En Psicología, hace cuarenta años…
A Carlos lo conocí hace 40 años. Fue en una sala de juntas de la Facultad de Psicología. Los estudiantes en ese año habían expulsado a un grupo de maestros, que correspondía al 60 por ciento del total del claustro de maestros de la Facultad. La contienda había tenido matices políticos, pero en el fondo se discutía la posibilidad de plantear nuevos enfoques teóricos, metodológicos y prácticos en la psicología. Se trataba también de democratizar los procesos institucionales. La crítica de la crítica se instalaba en la escuela de Psicología.
La reunión era para bosquejar cuál era el camino más adecuado para integrar a la planta docente a profesores de experiencia y a un grupo de recién egresados. Ahí estaban Fernando Tapia, Luis Fernando Flores, Mauro Betancur, Rosa María Torres, Manuel Guzmán, Ramón Quezada y otros que mi memoria no me da para recordarlos.
Carlos había estudiado en la Universidad de Boston y recién se incorporaba a la Universidad Autónoma de Querétaro. Cuando lo vi por primera vez me pregunté quien seria ese señor de canas bien pintadas y todavía mantenía el acento de los paisanos que retornan a nuestro país. Era un tipo lúcido y siempre se mostraba prudente en sus intervenciones. Para mí, como para Carlos, la reunión transcurría sobre una serie de afirmaciones que eran nuevas para nosotros. Conocía algunos antecedentes pero, como dice Pichón Riviere, una cosa es meter el cuerpo y otra analizar las cosas desde fuera.
La coyuntura era compleja. No sólo se planteaban movimientos de transformación en la Universidad. El corredor industrial de Querétaro se podía convertir en un espacio de creación de nuevos sindicatos independientes, colonias populares, bloques históricos de la sociedad que podían asumir posturas más críticas del conservadurismo de aquella época en el estado de Querétaro.
Para muestra un botón. Se había instalado en Querétaro una librería llamada “Vasco de Quiroga” o “Tata Vasco”. En ella se encontraban nuevas publicaciones que no necesariamente respondían a una sociedad conservadora y cuyo control político lo ejercía el PRI. Un día se intentó prenderle fuego. Obvio, los socios de la librería dejaron Querétaro para instalarse como profesores de la Universidad Iberoamericana en el Distrito Federal. Paralelamente, se distribuía un panfleto en toda la ciudad denunciando las sombras comunistas que azolaban las buenas costumbres de la sociedad queretana y se habían enquistado en la Facultad de Psicología.
Carlos y yo frecuentábamos esa librería-cafetería y discutíamos de un tema que le interesaba profundamente: la epistemología. Nuestro gran problema era cómo acercarnos a la epistemología de las psicologías de aquella época. Un texto nos ilustró: Psicología, Ideología y Ciencia, de Néstor Braunstein, que abordaba esos problemas de construcción del conocimiento desde la óptica del psicoanálisis y daba pie a la revisión epistemológica de otras corrientes de la psicología. A la par, conversábamos otros temas que tenían que ver con la escuela de Psicología y la Universidad y la sociedad queretana.
Otro momento importante que viví con Carlos fue el movimiento 8 de mayo. Una manifestación normalista había sido reprimida por las autoridades estatales. En su huida de los represores, los normalistas se asilaron en la escuela Preparatoria sur de la UAQ. Hasta ahí llegaron las fuerzas represivas e ingresaron a la prepa.
Se convocó a sesión de Consejo Universitario y con los mejores talantes de Carlos y otros consejeros universitarios se sacó el acuerdo de marchar junto a los normalistas en defensa de la autonomía de la UAQ y en apoyo al movimiento de los normalistas. En este proceso se abrió la posibilidad de constituir un comité de defensa popular del estado de Querétaro. Carlos y Luis Fernando Flores Olague estaban de acuerdo. Pero otras corrientes políticas privilegiaron el desarrollo del movimiento de la escuela normal.
La última a vez que conversamos Carlos y yo fue cuando habiendo estado dos años cursando una maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM intenté regresar a la UAQ. Carlos no sabía cómo decirme que las autoridades estatales y la rectoría de la UAQ ya no me aceptarían. Lo recuerdo preocupado y muy quebrado. Me sugirió hablar con el rector de aquel entonces, Braulio Guerra, a quien, por cierto, en su momento habíamos apoyado para llegar a la rectoría, tras la administración de Mariano Palacios.
Hablé con Braulio y regresé con Carlos y conversamos sobre los viejos tiempos, los avatares de la política universitaria y en parte compartíamos el sueño de ver el corredor industrial con sindicatos que mejoraran las condiciones laborales de sus trabajadores y no faltó el recuento de lo que con muchos colegas y estudiantes construimos en aquella época en la Facultad de Psicología y en la UAQ: la democratización de la Facultad de Psicología, el proyecto académico y la reorientación del plan de estudios de la Facultad, la constitución de un taller de investigación, el primer congreso de psicoanálisis y entorno social, la creación de la CESECO, el primer proceso abierto y democrático para la elección de un rector.
No lo volvería a ver. Me enteré años después de su fallecimiento. Ahora sólo recuerdo lo afable y los buenos modos de ejercer la gobernanza y alguno que otro debate sobre el terreno complejo de las epistemologías de las rupturas hasta los obstáculos epistemofilicos.