La educación de los sentimientos
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
Con la celebración de la muerte, la semana pasada, nos concentramos en diversos sentimientos que acompañan nuestra existencia: El dolor por la pérdida del ser amado y el miedo a fenecer sufren, en el caso de los mexicanos, una extraña metamorfosis, hacia el desprecio a La Parca, o hacia la valentía de muchos hombres y mujeres que, en la “Historia de Bronce” (Luis González), prefirieron perder la vida a ser esclavos. Esta capacidad de optar por algo tan grave devela uno de los grandes misterios del ser humano: Hay (¿había?) cosas mucho más valiosas que la propia vida y que es preciso alcanzar o preservar: la libertad, la justicia, la dignidad…
El “Yo soy mexicano”, himno de nuestra identidad en aquel México que se nos fue, presume, “palabra de macho, que no hay otra tierra más linda y más brava que la tierra mía”. /“Yo soy mexicano y por suerte mía/la vida ha querido que por todas partes/se me reconozca por mí valentía”.
Muchas canciones, surgidas del grito revolucionario, a través de la historia, proclaman esa bravura: “Porque era hombre valiente/y de valor verdadero/deseaba mejor la muerte/que estar ahí prisionero”. “Para mejorar mi vida/me enamoré de la muerte/y corrí con buena suerte/que la hice mi querida”. “Así cantaba y decía:/Miren, aquí están mis venas;/a la muerte no temía/porque nos quita las penas”.
Con el paso del tiempo (¿sólo por eso?) una nueva metamorfosis sufrió nuestro pueblo, para perder su identidad y mezclarse, en masa amorfa, con la humanidad global. Con ella se arrugó la valentía y prevaleció el miedo.
Eduardo Galeano, recientemente galardonado, explica esto claramente en su texto “El miedo global”: “Los que trabajan tienen miedo a perder el trabajo./Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo./Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida./Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados./La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir./Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras./Es el tiempo del miedo./ Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo./Miedo a los ladrones, miedo a la policía./Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar./Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.”
¿Qué clase de transformaciones sufrió el mundo contemporáneo que nos arrastró a este “tiempo del miedo”?
Konrad Lorenz, el famoso etólogo austriaco (cuyo aniversario 109 de su nacimiento fue el pasado 7 de noviembre) da algunas explicaciones sobre los cambios filogenéticos del comportamiento humano, en su libro Los ocho pecados capitales de la humanidad civilizada. Más allá de mis diferencias con él, considero a algunas de ellas interesantes.
Él señala, entre otras cosas, que el avance tecnológico y el farmacológico de nuestra época (así como la sociedad de mercado y su oferta de comodidad), generan un “reblandecimiento” de los afectos o sentimientos vigorosos, por el que somos cada vez más intolerantes a la frustración o al más mínimo displacer. Así disminuye el gozo profundo, (cuando es culminación de un gran esfuerzo) y languidece la valentía que implica también esfuerzo y diferenciación de la masa. Las emociones que surgen del contraste entre sufrimiento y alegría se achatan y se diluyen en un tremendo aburrimiento. Para poder sentir, el hombre aburrido de nuestra época se entrega a vivencias extremas, entre ellas la violencia (el placer que brinda el sufrimiento del otro). En ese achatamiento del sentir se atrofia también el sentimiento de compasión. Dañar al otro no es por valentía, sino por exacerbamiento del egoísmo.
Lorenz coincide con otros autores, en que el reblandecimiento no sólo se da en los afectos, sino también en la cognición, lo que aumenta la “adoctrinabilidad humana”, la “uniformación” de la opinión y su subordinación a la ideología dominante.
A la élite en el poder le conviene un pueblo sin valentía para decir su palabra, fragmentado socialmente por la mutua desconfianza y mangoneado emocionalmente desde la televisión.
Si con la evolución de las especies surgieron los seres humanos, lampiños y con menos filo en los dientes, lo que ahora tenemos parece una involución, por la que también pierde filo la inteligencia.
Especialmente en este contexto, la educación de los sentimientos se vuelve inexcusable.
(Éste es uno de los temas que abordamos en el programa radiofónico sobre educación “La pregunta… del águila que se levanta”, de Radio Universidad Autónoma de Querétaro, 89.5 FM; www.uaq.mx/servicios/radio.html, los sábados de 12 a 13 horas. No dejen de escucharlo).
metamorfosis-mepa@hotmail.com
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