El Peligro de Vigilar y Castigar
Qué paradójico, somos de las contadas instituciones de educación superior en el país donde profesores y estudiantes elegimos a nuestras autoridades y estamos muy lejos de haber establecido una comunicación franca y abierta entre nuestra Facultad y la administración central.
Escribo estas líneas con la intención de reflexionar sobre las serias implicaciones que tiene la posición asumida por la actual administración central de la UAQ de imponer un esquema de supervisión de las asistencias de los maestros a sus clases, tanto en Ciencias Políticas como en el resto de las Facultades de nuestra Institución. Cabe aclarar que dichas reflexiones son a título personal y emanan de lo sucedido en la reunión que tuvo el Colegio de Profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales el 13 de marzo del presente año, con la Rectora y el Secretario Académico de la UAQ, a fin de discutir el referido esquema de supervisión. En esa reunión la respuesta de la autoridad fue de no escucha y de imposición, a pesar de los sólidos y sentidos argumentos esgrimidos por maestros y estudiantes en contra de tal medida.
Para empezar, uno de los peligros de asumir semejante postura es que su carácter unilateral se contrapone a las cualidades que, en su más profunda acepción, requiere el ser portador de un alto cargo universitario, a saber: análisis meticuloso, pensamiento reflexivo, cuidadosa escucha y apertura ante la diversidad de ideas, a fin de poder llegar a acuerdos que enriquezcan a la institución y le den fortaleza y cohesión interna en un contexto cada vez más amenazante para la universidad pública.
Otro peligro radica en que vigilar y castigar impactan negativamente en el clima laboral universitario a costa de la cooperación constructiva y del factor que, sin lugar a dudas, conforma el cemento de toda organización social: la confianza. Que quede claro, sin ésta lo que sigue no es, como supone la cúpula administrativa universitaria, el ganar-ganar, ni siquiera el ganar-perder, pero sí, el perder-perder. ¿O, alguien en su sano juicio, piensa que, de verdad, el “triunfo” obtenido por la administración central en la mencionada reunión se va a traducir en un esquema de interacción que fortalezca a la Universidad en su conjunto?
Todo lo contrario. Desde la pasada administración universitaria hemos venido experimentando el paulatino pero sistemático desmantelamiento de la democracia en la Universidad. Qué paradójico, somos de las contadas instituciones de educación superior en el país donde profesores y estudiantes elegimos a nuestras autoridades y estamos muy lejos de haber establecido una comunicación franca y abierta entre nuestra Facultad y la administración central. Y cuando esto se da es porque la tensión ha crecido tanto que ya no queda otra salida. Y cuando exponemos nuestros puntos de vista ante la referida autoridad se ignoran nuestros argumentos en una lógica de poder que paraliza el diálogo constructivo.
Desde esta perspectiva, ¿qué sentido tiene mantener el actual sistema de elección de la autoridad universitaria si ni siquiera los cuerpos colegiados tenemos posibilidad alguna de incidir en los procesos de toma de decisiones? Más aún, ¿A dónde se quiere llegar con una práctica que, a todas luces, socava derechos fundamentales inherentes a nuestra condición como académicos y que implican un debilitamiento aún mayor de nuestra de por si precaria democracia?
A la luz de ello, me queda claro que lejos de fomentarse y cultivarse desde el pináculo de la autoridad universitaria una cultura de compromiso que contribuya a la cohesión y al entendimiento mutuo, se da un paso que ensancha el distanciamiento con dicha autoridad y contribuye a la polarización y la fragmentación en la institución, en un contexto en el que, si algo se requiere, es de una Universidad unida y cohesionada que tenga flujos abiertos de comunicación con la Rectoría.
En síntesis, nada bueno cabe esperar de una decisión que emana de un poder que sólo se escucha a sí mismo. En su brillante libro La Marcha de la Locura, FCE, la historiadora Bárbara Tuchman da cuenta de cómo ciertas elites, ante evidencias claras, las ignoran y actúan en sentido contrario a lo que todo mundo percibe, vive y propone, con desastrosas consecuencias para sus instituciones y sociedades. Toda proporción guardada, creo que en la UAQ estamos en un momento definitorio y la disyuntiva es clara: o la administración central reconoce con nobleza y altura de mira nuestro profundo y sincero sentir sobre el vigilar y castigar o unilateralmente impone su lógica coercitiva.
Dicho con otras palabras, en la UAQ el dilema de fondo radica entre tener, como los tiempos presentes reclaman, un liderazgo humanista que libere lo mejor que los universitarios tenemos en beneficio de la Institución, o contar con una gestión burocrático-tecnocrática inflexible que asfixie tal posibilidad, con elevados costos para nuestra realización plena como universitarios.
¿Por cuál alternativa finalmente se optará? Al tiempo.