¡Oh, blanca hipocridad!

Las luces cálidas, el apapacho y la dulzura de la Navidad nos aguardan en una decena de días más. Pero nosotros siempre nos adelantamos a ella y buscamos ese calorcito desde principios de mes. Inclusive, desde septiembre declaramos inaugurada la mejor época del año, la cual culmina ahora con las fiestas de broche de oro. Y, efectivamente, en el frío invierno siempre vamos a buscar el apapacho de una chimenea.
Esas chimeneas pueden ser desde las que están en la sala de nuestra tía, o la misma tía, a pesar de que parezca más un hielo que una flamita iluminada los demás meses del año y no nos nazca el deseo de compartir el aire de la nevera con ella.
Es completamente cierto que en invierno buscamos esa chimenea que nos descongele el corazón. Nuestra proveedora de calor más grande es el sol. Un grupo de investigadores del Instituto de Investigación Baker, en Melbourne, demostró, tras un experimento llevado a cabo en 2002, que la cantidad de luz solar incide en los niveles de serotonina cerebral. Y que esta desciende en invierno. He aquí el culpable de por qué se siente el achicopale; por qué nuestras manos frías quieren enredarse en otras; o por qué no nos termina de satisfacer el comernos toda la alacena.
Es ahora cuando le decimos al sol thank u, next, y buscamos el calor de esa chimenea llamada sociedad. “Ya se va a acabar el año y quiero estar bien conmigo y con todes”, se dice. Y es que, mientras más amplio es el círculo social, hay más unión y más felicidad. Entonces, no falta la llamadita, los buenos deseos, el abrazo o el organizar el intercambio en el salón donde va el compadre al que varias veces le deseé quedarse sin papel higiénico en un baño público. Este vacío emocional de invierno nos hace tejer y retejer hilos con las personas para llenarnos de esa serotonina que el sol se llevó.
Otra chimenea donde buscamos calor es en lo material. Diciembre es un mes en el cual hay mayor porcentaje de gastos y despilfarro. Las compras navideñas para la cena, los dulces para las posadas o los regalitos. También está la pirotecnia, que perjudica al medio ambiente, a algunas mascotas y a personas con autismo y trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDA-H). Este consumismo hipócrita e inconsciente produce un episodio de felicidad y, al igual que las chimeneas de carne y hueso, también llena nuestro vacío emocional.
No está mal buscar una chimenea cuando nos estamos congelando. Es lo natural ante la descompensación de esa luz solar que nos hace sonreír. Más bien, el acento está en reflexionar sobre la genuinidad en nuestros actos, ya sea a la hora de dar abrazos e intercambiar deseos y regalos, como a la hora de consumir productos o servicios. ¿Realmente soy yo, o es mi yo triste del invierno y urgido por subirme a ese ‘tren del mame’ navideño?
Posdata: querida tía de hielo, yo sí te abrazo desde las llamas de mi corazón. Porque sé que, con cada abrazo, te derrito el hielo. Y te seguiré abrazando.