La muerte sí distingue clases sociales
Los muertos “comunes y corrientes” se ven obligados a dejar sus tumbas en el panteón municipal pasados seis años, pero hay excepciones
Por: David Eduardo Martínez Pérez
Dicen que con la muerte se acaban las diferencias entre los hombres; ésa es una verdad a medias. Aún en el universo de los cadáveres existen las castas y clases sociales. No es lo mismo morir en una familia de abolengo que experimentar la putrefacción en la calle sin más deudos que las ratas y los perros adictos a la carroña.
Cuando uno ingresa al panteón municipal de la colonia Cimatario, lo primero que llama la atención es el lujo.
Las primeras tumbas, desde el Partenón de los Camacho Guzmán, hasta las innumerables “iglesitas” que proliferan, son una verdadera representación del cielo.
En esa sección hay árboles y jardines, el pasto es regla y las flores siempre existen para cada tumba. Las veredas están pavimentadas y las carrozas acceden con facilidad.
Más atrás la cosa cambia, las ceremoniosas lápidas a perpetuidad ceden su lugar a sencillas cruces de madera y de varilla.
El pavimento no existe más. Tampoco hay secciones nombradas como evangelistas. Los árboles desaparecen y ceden su lugar a túmulos de tierra. Es la sección anteriormente llamada “de cuarta clase”.
Edgar trabaja como sepulturero, aunque también la hace de jardinero y hasta escultor, pues debe reparar lápidas dañadas. Con un acento tan labrado como los callos de sus manos, me explica la razón de esas divisiones.
Antes de 1988 había perpetuidades, ahora ya no, todas las tumbas se ocupan nomás seis años y luego se devuelve el cuerpo a los parientes.
De acuerdo con el sepulturero, en la época de las perpetuidades había cuatro clases de tumba, que ahora se han reducido a clase única. Todos los ricos que pagaron su perpetuidad antes del 88, conservaron sus mausoleos a la entrada del panteón y las tumbas de segunda, tercera y cuarta clase se reciclaron para su utilización por nuevos “inquilinos”.
–Pasados los seis años, ¿qué pasa con los cuerpos?
–No, pus los cuerpos se regresan a los parientes, como te digo, ya ellos saben si lo incineran o no. Si no, pues pueden hasta ir a dar a la fosa común de San Pedro Mártir. ¿Dónde más los pueden poner?
Hora y media, lo que tarda un cuerpo en consumirse
Una incineración en el Crematorio Querétaro S.A. de C.V. ubicado en uno de los anexos del panteón, cuesta alrededor de cuatro mil pesos. Aunque el costo depende mucho del día y la hora a la que se realice la solicitud para la incineración.
Los sábados de seis a siete de la tarde cuesta cuatro mil 250, es el precio más alto y también se paga de lunes a viernes de seis a ocho y media de la noche. El precio más bajo es el de incineración de restos áridos, que genera un costo de mil 500 pesos y se aplica sólo de lunes a viernes.
Este proceso de restos áridos es el que se aplica a los cuerpos exhumados por los parientes que han excedido el periodo de sepultura.
De acuerdo con los empleados del crematorio –quienes sostienen que para ellos se trata sólo de un trabajo más–, es una hora y media lo que tarda un cuerpo en consumirse dentro del horno, cuya tétrica chimenea negra se alza sobre toda la colonia Cimatario.
Los nichos para depositar las cenizas generan un costo adicional al de la incineración. Mausoleos como el que se encuentra junto a la Parroquia de Nuestra Señora del Rayo, cobran hasta 750 pesos mensuales por la adquisición de un espacio para el depósito de las cenizas.
Dime cuánto ganas y te diré cómo te entierran
El camino de la muerte puede variar diametralmente de acuerdo al estrato social del difunto. Alguien con recursos suficientes recibirá una despedida generosa en alguna de las muchas compañías funerarias que operan en la ciudad.
Una vez muerto, los familiares del ciudadano adinerado desembolsarán una suma cercana a los 17 mil pesos para que lo recojan, lo maquillen, lo vistan, lo coloquen en un ataúd, le hagan un velorio, lo lleven al servicio religioso y finalmente al incinerador o al panteón.
Sus amigos y parientes podrán gastar hasta 500 pesos cada uno en alguno de los múltiples adornos florales que se venden en las florerías de la calle Arroyo Seco.
Quien muere en la calle, sin más amigos que personajes en su misma condición y animales con problemas de salud, enfrentará una realidad bastante diferente. En ocasiones, tendrá que esperar días para que su cuerpo sea detectado.
Lo llevarán a la morgue. Si alguien logra identificarlo, su cadáver podrá albergar la esperanza de recibir una despedida más o menos decente. Si no, tiene dos destinos probables: Las prácticas de los diversos estudiantes de Medicina que existen en la ciudad, o bien, la fosa común de la localidad de San Pedro Mártir.
La fosa es un lugar donde un número indeterminado de personas que no tuvieron para pagar un nicho o un funeral, se pudren junto a su memoria, atestiguando mudos la supervivencia de la desigualdad de clases todavía más allá de la muerte.
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