Fenómeno

En el divertido juego de las apariencias, algunas figuras de la derecha política se han apartado de sí mismos para adoptar la farsa de ‘hablar rudo’ y parecer de ‘mucho barrio’ para ‘llegarle al pueblo’. La lejanía que por siglos han mantenido respecto de cómo vive realmente la gente su cotidianidad los ha llevado de ridículo en ridículo. Ese fue el caso del nieto de un hacendado porfirista que guardó su lenguaje solemne y adoptó un tono histriónico y bravucón. Con un problema: al conservar la voz engolada que lo delató, se acentuó el tono impostado que evidenció su pobre montaje escénico.
Es cierto que el espacio público pasó en México de las abstracciones institucionales y litúrgicas a un lenguaje de vinagre hirviente y a los gritos de sosa cáustica. Por ejemplo, una mujer que busca la nominación de la derecha para la capital del país se solaza en sus desplantes violentos y suele lanzar retos que, eso cree ella, le producirán una imagen de vigor viril. “Al que me pongan, donde me lo pongan, lo voy a hacer pedazos, lo voy a destrozar«, exclamó hace unas semanas.
La candidata presidencial prianista es un caso que roza lo grotesco; por corriente no la habría aceptado ni Palillo en su carpa y, a lo sumo, habría aspirado a imitadora sin gracia de la India María. En su creencia de que así se volvería más atractiva, se ha obsesionado con un elemento característico del machismo mexicano hasta rebajar la cosa pública a volúmenes testiculares. Al principio, durante agosto y septiembre, la candidata recorrió el país presumiendo sus ovarios, sobre todo para ‘enfrentar a la delincuencia’. Lo hizo en León y en Mazatlán, lo mismo que Zacatecas y la Ciudad de México donde, por cierto, precisó que los tenía del tamaño ‘de una toronja’. Fenomenal.
Desde luego, en su visita a Querétaro no pudo reprimir ese deseo de ser vista como la más fina y femenina versión del macho mexicano, bragado y atrabancado, chorreando testosterona. En un salto cuántico, para compensar sus limitaciones intelectuales, pasó de los ovarios a los huevos y su más notorio derivado, como cuando habló de los huevones a los pies del ángel de la Independencia, o cuando se proclamó a sí misma como ‘un dolor de huevos’. Ya para entonces no eran sólo huevos, sino ‘muchos huevos’, como precisó el 21 de septiembre.
Con estos aderezos entiende uno a qué se referían sus maravillados amanuenses cuando hablaban de ella como ‘un fenómeno’. Quizás un fenómeno de procacidad y vulgaridad que a nadie debería espantar, como tampoco debería asustar verla ante un platillo con formas fálicas en una cantina de Chihuahua, porque simplemente se está mostrando tal cual es, con su visión del mundo, que incluye la determinación de conquistar la admiración de algunos retrasados mentales que se nutren de sus gracejadas cada vez más insulsas. No ha faltado quién hable de la alerta encendida entre sus patrocinadores porque están incrementado sus negativos y a su propio electorado femenino potencial le produce ‘asquito’ y un poco de ‘guácala’ imaginarla con sus muchos huevos bajo el huipil. Sí, a lo mejor es esa clase de ‘fenómeno’ circense del que estaban hablando.