Pitol para días rabiosos

Cuando cumplió sus 60, Sergio Pitol volvió sobre una autobiografía escrita tres décadas atrás, cuando toda su vitalidad era remolcada por la ficción literaria. Su mundo no era el mundo de la gente común, en su mundo sólo cabían la perfección de la forma y los personajes creados por la literatura. A años luz del aire petulante que domina su escritura juvenil, recordó que “algunos jóvenes intelectuales comenzaban a buscar un trato más íntimo con el poder que con las musas” y admitió que se sentía entonces atraído por la oposición de izquierda. Deseaba la fortaleza de la izquierda pero los métodos de los opositores eran “confusos, limitados y situados a una notable distancia de cualquier elemento de realidad”.
En la entrada de la vejez, Pitol se había apeado ya del caballo brioso de la imaginaria perfección y cuando no se movía sobre sus pies, acaso iba montado sobre el burro de la terca realidad. Comprendió que la política había que observarla desde sus condiciones reales y no forzar éstas para que cupieran en sus abstracciones. Agregó algo más. Al lado de la retórica hueca dominante, le enfermaba entonces, “más que nada”, “el conformismo de grandes sectores de la población” frente a lo que él llamaba “estrechez de nuestra vida democrática y el atraso del país”.
Puede uno imaginar al viejo dialogando y forcejeando con el joven que miraba al mundo desde los ideales. Al sumergirse en las hondas aguas de su retrospección, y puesto a saldar cuentas con su pasado personal, el escritor lo vio todo con claridad, incluidos sus móviles: “Eso me lo decía entonces, y era cierto. Pero ahora me parece vislumbrar que en buena parte ese estado de frustración se ligaba al hecho de haber publicado unos cuantos años atrás un primer libro de cuentos que pasó inadvertido…”
Le dolía pasar inadvertido para los lectores y para la gente del poder. Algunos que hoy se recuperan a sí mismos como intelectuales y críticos, no parecen haber acumulado la experiencia de Pitol y se quedaron instalados en el cero de sus adolescentes comienzos, comiendo y cenando literatura y cine y música, despegados de la plebe y sus taras. Tremendistas, dicen que un destructor está destruyendo al país y que el barco nacional está a pique, cuando es su mundo personal el que, habiendo perdido lo que lo sostenía (ingresos y alguna idea), sí, es su mundo personal el que está a pique.
Como todo es autobiográfico, retórica antiautoritaria y alegatos de pluralidad incluidos, es sano que cada quien le rasque a los motivos viscerales de su ánimo mañanero. Sin duda, nuestras altas opiniones dan cuenta de cómo nos está yendo en la feria (en la feria de la economía, claro, y en la feria de las retorcidas fantasías personales). No es el país, son sus almas fatigadas. No es el país, son sus certezas fulminadas. Conocidos que antes arañaron la rebeldía de pensar y hasta lucían con gracia su buen humor, hoy han exacerbado sus funciones intestinales y testiculares y se han vuelto rabiosos, dogmáticos e intratables.
Amén.