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Piden resolver feminicidio en San José el Alto

Luego de que la encontraran desollada, familiares de Laura Carrillo, quien desapareció el pasado viernes dos de octubre, piden a las autoridades que “esta vez sí se haga justicia”

Por: Roger Velázquez

Dolor, pena, impotencia, desconsuelo, y una inagotable lista más de sentimientos inenarrables, son los componentes de la abrumadora y estrujante fórmula que aflige hoy a la familia Carrillo Padilla; quienes, a pocos días de haber hallado el cuerpo sin vida de Laura Delia –hija, sobrina, hermana–, se hacen cuestionamientos indescifrables, claman una justicia con tintes de esperanza, y suplican por solidaridad y apoyo para soportar el fatídico momento.

Detrás de un humilde portón negro, sobre Jalisco, una de las calles prominentes de San José el Alto –escenario de la dolorosa pérdida– yace  inmerso en un profundo estado de abstracción, casi catatónico, Francisco –padre de Laura–, quien desvía una mirada reluciente de nostalgia, y opaca. Junto a él está su esposa, María, atónita y estremecida por la irreparable ausencia de quien fuese su sangre, su carne. Ambos escuchan con lejanía, absortos y pasmados, la reconstrucción que hacen los hermanos del primero sobre su hija.

“Admirable”, “tranquila”, “linda”, son las primeras palabras que le evoca a Luisa Carrillo el recuerdo de su sobrina. Su vida era su trabajo, agrega; y le suma la reserva para hablar que le acompañaba siempre. “Era una persona de las que no les gustaba platicar con nadie; a todo mundo nada más era una sonrisa, los buenos días, y adelante, no se metía en detalles”, explica.

Partió el viernes dos de octubre –fecha que hoy resuena doblemente– de la tienda de ropa donde, afirma su tía, laboraba gustosa y entregadamente. Habitantes de la comunidad le vieron en su marcha hacia su hogar en la colonia aledaña, La Joyita. Le devolvieron la sonrisa y el saludo, más no hubo despedida.

Esteban Carrillo, su tío, describe el camino con naturalidad y desenvoltura, hasta que cae en cuenta de que fue la última senda que se sabe su sobrina transitó en sus 32 años de vida. “Del recorrido, del tramo de su trabajo a su casa, hay un área un poco, medio fea, por la razón de que son terrenos baldíos”.

Se le buscó en esos suelos estériles, sin resultados; hasta tres días después, el lunes, cuando se le halló en una construcción con su ropa resquebrajada, inimaginables lesiones, un corte fino en la garganta, y su rostro descarnado. Sin vida.

“A ella lo que le gustaba era escribir”, rememora Luisa con una sonrisa cargada de melancolía. “Un día preguntándole que qué era lo que escribía, me dice: ‘¿Estás aburrida tía?’ ‘Sí’. ‘Te voy a traer algo para que leas’. Y me trajo un cuaderno de los que ella escribía. Lo que ella sentía lo escribía, y ese cuaderno lo que tenía eran pláticas con Dios (…) Te estoy hablando ahorita de unos como nueve años de que me prestó ese cuaderno”.

 

 

Un padre sin hija

Los Carrillo dejan volar su memoria, y la conversación fluye. Entre todo esto, don Francisco habla por primera vez, con una voz trémula y apagada, pero apreciablemente cargada de valor y de coraje.

De pronto arroja, con sencillez y firmeza, su tenue y discreto clamor: “Yo lo que pido por mi hija es que se haga justicia, que esto se aclare, que la verdad no se quede impune”. El silencio entre el que resuenan sus palabras cala más y le da fuerza a su demanda, a la que pronto añade una idea de esperanza: “que mi hija sirva como ejemplo, para que todos ya nos cuidemos unos a otros; la verdad, que esto ya no siga más adelante”.

Continúa con su timbre entrecortado y un áspero semblante lleno de desolación: “Que las autoridades también nos escuchen un poquito, que pongan una poquita de su parte. Es lo que yo pido, la verdad que se esclarezca el caso de mi hija, que no se quede nada más que fue esto, y murió de esto, y ya está arreglado, y ahí tienes ya; no, la verdad quiero que se esclarezca hasta el último momento. Exactamente saber quién, y que se detenga a los delincuentes, es lo que yo pido”.

 

“Las autoridades me ignoraron”

La petición, con un ruego adjunto entre líneas, hace asentir a los familiares, quienes recuerdan la ineficacia y carencia de atención que les prestaron desde el sábado, cuando acudieron al Ministerio Público, para reportar la desaparición. Seis horas, las más eternas para don Francisco y doña María –hasta ese momento– esperando en aquel lugar; donde recibieron respuestas truncas, “drásticas”, exclama con el primer esbozo de cólera visible en su rostro el padre de Laura.

Con fe e ilusiones, comentaron a las autoridades que el teléfono de su hija aún daba línea. “Le marcan de ahí mismo (El Ministerio Público) y dicen: ‘Sí suena, pero es que no contesta’. ‘¡Señor pues precisamente por eso venimos, si no a qué íbamos a venir!’ Qué respuesta tan drástica me dan así de fácil”, recuerda el señor Francisco, y su euforia aumenta, para luego hundirse de nuevo en el vaivén de la pena.

“Nada se puede remediar. Pero de antemano yo en un momento pedí la ayuda de las autoridades, lo cual… no, la verdad es que me ignoraron, sinceramente. (…)  No estoy culpando yo a nadie, pero a lo mejor algo se pudo haber hecho. De aquello ya no puedo lograr nada, pero lo que queda ahorita sí quiero que se esclarezca esto”, dice sumergido en la catatonia de nuevo.

Su hermano Esteban y él concluyen que, a pesar del poco apoyo recibido por las autoridades, les darán un voto de confianza para que proporcionen resolución al caso; al menos durante los nueve días de los rosarios luctuosos en honor a Laura, a los que el miércoles 7 de octubre –primer rosario– acudieron “no menos de unas 600” personas, asevera con dureza el tío de Laura. De lo contrario, advierten, llevarán las demandas a la acción.

“Ahorita la gente está tan indignada, que si nos empezamos a mover y sabemos algo, se nos van a lanzar luego luego a hacer los plantones para que sepan lo que está pasando”, atesta con entereza Esteban; lo que su hermano respalda, aunque hace hincapié de forma humilde, en que procurarán no llegar a ese límite.

Así pues, la plática concluye; pero aquel dolor, pena, impotencia, y la interminable lista de sentimientos inenarrables, permea en la familia Carrillo Padilla. Se despiden, dan vuelta, y esperan que la justicia se sobreponga al infinito desconsuelo.

 

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