Opinión

Tiempo de polarización

Por: Efraín Mendoza Zaragoza

PARA DESTACAR: Hablamos de polarización cuando el electorado se reparte en proporciones de casi el mismo peso en posiciones opuestas e irreconciliables. De cuando en cuando, los pueblos quedan colocados ante disyuntivas que dividen a la sociedad en dos extremos. En esas coyunturas, las posturas moderadas se vuelven irrelevantes.

Contra todo pronóstico, en el plebiscito de Colombia se impuso el ‘no’ a los acuerdos de paz entre el gobierno de esa nación y la guerrilla más antigua del continente. Fue por un margen muy estrecho: por el sí se inclinó el 49.77 por ciento, y por el no, el 50.22. El país está partido en dos. Polarizado. Más polarización no podríamos haber esperado.

Sabemos que la sociedad no es una simple agregación de individuos, es un todo organizado a partir del conflicto y de los intereses diversos, incluso antagónicos. Y hablamos de polarización cuando el electorado se reparte en proporciones de casi el mismo peso en posiciones opuestas e irreconciliables. De cuando en cuando, los pueblos quedan colocados ante disyuntivas que dividen a la sociedad en dos extremos. En esas coyunturas, las posturas moderadas se vuelven irrelevantes. Tan divergentes son las opiniones que la boleta no le ofrece al elector una multiplicidad de opciones sino que es colocado ante un sí o un no rotundos.

En este año de polarización, el mundo todavía no se repone del azoro que produjo la votación en Reino Unido para dejar la Unión Europea: de cada 100, por continuar se inclinaron 48.11, y por salir el 51.89. Un tema que partió en dos a la sociedad local. Igual lo estamos viendo en la elección norteamericana, donde los estudios de opinión muestran, al menos en estos días, a una nación claramente fragmentada en dos partes casi iguales.

Cómo no recordar la polarización que vivió la sociedad mexicana en 2006, cuando la elección presidencial se definió por un estrechísimo 0.56 por ciento. En partes de 15 millones, un candidato recibió 35.89 por ciento de los votos y el otro 35.31. Incluso el Banco Mundial alertó entonces sobre los nocivos efectos de tal polarización en el desarrollo económico y democrático.

Equidistante de toda polarización, recuerdo al menos dos votaciones fundacionales en la historia reciente, donde los electorados se colocaron ante disyuntivas espectaculares. Quizá porque sus procesos de largo aliento habían madurado más y se habían asentado sobre márgenes de mayor consenso o porque el contraste con otras experiencias del planeta ayudaba a distinguir los incentivos de la opción más racional.

Una es el plebiscito nacional de Chile, en 1988, para decidir si Augusto Pinochet continuaba en el poder por nueve años más, después de ejercerlo de facto desde 1973 tras derrocar a Salvador Allende. Votaron por la continuación del régimen militar 43 por ciento, y casi 55 por el no. Y Pinochet tuvo que irse. El resultado dio paso a la convocatoria a elecciones, con lo que se restauró el sistema democrático.

La otra votación significativa fue en Brasil, en 1993. Tras el régimen militar que gobernó ese país entre 1964 y 1985, la ciudadanía se presentó ante la boleta para decidir la forma de su gobierno. Habrá que recordar que hasta finales del siglo XIX Brasil fue gobernado por un emperador. La consulta no polarizó a los brasileños. En masa, el 21 de abril de 1993, 87 de cada 100 se pronunciaron por la república, mientras por la restauración del imperio votó apenas el 10 por ciento. Hoy los descendientes del último emperador, Pedro II, están aprovechando el soberbio espectáculo que vive ese país para insistir en las ventajas de la vuelta de los monarcas.

De regreso al 2 de octubre colombiano, en lo personal habría deseado que un voto abrumador por el final de la guerra. Para comprender el asombroso resultado tendría que conocer el ánimo de los colombianos, y no lo conozco. Como tampoco conozco la profundidad de las heridas que han dejado 52 años de confrontación armada. Con el noble deseo de dar vuelta a la página convive una dramática sed de venganza. Sobre el trasfondo de una frágil cohesión social hubo también propaganda abusiva, orientada a explotar pulsiones primitivas y sembrar miedo con infundios. Es la exacerbación de las distancias, el deseo de aniquilación del otro, la negación de toda posibilidad de reconciliación.

El mundo es ancho y, como bien lo profetizó aquel hombre que se diluyó entre las montañas del sureste mexicano, hay que construir un mundo en el que quepan todos los mundos. Hay que asumir las diferencias y convivir con ellas. Hay que asumir el conflicto y la tensión social sobre los que descansan todas las sociedades de los hombres. Entender que si hay tiempo para la guerra, también hay tiempo para la paz. Tal vez estemos ante veredas inexploradas para llegar a la paz.

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