Opinión

Ayotzinapa: la guerra declarada

Por: Abelardo Rodríguez Macías

“Lo viejo, lo consolidado, lo inerte, lo muerto se resiste. Esta resistencia la encontramos tanto en la izquierda como en la derecha, en todo lo que no interpreta y revive la existencia del nuevo sujeto (…) Lejos de nosotros el subvalorar la fuerza de esta resistencia negativa: ella hace pesar sobre la profundidad ontológica una superficie de muerte, y sobre el ansia de la transformación la obtusa inmovilidad del poder. Sus medios son amenazadores, su voluntad rígida. Un ‘fascismo universal’ es el que domina el mundo”

Antonio Negri, en Fin de siglo. 1992.

UNO.- Las muertes y desapariciones acaecidas en Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014 fueron el punto de quiebre en una larga saga de agravios a los pueblos de México. Fue el detonante que hizo explotar la indignación colectiva y que nos demostró, a los agraviados, que el Estado al servicio del Capital nos declaró la guerra hace mucho tiempo.

Si no aceptamos la existencia de esta guerra porque todavía no tenemos muertos o desaparecidos en nuestra familia, no importa. Si no nos gusta la guerra y preferimos no verla porque consideramos que todavía “tenemos mucho qué perder”, no importa. Si nos declaramos pacifistas y decidimos ver la violencia sólo a través de películas y documentales desde la comodidad del cine-club “radical”, no importa. Si omitimos esta guerra contra nosotros o la miramos de soslayo desde nuestras vidas personales o nuestros “otros mundos posibles”, como los huertitos urbanos o nuestros proyectos sociales o culturales, tampoco importa.

La guerra está ahí, frente a nosotros, contra nosotros, no “en el más allá” de Guerrero, Chiapas o Latinoamérica, sino aquí y ahora, en nuestras colonias, escuelas y trabajos, dañándonos en nuestros espacios y vidas, ganándonos batalla tras batalla. Los cientos de miles de ejecutados, desaparecidas y encarcelados injustamente se suman a otros cientos de miles de despojados de sus tierras ejidales, de sus territorios, bosques y aguas. Los millones de víctimas claman desde el silencio de sus tumbas, desde la soledad de su esclavitud sexual o laboral, y desde sus arduas y peligrosas luchas locales un ¡Ya basta! al mal gobierno. Toda esta energía indignada es lo que detonó Ayotzinapa y ha desbordado al Estado y sus partidos políticos, demostrando que su opresión y poder pueden ser vencidos.

DOS.- Debido a su corrupción interna y externa, y a la traición a sus representados, los partidos políticos venían arrastrando una larga cauda de desprestigio y desencanto de parte de la llamada ciudadanía. Sin embargo, las muertes y desapariciones acaecidas en Ayotzinapa detonaron el quiebre definitivo de la legitimidad de todos los partidos políticos de México, incluido MORENA, el partido de Andrés Manuel López Obrador, AMLO, que se había erigido como “la esperanza de México”, pero que como organización alternativa a la podredumbre electoral nació muerta, y cuyo futuro también es ahora nulo, por no apartarse de la lógica de poder, corrupción y anti-democracia que carcome a todo el sistema político mexicano.

AMLO instruyó a sus correligionarios de MORENA a “no desgastarse en lo local”, que lo que importaba “era lo nacional”, es decir, su tercera candidatura presidencial, siendo aquí donde radica la miopía de un caudillo como López Obrador, pues todas las candidaturas locales fueron decididas directamente por él, sin tomar en cuenta a las bases y pasándose por el arco del triunfo los procesos democráticos. Esto fue lo que pasó en Iguala con la designación del expresidente municipal narco José Luis Abarca y con el candidato a la gubernatura por MORENA, Lázaro Mazón, protector de Abarca y exsecretario de Salud del exgobernador Ángel Aguirre, todos ellos coludidos en la muerte y desaparición de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa.

Y fue precisamente en lo local donde tuvo su némesis MORENA y también el gobierno de Peña Nieto. No en vano el doctor Leonardo Busclagia, de la Universidad de Columbia, y especialista internacional en seguridad, asevera que el 67 por ciento de los municipios en México están infiltrados por el narcotráfico. Sobre esta información podemos decir que no sólo tenemos un Narcoestado, sino que el quiebre de todos los partidos políticos ha creado un vacío de poder que, si no lo ocupamos los pueblos de México y sus organizaciones para enfrentar esta guerra en contra nuestra, lo ocuparan otras fuerzas que nos pueden llevar a una narcodictadura.

