas las interrogantes acumuladas en la bandeja de entrada de su vida. Una de ellas es la que destaca por su constancia: ¿Cómo es posible que ella y miles de sus compatriotas, después de combatir en la guerrilla por condiciones de vida iguales para todos los salvadoreños, tuviesen que salir de su país expulsados por la violencia y la miseria?

A manera de respuesta las lágrimas, sus lágrimas, surcan su moreno rostro bañado por la lluvia; la angustia y la desesperanza corren por el mismo arroyo al recordar el asesinato de su hermano, José Misael, quien durante el conflicto bélico formara parte del ejército y en el momento de su muerte, fuera líder de los comerciantes ambulantes de Santa Tecla y presidente del sector mercados por el partido Arena. En 2006, José Misael fue levantado y encontrado muerto de un balazo en la boca en la finca cafetalera de Santa Rita Comasagüa.

La tragedia encaramada en el rostro de Gladys la hace ver y sentirse con más edad, su ánimo resiente la violencia que lleva a cuestas y la incesante y fría lluvia, sólo le trae a su mente la sonriente y grotesca imagen de la muerte que, en su viaje al ansiado gabacho, le muestra un moribundo cabo de vela, ¿acaso una imagen de su futuro inmediato?

Unos cuantos meses después, Juana Maribel, esposa de José Misael, fue asesinada, al igual que Cecilia Grande, una amiga que iba con ella a bordo de un microbús; los tres pequeños hijos de Juana Maribel fungieron como aterrorizados e impotentes testigos.

Todavía no pasaba una semana del homicidio de Juana Maribel, cuando el papá de Gladys, Joel, en una accidental caída se partió la cabeza y falleció enseguida. Y el colmo fue cuando a los ocho meses de la lamentable muerte de su papá, falleció de depresión Lidia, esposa del difunto y mamá de Gladys. En menos de dos años las cruces se acumularon sin medida sobre su espalda, al igual que la depresión que le receta abrazolan.

La esperanza

Gladys busca la luz en su vida de manera desesperada, un clavo ardiente para agarrarse; fue por eso que trazó con firmeza la idea de cruzar las líquidas fronteras del río Suchiate y el río Bravo, porque Arnulfo le prometió que llegarían con sus parientes que viven en las doradas costas de California; imaginaba que si sus penas no desaparecían, por lo menos encontraría los dólares suficientes para el tratamiento que su pobreza necesitaba.

Y es que, después de que el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional depusiera las armas, Gladys regresó a su patria chica situada en las orillas del lago Ilopango. Ahí aprendió a ganarse la vida trabajando de costurera zurciendo roturas y rasgaduras con una antigua y deteriorada máquina Singer.

En los días difuntos, en los que ni las mosquitas muertas se paraban en su taller de costura, Gladys buscaba trabajo de lavatrastes en los restaurantes o de empleada doméstica en las casas de los pudientes. Cuando mucho lo que más llegaba a ganar eran dos dólares diarios, cantidad que apenas si alcanzaba para popusas.

Ella era la encargada de trabajar para llevar el pan nuestro de cada día a su casa, debido a que Jesús, su marido, descansaba esperando que el gobierno de Mauricio Funes le hiciera llegar su pensión vitalicia por su condición de ex-guerrillero discapacitado. Gladys nunca quiso registrase ante ninguna instancia en 1992, después de la guerrilla del FMLN, porque sabía que la posguerra es la etapa más peligrosa de cualquier conflicto bélico, más riesgoso que andar armada entre las montañas; a varios de sus compañeros que depusieron las armas y se registraron ante el gobierno para que les dieran tierras y enseres domésticos, después fueron asesinados.

Culpable

La Bestia avanza socarrona, de vez en vez lanza algunos reparos que hacen crujir a los vagones que interrumpen a Gladys: “Por mi culpa, por mi gran culpa, por eso ruego a…” El pecho se le oprime todavía más con la áspera realidad que la aventó como bulto al lomo del tren de la muerte, en compañía de Arnulfo, con sendas mochilas cada uno, empapadas como ellos. ¿Qué pensará de ella su hija? ¿Qué pensarán de ella sus cuatro nietos? ¿Qué pensará de ella Antonio, su nieto de 12 años al que crió con ella desde recién nacido? Sabe perfectamente que se le recriminarán en cuanto la vean.

A ninguno de ellos avisó que se iba a las doradas costas de California y mucho menos les dijo que viajaría en compañía de Arnulfo. La culpa está instalada en su corazón y no la deja dormir; tampoco se lo permiten los angulosos fieros del lomo de la bestia que lastiman su cuerpo.

Sin embargo ahí van los dos, soñando despiertos con cruzar las fronteras líquidas para adentrarse en la cabaña del tío Sam, el lugar de la abundancia, de relucientes calles empedradas de oro, incienso, mirra y dólares. El país de las oportunidades para los desprotegidos del mundo.

Frontera del terror

Gladys enfrenta la más formidable y amorfa de las fronteras del mundo, en la que el terror se crea, no se destruye y además, se transforma. México es un inmenso territorio fronterizo sembrado de zetas, agentes del Instituto Nacional de Migración, policías federales, estatales y municipales, quienes secuestran, violan, extorsionan, asesinan y descuartizan; la frontera del terror no reconoce ninguna forma de dignidad humana porque ha convertido a los migrantes en mercancía.

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