Con la sociedad que da vida
Venga o no al caso, Julián dice que conoce muy bien su trabajo, que sabe más que sus clientes en qué falla el sistema, qué piezas y materiales usar. Quienes lo contratan saben qué quieren o buscan, aunque no saben lo que conviene, según estructura y usos de la casa, la fábrica o la empresa de que se trata. ´De a tiro´, casi nadie tiene idea de drenaje, ni a dónde va un desagüe. Muchos piensan que va por debajo de la casa y sale a la calle, pero no a dónde, aunque los de obras públicas escarban en la calle y, después, aparece la tapa de un registro en el que, dicen, desemboca el drenaje de su casa. De ahí en fuera, no entienden.
“El mundo donde vive la gente es complejo; pero de lo único que habla es de lo que nota a simple vista; quién sabe qué hay ´arriba o abajo´; ¡bueno!, arriba hay techos, pero abajo, ´pus´ no se ve nada”, dice Julián, quien no deja de hablar mientras revisa la instalación que da a la calle; y agrega: “Cuando yo era niño, por mi casa se levantó una colonia. Apenas salía el sol y los mirones ya estaban ante la obra; las máquinas iban ´p’acá´ y ´p’állá´, emparejando el suelo; luego vino la ´planchota´ de concreto y, encima, pusieron departamentos ´bien´ bonitos. Los anunciaron por todos lados y, ´como pan caliente´, se vendieron pronto”. Añadió: “Felices, los nuevos dueños los ocuparon; pero dos semanas después, o algo así, salieron a las calles a protestar porque tenían estancadas regaderas, fregaderos y hasta los excusados. Resulta que, apenas se vendieron las casas, la constructora se largó; nadie pudo reclamar. Luego de mucho exigirle, el municipio rompió parte del concreto y encontró que no había desagüe; simplemente se habían atornillado muebles de cocina y baño sobre la plancha. Tuvieron que desalojar la colonia para meter drenaje”. “Ésa es la importancia de lo que no se ve”, concluyó Julián con orgullo.
Habla como en nudos, mientras saca de su caja de herramientas las varillas y la máquina con que succiona tramo por tramo el drenaje; lo que se oye de él, cuando cesa de hablar, son ruidos guturales que siguen las notas del drenaje. Las palabras de Julián parecen lodo o basura amontonada en la tubería, en monosílabos que se empujan unos a otros o se impiden el flujo; parecen borbotones que, intermitentes, de vez en cuando salen de una tubería tapada; parece, de repente, como si fuera una llave que se quedó abierta cuando estaba vacía y de repente, al llegar el agua, salen chorros que inundan de frases o sonidos inconexos. Es difícil entender lo que dice si no se esfuerza uno en ligar los grumos de sus palabras.
Julián habla con una comprensión extraña de mundo. Trabaja en cañerías, excusados, desagües y más; su ambiente es, propiamente, subterráneo, aunque a veces arregla fregaderos, regaderas y estructuras externas. Su actividad es sobre todo con esa sustancia bajo tierra (oscura, fétida, de lodos pegajosos y herrumbre), su contacto básico es con los habitantes del inframundo (cucarachas, gusanos, insectos, plantas de aguas residuales, amibas, que han hecho de las aguas negras su espacio propio, su hábitat).
“Me gusta hacer las cosas bien, a ´profundidad´”, tartajea Julián con orgullo, como si levantara el trofeo del primer lugar de seres fecales. “Antes hacía mis trabajos sin importarme cómo quedaran; muchos me decían que yo nomás los hacía ´por encimita´, y se enojaban. “Entendí que la gente espera que uno trabaje ´a fondo´” y, después de interrumpir por instantes la ilación de su pensamiento, narra con orgullo mal disimulado: “Un día, un cliente (se notaba que tenía mucha ´lana´), me pidió un trabajo; le dije que no podía, porque soy muy ´derecho´ –hay que ser honesto, por encima de todo–, y que sólo lo podría atender una semana después. Me dijo que me esperaría, pues le gusta cómo hago las cosas, y prefiere dejar sus fallas sin arreglar antes que darle la chamba a otra persona (que quién sabe qué porquerías le hará)”. Julián nunca da la mano. ¿Por lo de la sana distancia?; según dicen, viene una tercera ola del ´covid´, más agresiva que las anteriores. Pero él “rehúye el contacto físico” desde hace años, antes de la pandemia; quizá porque, pues destapa caños y vive entre alimañas del drenaje, da asco tocarlo.