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Café caliente y pan recién horneado

Conforme instalamos el puesto, con vasos y servilletas, una fila se fue formando poco a poco delante de mí. Las palabras sobraban, la dinámica ya era conocida. Un vaso de café caliente y un pan recién horneado para mantener el ojo abierto

Eran las 2 de la mañana: La penumbra cubría el cielo y delineaba la somnolencia de la ciudad; lámparas encendidas y calles vacías. Morfeo, el dios del sueño, gobernaba el silencio de la urbe y creaba una atmósfera tranquila, callada, necesaria para poder dormir profundamente.

Manejaba un pequeño Suzuki azul, conforme me acercaba a mi lugar de destino el ruido comenzaba a brotar. Pareciera que una barrera se rompía. Zaragoza se volvía una frontera diseñada que guardaba el ruido para no perturbar el ambiente de la ciudad. Aparqué y, con ayuda de mi madre, bajé la canasta de pan y el tambo de café. Podía reconocer a personas del día anterior; incluso gente que me conocía y podría asegurar que pasaban sus noches ahí desde hace más de un mes.

Conforme instalamos el puesto, con vasos y servilletas, una fila se fue formando poco a poco delante de mí. Las palabras sobraban, la dinámica ya era conocida. Un vaso de café caliente y un pan recién horneado para mantener el ojo abierto. Agradecimientos, una que otra pequeña conversación y muchos abrazos.

La vida llegaba al lugar. Cada cierto tiempo un nuevo grupo de personas totalmente desconocidas se juntaban: presentaciones, risas, anécdotas y lágrimas eran compartidas. Por un momento, las sonrisas se pintaban y contagiaban; por un momento el mismo lugar perdía su efecto melancólico, preocupante y de espera perpetua.

Miré el edificio de una planta que se encontraba frente a mí, blanco con verde. Una luz potente alumbraba la gran explanada interior que contenía cinco hileras de aproximadamente siete sillas cada una; sin colchón, de metal, frías. El número de personas rebasaba la capacidad de la sala.

Cartones, almohadas, maletas y cobijas forraban el suelo. Personas que dormían sin conciliar el sueño. Varias señoras con uniformes blancos y verdes voceaban nombres. Al hacerlo los corazones dejaban de latir al unísono. Sin embargo, pan recién horneado y café caliente es la receta que provoca sonrisas aún en los momentos más difíciles.

La noche se volvía día hasta que un grito cortó el ruido, de tajo. Las miradas se voltearon a la sala de espera. Malas noticias, alguien había partido. Una señora cayó repentinamente al suelo y sollozó, de rodillas. Un silencio ensordecedor ejecutó al ambiente. Miradas nerviosas, corazones acelerados. El llanto se contagia, al igual que las sonrisas…

Al cabo de unos minutos, poco a poco, las pláticas volvieron junto con suspiros de alivio por parte de algunas personas. No es que no hubiera solidaridad, sin embargo, en la sala de espera de aquel lugar es bien sabido que solo llegan a los familiares dos tipos de noticias.

Café caliente y pan recién horneado. No todos sonríen, pero el intento nunca falta. Cinco días a la semana. Dos de la mañana. Mi madre y yo con café caliente y pan recién horneado… No todos sonríen, pero por un momento, convertimos la noche en día.

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