Ojalá que le gusten
Se dice en el barrio.
Querétaro, Qro.
Los organizadores se despertaron hoy entusiasmados. Aun así, al verse por la mañana, cruzaban miradas de duda. Habían hecho sus planes basados en la experiencia de la coordinadora general −que los orienta con sus conocimientos y años de trabajo−, pero temían no aplicar adecuadamente sus lecturas y prácticas. Aprovechando que niños y adolescentes de educación básica tienen sus vacaciones de fin de período lectivo, ofrecieron un curso intensivo de verano. Además de darles en él bases teóricas, también promovieron que los muchachos se hicieran preguntas sobre lo que se les ocurriera sobre los temas y que hicieran experimentos para probar sus respuestas. En este curso, los chamacos gozan por todo lo que van conociendo de la naturaleza, de las maravillas que encierra, de las respuestas de los ancianos cuando les preguntan sobre su vida, sus juegos y aventuras. Casi siempre, al escarbar la tierra y sacar piedras, debajo de la superficie encuentran restos de objetos, de aparatos rotos o cosas viejas, y se imaginan la vida de los antepasados y todo lo que hacían. Cuando van a las casas del barrio, les piden a las personas ya grandes que hablen de sus experiencias. Igualmente, cuando atienden a algún pajarito herido o meten un arbolito en la tierra, tienen que explicar qué hacen y para qué sirve.
Los muchachos que entran al curso de verano quieren aprender mucho, y por eso se la pasan haciendo preguntas y se entusiasman con lo que los organizadores llaman ‘investigar’. Los niños también están ansiosos por relacionarse con otros, algunos vecinitos cercanos y otros de más lejos; sienten curiosidad por conocer la vida de los demás, aunque también tienen miedo de relacionarse con ellos.
Para el último día del curso ya estaba prevista una excursión. En realidad, muchos se inscribieron sólo por esta actividad. Es que desde que comenzó el covid, los muchachos tienen pocas oportunidades de estar con sus amigos y salir de paseo.
Cuando se subieron al camión que los llevaría al vivero, primera parte de la excursión, fueron ocupando sus asientos. En el de atrás, a la izquierda, estaba Héctor; el lugar de al lado estaba vacío. Una vez que el autobús tomó la carretera, Estela −la coordinadora general− volteaba de vez en vez a ‘echarle una mirada’ a Héctor, quien tenía los ojos abiertos, pero no seguía el paisaje que iba dejando atrás el camión; más bien, parecía hundido en sus pensamientos. Estela fue a sentarse junto a Héctor y le preguntó qué le sucedía. Él le confesó que estaba pensando en Socorro, una muchacha que ya salió de la escuela, y ahora está en 2° de secundaria. Ella aceptó ir a la primaria, para ensayarles el vals que van a bailar cuando les entreguen la boleta de 6° año.
“Unos días antes” −cuenta Héctor−, “fue Socorro a la escuela para apoyarnos con el baile de fin de ciclo. Iba con su vestido amarillo, bonito, que la hacía verse preciosa, con un cuerpo maravilloso. Nos dijo que buscáramos una pareja, y todos agarraron a alguien; pero yo ya no encontré a ninguna muchacha libre. Entonces, con su teléfono pegado a la bocina, Socorro puso un vals, luego se me acercó y me dijo: ‘Para los ensayos, tú serás mi pareja’. Tomó mi mano derecha e hizo que se la pusiera en su cintura, tan delgadita. Nos daba instrucciones, y luego mostraba cómo había que bailar; desde luego, yo tenía que seguirle los pasos. Con cada vaivén, me parecía que me mecía en las nubes”.
Héctor terminó diciendo que, desde entonces, se la pasa soñando con Socorro. No va a bailar el vals de 6° con ella, porque Socorro ya hasta salió de la escuela y va en secundaria, pero no importa. “Es la mujer de mi vida”, dice Héctor, volviendo la cara a los árboles a medio crecer, al lado de la carretera. Estela entendió bien a Héctor: él está viviendo una nueva etapa del despertar a la vida. Ella sabe que el muchacho terminará uniéndose, probablemente, a otra mujer; pero ahora −dice Estela− él está enamorado del amor, por de pronto, con forma de Socorro. La voz de Héctor despertó a Estela de sus cavilaciones: “quiero llevarle a Socorro unas piedras planas y blancas, que me dijeron que hay en el parque al que vamos de excursión. Es mi regalo para que ella se dé cuenta de que es mi elegida. Ojalá que le gusten”, terminó, y volvió la cara, para ver el correr vertiginoso e inverso de los matorrales en la carretera.