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Leer para sembrar futuros

La pregunta por el futuro nace de nuestra condición transitoria e itinerante y nos revela como sujetos abiertos, que esperamos y deseamos. Cuando pensamos en el futuro, nos interrogamos por los límites y las posibilidades de transformación de nuestra situación personal, colectiva e histórica. Definirnos como sujetos con futuro es abrirnos a la espera y a la esperanza, es salir de nuestro presente y proyectarnos, en tanto individuos y parte de un grupo social, hacia lo que está adelante en el espacio y en el tiempo.

Los contextos de crisis son proclives a atizar en los grupos sociales la incertidumbre, la especulación y la previsión en torno al futuro. Por lo tanto, las respuestas a la pregunta “¿Qué puede ocurrir después?” están siempre situadas y varían conforme a su contexto. No debe resultar extraño, en este sentido, que en el caso mexicano reciente —marcado por la inestabilidad política, el aumento constante de múltiples violencias: feminicidios, homicidios relacionados con la “guerra” contra el crimen organizado, desapariciones forzadas; el despojo territorial y el deterioro de los ecosistemas, la desconfianza generalizada en las instituciones y la fractura del tejido social— la pregunta por el futuro aparezca diseminada por múltiples campos del saber. En esta amplia gama que va desde la calculada previsión de los discursos científicos y las arengas idealistas y mesiánicas del poder ejecutivo, a la intuición del agorero, me interesa resaltar la importancia del discurso literario el cual se erige hoy como alternativa, como estandarte de la imaginación frente a los campos del pesimismo y la (hiper)racionalización.

Leer una novela de fantasía, de ciencia ficción; leer un libro de poemas o una novela gráfica, implica establecer un diálogo con un mundo (im)posible. Es decir, en el acto de lectura se deshace un espacio-tiempo viejo y se rehace un espacio-tiempo nuevo. El acto de lectura escenifica en sí mismo una apertura radical a posibilidades infinitas por venir.

Estoy seguro de que la lectura de obras literarias puede llegar a ser un revulsivo no sólo afectivo o imaginativo, sino también político. Podemos aprender a sensibilizarnos y a soñar, pero también podemos aprender a hacer mientras leemos. Para la crítica literaria Josefina Ludmer, los libros literarios funcionan como puertas giratorias “para entrar en la fábrica de realidad”. Esto quiere decir que las novelas o los cuentos son un ejercicio de “imaginación pública […], un trabajo social, anónimo y colectivo de construcción de realidad”. De forma semejante, Martha Nussbaum apunta que un factor crucial mediante el cual el lector sale de la obra y entra en el espacio público es la empatía. Cuando leemos aprendemos a sentir con las y los otros, a ver como las y los demás. Leer es acompañar a personajes ficticios en su viaje, pero también es un ejercicio de renovación de nuestra propia identidad.

Por lo tanto, el acto de lectura puede empujarnos del sedentarismo conformista a la puesta en marcha de nuestra esperanza en que otros mundos, otros modos de relacionarnos con las personas y con el entorno son posibles. Leer es una invitación a buscar algo que no está presente del todo, a encontrar algo que se ha perdido entre nosotros. Así, en cada libro que leemos ponemos en juego nuestro presente y nuestro futuro. Cada libro es una semilla de un cambio que puede suceder.

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