Opinión

¡Promotores culturales del mundo: uníos!

Por: María del Carmen Vicencio Acevedo

En otros artículos he comentado sobre formas radicalmente distintas de ser optimistas que practicamos los mexicanos. Las que difunden los llamados “poderes fácticos”, a quienes les sobran fuerza y agallas, y a la vez les faltan escrúpulos, para apropiarse de las riquezas de nuestro país: la clase política-gubernamental dominante, la mega-empresarial (incluyo aquí la de los dueños de los medios masivos y delincuencia organizada, y excluyo la de las “Pymes”), la clerical, las cúpulas de los sindicatos corruptos, entre otras.

Según el optimismo de estos “poderes fácticos”, hay que ocuparnos en ver sólo las cosas bonitas que tenemos y no lo malo; aliviar nuestras penas viendo la tele o los aparadores, distraernos o divertirnos (es decir, no concentrarnos, sino dispersar la mirada) o estar tranquilos porque en la otra vida seremos felices o porque “Dios nos ama” y “la Lupita nos cuida”, o bien, conformarnos y tener una paciencia estoica, porque siempre habrá alguien más amolado que nosotros.

Además del optimismo que se deriva del pensamiento mágico (“las soluciones vendrán de afuera, de algún ser superior, del gobierno, de Dios, de las fundaciones altruistas, etc.”), hay otro optimismo ingenuo que, sin base alguna, lleva a creer a quien lo tiene que sólo con su talento y esfuerzo individual logrará lo que se propone en un futuro abstracto. Esos optimismos (el mágico y el ingenuo) difundidos desde el poder se contagian inexplicablemente entre amplios sectores sociales, que los internalizan como “suyos”, a pesar de vivir en condiciones dramáticamente precarias. A tal punto los hacen suyos, que hasta se molestan con quienes se manifiesten indignados con la situación actual, pues “protestar es contrario a las buenas costumbres”.

Otro optimismo radicalmente distinto a los anteriores, opuesto a las vanas fantasías o irresponsables negaciones de aquellos a quienes me referí arriba, surge de la observación de todo ese trabajo que emprende mucha gente que nos rodea; de la creatividad y la energía vital que destila. Teodoro Césarman dice de ella en su artículo “Los ciudadanos” (en el doloroso y a la vez tierno libro colectivo: Perfil de los mexicanos de la ciudad de México al cambio de milenio) lo siguiente: “Sé que al hombre no lo rigen las leyes, ni reglamentos, ni decretos, ni circulares. Lo rigen la voluntad, la convicción, el deseo íntimo de ser y pertenecer a algo y a alguien…” Mucho de lo que hacemos “no es por protagonismos ni intereses personales, es por nuestras familias, por nuestros hijos, por nuestra ciudad, por nuestra historia… Somos mucho, pero mucho más como pueblo que nuestras adversidades. Somos mucho más fuertes, imaginativos y sólidos que nuestros retos o problemas.”

En mi artículo anterior mencioné a los promotores del arte y la cultura, entre esa gente extraña que practica el optimismo alternativo, muchas veces, a pesar de sus condiciones adversas. Ciertamente no todos los promotores culturales son libres; muchos viven también alienados y sometidos a los valores imperiales; pero hay muchos otros, más de los que imaginamos, que trabajan consciente o inconscientemente por reconstruir nuestro tejido social tan lastimado, por brindar espacios de gozo estético y de reflexión, por recuperar nuestra identidad histórica y por lanzarnos a la aventura de la utopía.

Maestros que ven a sus estudiantes con ojos de futuro; ese chavo, director de una banda infantil de música de viento, creada por él mismo, casi de la nada y empeñado en darles a sus pequeños vecinos opciones de recreación que los rescaten de la televisión, las drogas o la vagancia; directores de teatro callejero, cantantes, raperos, danzantes, pintores, cuentacuentos, bordadoras, artesanas, promotores de museos comunitarios, poetas, huapangueros, hip-hoperos, rockeros, caricaturistas, compositores e intérpretes de música de salterio, pianistas, escritoras empeñadas en editar su revista femenina; creadores, con más o menos calidad en sus desempeños, con más o menos genialidad en sus procesos y producciones, pero movidos por el entusiasmo y el amor por lo que hacen.

Convencidos, muchos de ellos de que el arte es absolutamente indispensable para diseñar otros mundos posibles, para bucear en las profundidades de la psique humana y descubrir en ella maravillas insospechadas, para construir nuevos sentidos, para hacer, en fin, que la vida valga la pena.

Entre esos promotores de cultura, Hugo Gutiérrez Vega y Elena Poniatowska, recientemente homenajeados, nos ponen un ejemplo invaluable. Ambos en la plenitud de su ancianidad, militantes de la defensa de la liberación humana y de lo valores populares; ambos “comunistas” (como sus detractores los llamaron alguna vez); ambos amantes de la literatura y de la búsqueda de la verdad; ambos divertidos y con un encantador sentido del humor y capacidad de expresión a la mexicana.

No sólo es una delicia escucharlos o leerlos, es un alivio, pues nos convencen de que los mexicanos aún tenemos remedio.

metamorfosis-mepa@hotmail.com

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