TRES.- La guerra contra los pueblos de México ha destruido el tejido social en su escala primordial: los municipios. La destrucción del municipio, que debería ser libre y soberano y base social y política de la nación, ha facilitado la intervención del Capital y su espejo, el narcotráfico. La muerte de los municipios propicia la llegada al poder de grupos de interés, ya narcotizados, y facilita la rápida e ilícita prosperidad de la delincuencia organizada, que ahora incluye a narco-políticos.

En este contexto surgen otros tres procesos no menos graves que han emergido en el marco de un Narcoestado, como son, en primer lugar, la militarización, impulsada en el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), siendo la matanza, sin justificación, de 22 jóvenes en Tlatlaya, y llevada a cabo por el Ejército Mexicano su ejemplo más contundente.

En segundo lugar, la paramilitarización impulsada a partir de este sexenio y cuyo ejemplo más reciente de su nefasta creación son las cada vez más numerosas ejecuciones de grupos “especiales” de policías  municipales, como “Los Hércules” de Matamoros, quienes reciben órdenes directas de la presidenta municipal, y que recientemente mataron, también sin justificación, a cuatro jóvenes, tres de ellos hermanos.

Y en tercer lugar, los guardianes del capital, es decir los 40 mil elementos de la Gendarmería Nacional, cuya misión primordial es la de salvaguardar las mineras y toda la infraestructura de explotación y despojo de los grandes corporativos capitalistas. El Narcoestado mexicano tiene sólo una prioridad: salvaguardar los negocios de unos cuantos. Por eso el país se cae a pedazos. Esto fue lo que hizo visible la tragedia de Ayotzinapa. Por eso es un error considerar este hecho como algo aislado. Ayotzinapa no es una coyuntura ni tampoco sólo un movimiento estudiantil. Ayotzinapa es una de las mil caras dolorosas que tiene la realidad estructural del Narcoestado.

Sería otro error quedarnos en la catarsis de las marchas y protestas. Si los pueblos de México, incluidos los urbanos, no nos organizamos más allá de los membretes, si no creamos un piso común para autodefendernos y detener la delincuencia organizada dentro y fuera de Estado, habremos de perder cientos de miles de vidas más y condenar a la próxima generación a un infierno peor del que vivimos. Todavía no tocamos fondo y bajo la actual situación, o nos salvamos todos o no se salva ninguno.

CUATRO.- Pero si las instituciones públicas del Estado Mexicano están languideciendo, no es por un proceso fortuito o natural, sino por la voluntad expresa de los poderes fácticos que son los que realmente dirigen este país al abismo. ¿Quiénes son estos poderes fácticos? Concretamente la élite económica y política que se reparte la riqueza nacional, constituida por empresarios nacionales y corporativos trasnacionales.

Esta élite se ha apoderado del Estado desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), hasta la fecha, utilizando al PRI y al PAN directamente y contando con la complicidad del PRD y los otros pseudopartidos para acrecentar sus ganancias en un contexto de profunda crisis del capitalismo.

Esta crisis ha volcado a los grandes corporativos de negocios a extraer directamente sus ganancias del despojo directo de materias primas y riquezas naturales. Siendo los más afectados los pueblos indígenas y campesinos. Las reformas estructurales de Peña Nieto son el eslabón más reciente de la pesada cadena que se nos ha puesto en el pescuezo a todos los mexicanos y mexicanas. De hecho, para eso a pusieron Peña Nieto como presidente. El reblandecimiento de las leyes protectoras de gente, de tierras, de aguas, de bosques y de derechos laborales, es un requisito que imponen los grandes corporativos a los países para garantizar ganancias extremas.

Un ejemplo de esta aberrante venta del país es la reforma al sistema de justicia nacional, los llamados juicios orales son en realidad una forma de favorecer a los grandes capitalistas en litigios contra pueblos y comunidades que pretendan defender sus recursos naturales. Cosa que ya sucedió en países como Canadá, cuyo gobierno, por cierto, es de los pocos en el mundo que no ha tenido el gesto diplomático de condenar los hechos de Ayotzinapa.

Otro ejemplo aberrante fue la multa que pagó el Grupo México por contaminar de por vida el río Sonora. La multa, establecida en la legislación mexicana, y por cierto muy cacareada por el Partido Verde, le salió más barata a uno de los hombres más ricos de México y el mundo, como lo es Germán Larrea; más barata que instrumentar una explotación minera limpia, si eso fuera posible. Y por si esto fuera poco, este mismo millonario va por una cadena nacional de televisión, desde seguramente seguirá contaminando la mente de millones de gente. Este es el fondo de la crisis del Estado Mexicano y también de la guerra contra todos los mexicanos y mexicanas: el business are business de una élite criminal hecha gobierno. Si esto no es una declaración de guerra, ¿entonces qué es?

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