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En su propia búsqueda

Las amigas hablaban de ‘las flacas’ para referirse a Brenda y sus hermanas; no pensaban que se molestaran porque las llamaran así; al contrario. Según las amigas, hasta habían de sentirse orgullosas: con el apodo les mostraban confianza y admiración.

Era verdad. Antes, se pensaba que una mujer era muy atractiva si estaba ‘llenita’. Pero, de un tiempo para acá, las mujeres buscan, más bien, verse delgadas. Dicen que las gringas se someten a dietas rigurosas, a fajas incómodas y a ejercicios extenuantes para parecer modelos de la belleza femenina. ‘Las flacas’ no necesitan ejercicios tan rudos para tener galanes tras ellas. Ninguna procuró su delgadez: la suerte las favoreció.

Brenda detesta su cuerpo, a diferencia de sus hermanas. Tiene 35 años, y le avergüenza ser una de ‘las flacas’. Según ella, los muchachos buscan más que huesos. Está convencida, desde hace tiempo, que por eso no ha conseguido pareja. Sufre porque teme que, de seguir así, se quedará sola de por vida.

Al cavilar sobre su historia y su futuro, siempre llega a lo mismo: se compara con su madre, a quien le conoce algunas intimidades. “Muchas veces −le dice a Yoya, la única con quien toca el tema−, he esperado a mi mamá, hasta muy noche o la madrugada, sin poder dormir. Aunque esté modorra, siento cuando llega, y me doy cuenta de que, apenas cruza la puerta, se tira en la cama; se suelta a llorar en silencio y habla a media voz. Ella ni se da cuenta de mí. Entonces maldice su suerte, pues no ha encontrado a nadie que la quiera realmente. Tiene cinco hijos, yo incluida; pero cada uno de padre diferente. Eso es porque mi mamá se ha enamorado varias veces, aunque nadie la ha querido (o, al menos, eso piensa). Al buscar que la amen, se desvive por el señor en turno, y termina empalagándolo… Se da cuenta y, entonces, se lanza más a un vacío sin amor. Jura que no recibe cariño porque no lo merece”.

Al oír a Brenda, Yoya analiza la historia de su amiga, más que la de la madre. Así ha sido, casi siempre, desde que se conocieron. En tercero de prepa, coincidieron en el mismo salón. Yoya se impresionó con la belleza y la figura esbelta de su amiga. Pronto se hicieron confidentes una de otra. Fue cuando se enteró de que la mamá de Brenda se casó con Isaac, y que ella parecía fundida al brazo de él, pues nunca se le despegaba. Su exigencia era tan asfixiante que, a poco de que se enteraron de que estaba embarazada (de Brenda), agobiado por la mujer, Isaac decidió huir antes de morir ahogado por ella. El dolor de la mamá, desde entonces, no le ha dado tregua para encontrar a quien lo sustituya. Por eso ha tenido tantos ‘novios’ y, con ellos, hijos: para garantizarse siquiera a uno como compañero de vida, aunque no la ame.

Yoya decidió estudiar psicología para apoyar a su amiga.

Al pedirle apoyo técnico a una colega, Yoya le confió el caso de ‘un paciente’, lo que le permitió ofrecerle después a Brenda un diagnóstico previo: “Parece que creciste con un temor básico a la soledad, generada por el supuesto desamor que vivió tu madre con Isaac. Tú no eres sólo su hija biológica, sino que también compartes su estructura psicológica y social; ella infundió en ti el terror de no ser amada y, por lo mismo, de estar condenada a una vida en profunda soledad. Parece que eso mismo te condujo a repetir la historia de ella, aunque provocada por ti misma: no es que ella tuvo novios ocasionales y cada uno, en su momento, la haya abandonado, sino que ella estructuró inconscientemente esa experiencia y los expulsó para convencerse de que no valía. Al confiarte sus convicciones, no sólo te sembró la conciencia de que tu padre te abandonó, sino también que −como ella− no puedes ser amada por ti misma. La soledad material y, peor, la soledad básica es tu única posibilidad, y eso aterra a cualquiera. Por eso, ahora buscas satisfacer al que se acerca a ti, para no quedarte sola (aunque, al fin, lo saques de tu experiencia íntima). O sea que crees buscar una compañía, pero, básicamente, te buscas a ti misma. Te aterroriza tu soledad vital”.

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