Articulistas

Se cerraron las cortinas

SE DICE EN EL BARRIO

Querétaro, Qro.

Muchos niños ya no aguantan el encierro…, y sus papás tampoco. Lo bueno es que, dicen, ya bajó lo más fuerte de la pandemia. Algunas escuelas se están abriendo, aunque t con precauciones. Dizque en los camiones se ven otra vez los chamacos cargando sus mochilas con quién sabe qué tantas cosas. En radio informan que en muchos lados también se han reanudado actividades. Todo parece estar volviendo a la normalidad y ya salimos con un poco más de confianza a las calles; pero insisten en que “no bajemos la guardia”.

Precisamente el sábado pasado me invitaron a una actividad en la Casa de la Vinculación, con música en vivo, grupos de otros estados, prácticas de ecología, exposición y degustación de comida y artesanías de los municipios de Querétaro. Que agarro a mis chamacos y los cuatro nos fuimos a ver qué se iba a presentar.

Al llegar, saludé a mucha gente; casi todos éramos del barrio. Mis hijos se fueron a jugar con los muchachos y yo me dejé arrastrar por mis amigas. Me llevaron a un salón grande, donde estaba doña Juana, sentada al frente, entre muchos vestidos, blusas, ropa artesanal, rebozos y figuritas de barro. Ella es de un rancho de por la sierra, ya casi pa’ llegar a Hidalgo. Menudita y todo el tiempo sonriente, con el micrófono pidió que nos sentáramos, porque nos iba a dar una plática. Me sorprendió su vozarrón, porque al verla ya anciana, pensé que hablaba bajito. Tiene tiempo viviendo aquí; me dicen que cerca de las vías. Pero no se deja ver, pues se la pasa trabajando siempre en su taller. Al verla con atención, me di cuenta de algo que no había alvertido al principio: ta’ cieguita.

Doña Juana comenzó diciendo que, a sus veinticuatro años, poco después de haber tenido a su quinto hijo, se le cerraron las cortinas, pero nada más las de los ojos, porque otras se le abrieron mucho más: las de la nariz, del oído, de las manos y, sobre todo, del corazón. Cuando en esa época se le comenzó a nublar la vista, ella pensó que era un aviso de que se le acababa la vida. Lloraba mucho; no quería salir ni moverse, chocaba con todo, a cada rato se caía; dependía de su familia y ni al baño podía ir sola. Le daba tanta vergüenza que no quería hablar de eso. Los hijos y su marido le decían que los pobres sufren muchísimo, pero con el favor de la Lupita saben reponerse, pues conservan lo más valioso: ánimo y vida. Le pidieron que le diera pa’lante, pues se debía a su familia.

Desde niña, en el rancho, tuvo que hacerles la ropa a sus hermanitos; se volvió muy ducha con las tijeras y l’aguja. La mamá le dio una máquina de coser que está todavía muy buena; es con la que actualmente trabaja. Pensó que ahora podría dedicarse a la costura, que la falta de ojos no le iba a impedir hacer lo que bien sabía, sobre todo porque la gente del rancho decía siempre que ella era la mejor en lo de la cosida, como si tuviera ojos en los dedos; podía surcir, hacer dobladillos, voltear cuellos, agrandar o reducir cinturas, hacer ropa nueva con diseños de ella misma. Varios años se la pasó haciéndoles vestidos, pantalones, camisas y ropa de trabajo a los vecinos; aunque al principio les pedía apoyo para comprar tela, hilos, agujas; no les cobraba, pues cometía muchos errores. Al principio, trabajó con ayuda de su mamá y, cuando la vieja murió, con la guía de María, una hermana cuatro años menor. Poco a poco, fue cosiendo sin necesidad de ver; fue apoyándose en sus otras ventanas y aprendió a coser en medio de su ceguera. En poco tiempo, mucha gente del rancho se fue haciendo a la idea de vestirse con lo que ella elabora.

Pero tuvieron que salir de su tierra, porque ya no había agua y Julián ya no pudo continuar su trabajo agrícola. Se vinieron a la ciudad de Querétaro para sobrevivir. Consiguieron dos cuartos en el barrio y, de esa manera, llegaron a la zona. Al lado de los cuartos, en un pedazo de tierra, el marido puso un huerto pequeño, como en el rancho; de allí fueron cosechando lo que necesitaban para comer: jitomate, cebolla, yerbas, zanahoria, col, lechuga y hasta un limón y un aguacate muy nobles. que les ha dado para alimentarse diario, con el apoyo de unas gallinitas que les surten de huevos. Los hijos, ya mayorcitos, concursaron en un programa alemán que otorgó al matrimonio una beca modesta, con tal de que mantengan la costura de doña Juana y el huerto de traspatio de Julián, y aleccionen a la gente para que busque mantenerse con esas tareas y las difundan en el barrio.

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