A todo se acostumbra uno

A todo se acostumbra uno, —hoy diríamos también, una, une—, o más completa, a todos se acostumbra uno, menos a no comer, es una frase muy antigua que seguramente más de una persona ha escuchado, e incluso ha dicho y ha sido utilizada por nuestros familiares más antiguos, por ejemplo, las abuelitas o nuestros padres.
Cuando se habla de costumbres, generalmente se asocia a situaciones culturales, religiosas, sociales o familiares, por ejemplo, la ofrenda que se hace a los difuntos, o las posadas con las piñatas de 7 picos, o celebrar el día de la Virgen María, o festejar los cumpleaños, entre muchas otras; las cuales son practicadas de manera colectiva o grupal, sin embargo, también hay costumbres que se practican desde lo individual.
Las costumbres se adquieren al hacer algo de manera constante, habitual, frecuente y permanente, y no sólo tiene que ver con las acciones, también con lo que pensamos; nos acostumbramos a hacer ciertas cosas y también a tener ciertos pensamientos, respecto de hechos, circunstancias, personas, incluso, acerca de sí mismo; éstas, se van convirtiendo en algo tan normalizado, que, muchas veces no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo o de cómo estamos pensando, pues se convierten en algo habitual y que ya se hace de manera inconsciente.
Las costumbres forman parte de la visión que cada persona tiene del mundo, de las otras personas y de sí misma, son también parte de nuestros aprendizajes, de nuestra historia personal y colectiva. Generalmente son impuestas y no elegidas, y las aprendemos desde nuestra casa y desde que estamos en la infancia, por lo que, se van introyectando, como las creencias, que, muchas veces, al igual que las costumbres, las repetimos sin darnos cuenta o sin percatarnos de la afectación que está teniendo en nuestra vida.
La costumbre puede ser favorecedora, si los hábitos repetidos son benéficos para la persona, por ejemplo, si se tiene la costumbre de desayunar todos los días, o de comer con una regularidad en los horarios, o tener la costumbre de hacer ejercicio, o de cuidar de sí misma, o la de ser puntual, etc. Y aunque la frase con la que empezamos este artículo puede ser cierta, acostumbrarse a algo, a alguien o a pensar ciertas cosas, no siempre es lo más conveniente.
Hay situaciones, pensamientos, actitudes o personas a las que nos podemos acostumbrar, sin que eso necesariamente sea benéfico, por ejemplo, acostumbrarse a recibir malos tratos, ya sea por otras personas o por uno mismo, acostumbrase a la violencia, a la agresión, a no ser respetados o no respetarnos, a no manifestar cuando no estamos de acuerdo, a no denunciar lo que sabemos que no está bien, a no ocuparnos de nosotros mismos, o a pensamientos como: yo no importo, yo no valgo, yo no puedo, eso no es para mí, merezco todo lo malo que me está pasando, no soy capaz, y muchos otros que pueden ser peligrosos para nuestra vida y ser limitantes en la manera en como nos relacionamos con las otras personas y con el medio ambiente, en nuestro desarrollo, en nuestro estar en los ámbitos familiares, sociales, académicos o laborales, o en nuestro éxito.
No es tan fácil cambiar las costumbres limitantes, pues han estado con la persona por mucho tiempo, muchas veces de manera inconsciente y sin que se dé cuanta de que está haciendo o pensando de cierta manera, pues además forman parte de todo un sistema en el que estamos inmersos, y con las que hemos vivido y repetido durante muchos años, incluso décadas y que nos han sido transmitidas de generación en generación. Sin embargo, si empezamos a poner atención en qué y cómo lo hacemos, en qué nos decimos y qué pensamos de nosotros mismos, podemos empezar a darnos cuenta de ello y decidir si queremos cambiarlo para beneficio propio.