Diario en el Pacífico Norte

Por: Juan José Rojas
Los pubs ingleses, irlandeses, con acabado rústico y barras largas de 10 metros están a reventar en avenida Greanville a una hora del partido. Después, “los tifosi” italianos, “la hinchada” latina, los “hooligans” ingleses y algunos nativos atraídos por el extraño ritual inician peregrinación por la calle Robson hasta llegar al BC Place: juegan los Vancouver Whitecaps, equipo de la ciudad y club del que proviene el ídolo queretano y vancuverita, Camilo Sanvezzo. Los cantos toman el papel de banda sonora en el Downtowon, entre bufandas y palmadas, la ciudad que nunca ha sido destacada en el futbol comienza a sentir una fiebre adoptada por la cantidad impresionante de inmigrantes que recibe. Aunque el Hockey es deporte nacional y Tim Horton leyenda, la invasión europea ha contagiado de futbol a los residentes.
Vancouver se localiza al suroeste de Canadá, se caracteriza por una variedad cultural que coloca a la ciudad como una de las poblaciones más diversas étnicamente en el mundo. Su olor a mariguana reivindica un trato de adultos a sus ciudadanos y que la construcción sea el tercer empleo mejor pagado evidencia un próspero crecimiento. La pobreza es escasa, pero existe. Los homeless o desahuciados se encuentran en populares esquinas de avenida Davie. No existe la homofobia, el agradecimiento es sinónimo de honorabilidad, por ley todas las casas deben tener calefacción, el servicio de agua es gratuito, no hay perros callejeros y en cada esquina hay un semáforo peatonal, otro para bicicletas y el menos importante para autos.
Su esencia es rockera, pareciera que es necesario tener tatuajes para obtener la ciudadanía. Jóvenes y adultos tienen tinta en su piel aun siendo banqueros o trabajadores del gobierno; y las tiendas de discos y ropa con estampados de épicas leyendas del rock están a la orden del día. Hay fervor, pues en un mes el BC Place albergará el espectacular show de AC DC y la calavera de The Misfits se lleva en la piel como un sudamericano lleva el escudo de su club. Sin embargo, no descuidan su estilo clásico y en algunas avenidas importantes ubican pianos públicos, quien guste puede sentarse y sentirse un Frédéric Chopin.
Pese a lo que esperaba, la población latina son los menos. Le llaman primer mundo, un lugar de fuga para jóvenes mexicanos que quieren otorgarse una calidad de vida particular, diferente a la que puede ofrecer Los Ángeles. La mayoría con carreras truncas o por titularse, la comunidad mexicana en Vancouver se establece con proyección hacía su futuro. No es fácil enviar dinero a México, puesto que es una ciudad cara en la que, si bien se vive cómodamente, no permite mantener familias enteras. Es por eso que los mexicanos en Vancouver se consolidan como una comunidad joven preocupada por formar un patrimonio estable en una ciudad tranquila.
La pequeña Londres
Tomo el metro que me llevará hasta la central para después abordar el bus. Entre coníferas se asoma el mar y el puerto, lugar donde paran los ferries. Dos horas en aguas del Pacífico Norte para llegar a Victoria, una colonia inglesa que te hace sentir de cerca los clásicos barrios londinenses. Su ambiente bohemio inspira, la mujer del arpa cautiva, sus bares y cafés ilusionan.
Escribía Cervantes “Andando viajes y conociendo gentes se hace uno prudente”. Victoria es un sitio de personas simpáticas y amigables. Como el artesano, un viejo de origen inglés que presumía haber manejado un auto de Querétaro a San Miguel de Allende en sus tiempos de juventud. Conversé con el anciano trotamundos, al comentarle que me dedicaba al periodismo inmediatamente me interrumpió de manera abrupta, “Oh! in mexico journalism it is very dangerous”.
Camino por calles de Victoria y me hacen recordar algunos pasajes de los pueblos mágicos queretanos. Su estilo colonial arquitectónico se adorna por el atardecer que refleja el mar. A las 6 de la tarde comienza la “happy hour”, tiempo en el que la cerveza es más barata en todos los bares y los obreros salen a tomar una jarra de espesa y amarga cerveza ámbar después de la jornada laboral. La ciudad floral amarga a los suicidas, el sol se contempla, mientras la mujer sigue tocando el arpa, los tranvías andan, los dibujantes se inspiran y Victoria te invita a quedarte en sus almohadas.
No hay nada mejor que casa
El regreso a México guarda una melancolía amortiguada por el sazón de la abuela, por la foto del bolero, por la tortilla que se infla en el comal, por el arrabal, por la cerveza Corona de 20 pesos y no de 7 dólares, por pedirle al mariachi que toque “El queretano”, por hablar en mi idioma. La satisfacción de mirar desde el cielo el gran pulmón de Chapultepec y volver al contraste del “tercer mundo”. La sensación innegable de venir de un país que ha explotado económicamente al mío no justifica el comportamiento retrograda de los que nos gobiernan. Alguna vez prendí el televisor para ver un programa de noticias canadienses, son muy aburridos o muy civilizados como para no tener un gobierno que desaparezca a su gente, no había noticias de descuartizados, pero sí alguna extraña encuesta, un reportero de canas preguntaba a la gente ¿qué personaje te parece repudiable o ignorante? En su mayoría los canadienses respondían Justin Bibier o Donald Trump, pero algún güero despistado o muy bien informado respondió con duda: ¿president of Mexico?
{loadposition FBComm}