Punto y Seguido

Culpables del porvenir

Marx lo sabía y lo describió magistralmente. En la coqueta frontera entre la realidad y la ficción, Marx proveyó a los políticos del mundo, unidos o no, de la justificación más contundente si la hay: todo el porvenir es culpa de las administraciones pasadas. Escribió en el 18 Brumario:

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución -francesa- de 1789 a 1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848 –primavera de los pueblos- no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero solo se asimila el espíritu del nuevo idioma y solo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal.

 – Si fuésemos racionales, de acuerdo a la clásica definición, tendríamos certidumbre de que por este camino no hay más ruta que seguir cayendo, seguir, como dijo otro clásico, radicalizando las contradicciones para beneficio de demonios. Pero no, la racionalidad da paso a la estupidez. Caminamos al despeñadero imaginando que tenemos alas para volar.

López Obrador dijo que para recuperarse de la enfermedad de la corrupción, era indispensable dar un primer paso: reconocer que se es corrupto. Creo que el propio presidente debe reconocer que el encono nacional, al cien como está, tiene como causa principal su discurso cotidiano de división, su burdo maniqueísmo. No estaría de más que también reconociera que las cosas no van tan bien como todos quisiéramos.

– Mientras la delincuencia controla bastos territorios humanos y las cifras oficiales muestran que el horizonte económico no es más prometedor, nos dedicarnos a obedecer las consignas de la guerra maniquea: nos afanamos en dinamitar la credibilidad de unos y otros; gobierno y opositores, ciudadanos y pueblo bueno; académicos y periodistas; ricos y pobres; empleadores y empleados…

– No es cierto que todo quede en las benditas redes sociales. Ahí está la perfidia entre periodistas, la mal llamada comentocracia luciendo intensidades diversas de hipocresía, están las “conversaciones” en el trabajo, la escuela, el estrés y la polarización en los espacios públicos. Convocar al dialogo respetuoso ya suena hueco.

– Repensando el capítulo XVIII de El Príncipe: «si [el príncipe] logra con acierto su fin, se tendrán por honrosos los medios que a ello conducen», «pues el vulgo se fija solo en exterioridades y se deja seducir por el éxito».

(Ver: La Feria, columna de Salvador Camarena, 14 mayo 2019)

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