Así que “cualquiera” puede ser profesor
Para destacar: Ser profesor normalista “moderno” implica muchas cosas: No basta sólo con saber dar clases; hay que formar integralmente a los niños y adolescentes que están a su cargo. La educación familiar es insuficiente. Los menores aún requieren, en cualquier lugar, de una estructura que los contenga y oriente, para saber comportarse según las circunstancias.
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
Recientemente Francisco Domínguez y Juan Díaz de la Torre sonrieron ante las cámaras, confirmando su apoyo a la reforma educativa neoliberal. No importa que el primero sea de un partido, tradicionalmente opositor al del gobierno federal, ni que el segundo sea el secretario general del SNTE, quien debiera luchar por los derechos de los maestros. A ninguno parece importarle lo que implica ser profesor, ni por qué reforma es dañina para la mayoría de la población.
Ante el anuncio de Nuño Mayer, de que terminó el “monopolio” de las normales y “cualquiera” podrá ser profesor, (si pasa el examen), importa analizar qué implica ser maestro normalista. ¿Por qué algunos conciben sin más, que “cualquiera” puede serlo, sin asumir lo mismo para otros oficios? ¿Quién aceptaría que “cualquiera” ejerciera de médico, abogado, aeronauta o ingeniero…, sin haber sido formado seriamente en esas profesiones?
Es cierto que la mayoría tenemos alguna experiencia en educación, como padres, madres o hijos de familia o como estudiantes, al menos de primaria. Pero no es igual ser educado que ser educador; ni la educación familiar es igual que la escolar; ni se parecen las escuelas de la élite, a las públicas; tampoco es lo mismo enseñar a universitarios, que a párvulos.
Para comprender la complejidad de la profesión normalista, hay que abordar diversos asuntos. Aquí me referiré sólo a lo que implica enseñar a menores.
Cierto, que algunos de quienes hoy son maestros de nivel básico (los menos), llegaron a esta profesión, por caminos distintos a los de las licenciaturas normalistas (Ver: “Ser maestro rural, ¿misión imposible?”, Cecilia Fierro). Pero muchos de ellos desertaron por la dificultad, y si otros lograron dominar el arte, fue después de muchos años de práctica, y no siempre pudieron trascender la concepción autoritaria de la educación.
Ser profesor normalista “moderno” implica muchas cosas: No basta sólo con saber dar clases; hay que formar integralmente a los niños y adolescentes que están a su cargo. La educación familiar es insuficiente. Los menores aún requieren, en cualquier lugar, de una estructura que los contenga y oriente, para saber comportarse según las circunstancias.
A pesar de los ideales del “deber ser”, los chicos no siempre reciben de sus padres suficiente contención ni manifestaciones de amor. Los primeros andan muy ocupados trabajando, o muy distraídos por la sociedad de mercado; los segundos reciben con frecuencia, en cambio, chantajes afectivos, agresiones vitales, demandas contradictorias, mucha presión y abandono.
Los niños de hoy suelen estar solos mucho tiempo y sometidos a un poderoso y casi omnipresente bombardeo mediático de mensajes comerciales y promotores de violencia. Aprenden constantemente, que es mejor comprar, que esforzarse por producir; que ir a Google es más fácil que indagar; que entretiene más el “feis” o “youtube”, que leer; que lo valioso está en lo fácil, rápido cómodo y divertido; que estudiar no tiene sentido, y es más seguro delinquir para obtener dinero, que cursar muchos años una carrera, sin saber a ciencia cierta, si al final podrá uno encontrar empleo; que hay que ser egoístas y andar bien armados para defenderse de las agresiones de los compañeritos.
Enseñar a leer y a escribir a esos niños, ayudarlos a aprender geografía, matemáticas, historia, ciencias naturales y demás, implica ser capaces de llamar y mantener su atención, arrebatándola de los medios comerciales y de sus dramas familiares; saber provocar en ellos un poderoso deseo de saber y promover que descubran o construyan los sentidos “para sí” de los contenidos escolares; saber propiciar cambios en sus estructuras cognitivas y afectivas, rompiendo creencias previas erróneas, que dificultan fuertemente el acceso a nuevos conocimientos.
Lograr esto requiere del profesor tener bases de epistemología y psicogénesis de los contenidos que enseña, y demás.
Trabajar con 50 niños de clases baja o media, hacinados en un aula en malas condiciones, que sólo admite 30, y que integra a varios con necesidades educativas especiales, requiere saber no sólo de dinámica grupal y psicoanálisis, sino también de etología humana, sociología y antropología social.
Sólo enuncié un tema de muchos que debieran considerarse a profundidad.
¿Puede medirse la capacidad de un normalista con un examen por internet, como el de la reforma? ¿Cualquiera podría suplir a los maestros despedidos?