Aforismo forzado
Punto y seguido
Por: Ricardo Rivón Lazcano
@rivonrl
PARA DESTACAR: Cuántas cosas nuestras somos capaces de reconstruir, cuántas dejamos que otros reconstruyan por nosotros.
A varios grupos de jóvenes, durante varios años, les pregunté si alguna vez habían pensado en el suicidio. Tras el desconcierto de la pregunta insistí: Sí, ¿han pensado en algún momento del pasado, pasado que empieza en este instante? La abrumadora mayoría contestó que sí, una porción pequeña guardó silencio. Ninguno, ninguno expresó negativa.
Luego pedí hicieran la genealogía particular de esos pensamientos para al final condensarlos en frases cortas, precisas. Normalmente el ejercicio quedó inconcluso, algunos comentarios me confiaron su miedo a no ser fieles en la descripción o, simplemente, la incapacidad reconstructora del arqueólogo.
Cuántas cosas nuestras somos capaces de reconstruir, cuántas dejamos que otros reconstruyan por nosotros.
Algunos aforismos de Don Paterson y Gabriel Zaid. A los de Zaid les llamo aforismos forzados.
Don Paterson
-El aforismo es una breve pérdida de tiempo. El poema es una completa pérdida de tiempo. La novela es una monumental pérdida de tiempo.
-La caída y el vuelo son sensaciones casi idénticas en todo, salvo en el detalle final. Debemos recordarlo al ver a esos hombres y mujeres que parecen enamorados de su propia caída.
-No hay furia más justa que la de un pecador acusado del pecado erróneo.
-Todo lo que se mueve es fantasma.
-Hay escritores para quienes ninguna forma existe: demasiado listos para la novela, demasiado escépticos para la poesía, demasiado verbosos para el aforismo. Lo único que les queda es el ensayo –el medio menos apropiado para ser escarnecidos–. Terminan de críticos.
-Los poemas verdaderos son fugitivos, avergonzados de su humana procedencia.
-Ella no estaba a gusto con la idea de dejarlo solo en su casa, menos por los secretos que él podría descubrir que por la falta de los mismos. Esa carencia era, de hecho, su peor secreto.
-Me consideraba inmune contra las sirenas del suicidio hasta una mañana en que, de alguna manera, logré percatarme de un doloroso cambio radical; la idea se me ocurrió por casualidad. A partir de ese momento, me he atado al mástil de mí mismo.
Gabriel Zaid
-De muchos libros de la antigüedad no quedan más que fragmentos citados por otros. De muchos libros que se conservan íntegros, circulan nada más frases aisladas, a veces apócrifas.
– Ya no se lee a Jean-Baptiste Say, pero se cita su famosa ley («La oferta crea su propia demanda»), que nunca escribió
-Pocos han leído a Lord Acton, pero muchos citan aquello de «El poder corrompe», aunque la frase (nunca publicada por el autor, sino escrita en una carta) es: «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente».
-En Otras inquisiciones, «Sobre el Vahtek de William Beckford», Borges hace la broma de que «El original es infiel a la traducción».
-La Vida es sueño de Calderón de la Barca parece resumirse en el momento cumbre de leer o escuchar «que toda la Vida es sueño, y los sueños sueños son».
-Orson Welles se burlaba de los que van a ver las obras de Shakespeare para ir reconociendo las frases famosas. Sobre lo cual, Henry C. Bunner había escrito un epigrama: «Shakespeare fue un dramaturgo muy notable que vivía de escribir cosas citables».
-Federico Schlegel: «Varias obras de los antiguos se volvieron fragmentos. Muchos fragmentos modernos lo son de nacimiento.»
-Pensamientos: «Iré escribiendo aquí mis pensamientos sin orden, en una confusión no quizá sin propósito: tal es el orden verdadero, que señalará mi objetivo en el desorden mismo.» (Pascal)
-«Todos tenemos fuerza suficiente para soportar los males ajenos.» (La Rochefoucauld )
-Aristóteles integra a su Ética nicomaquea un pensamiento que tuvo autor, aunque nadie sepa quién fue, y que todavía circula en muchas lenguas, con las transformaciones que son de esperarse (cambio de ave, cambio de estación): «Pues así como una golondrina no hace primavera, ni tampoco un día de sol; de la propia suerte, ni un día, ni un corto tiempo, hacen a nadie bienaventurado y feliz».