El juicio a García Luna: que nadie se salpique

Escribo esta columna el jueves 16 de febrero, cuando ha culminado el juicio contra Genaro García Luna. Así, bote pronto, lo primero por decir es que quedó a deber; sea como espectáculo mediático o como procedimiento judicial. Sobre lo primero, destaca el contraste con el juicio al Chapo Guzmán, cuyo traslado del Centro Correccional Metropolitano de Manhattan al edificio de la Corte Federal implicaba cortes a la circulación y acompañamiento aéreo, un despliegue policiaco literalmente de película. Venía bien a la narrativa y a todo el mito que ha acompañado la leyenda del capo sinaloense y que ha vendido series, libros y reportajes. Y venía mejor a la elaboración simbólica norteamericana sobre los bandidos mexicanos.
El encarcelamiento y juicio a García Luna tampoco fue una novedad absoluta. Froylán Enciso ha contado como la amenaza, las revelaciones y declaraciones a medios de comunicación sobre la complicidad de autoridades mexicanas (solamente) con los grupos delincuenciales, ha marcado buena parte de la relación bilateral sobre el tema. Especialmente a partir de los años ochenta, luego del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena.
A casi nadie le tomó por sorpresa la aprehensión del otrora policía super poderoso de los gobiernos panistas; en su historial había bastantes acciones de, al menos, abuso del poder. Pero la detención, parecía, abriría la caja de pandora y saldría parte de lo que nada más imaginamos. Hubo quienes colocaron incluso al expresidente Felipe Calderón como un posible futuro indiciado. Y a nadie le hubiera sorprendido; como tampoco le hubieran sorprendido otras revelaciones. Todas posibles, todas verosímiles.
Más allá de lo útil que pudo resultar políticamente, o precisamente por eso, la evidencia que aportó la fiscalía fue verdaderamente endeble. Y seguramente podría haber otro tipo de evidencia; pero, seguramente, implicaría también a funcionarios norteamericanos. Y aunque no sería sorprendente, sí al menos revelador. Pero acaso indeseable para las propias agencias antinarcóticos de los Estados Unidos.
El poder de la DEA, sus recursos presupuestales, su capacidad de influencia, dependen tanto del mito del monstruoso narcotráfico mexicano como de su pretendida eficiencia para hacerle frente. Nadie, ni de aquí ni de allá podía ni puede hacer muchas olas porque terminarían todos salpicados.
El resultado es todavía incierto. Aunque las pruebas son mayormente circunstanciales, es poco probable que el jurado absuelva a García Luna y evidencie el tamaño del fracaso de la fiscalía de los Estados Unidos, que más allá del veredicto, fracasó. Y sólo nos queda especular por qué.
Pero es indeseable, por buenas y por malas razones, que el exfuncionario mexicano salga absuelto. Pero si algo nos pueden enseñar los años de guerra contra las drogas es que como escribió Daniel Sada, porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Un título tan afortunado como certero que encierra todo el quehacer político-policíaco. En México, en Estados Unidos, y es probable que también en cualquier otro país.