Se dice en el barrio

A pierna suelta

Necesitaba comprar varias cosas, porque mis hijos ya volvieron a clases, y no quiero que vayan a la escuela sin haber tomado algo sustancioso. Mi mamá siempre me decía: “Puedes dejar de comer o de cenar, pero nunca te quedes sin desayunar. Con eso aguantas todo el día”. Siempre me acuerdo de sus consejos. Por eso hoy fui tempranito al mercado. Ya venía de regreso, con dos bolsas llenas de frutas y verduras; pesaban mucho. Las puse en el suelo un momento, para descansar.

Me llamó la atención que, a un lado, un señor hablara con dos personas, flacas y desharrapadas, sentadas en el suelo. Puse atención y oí claramente que les decía que tuvieran cuidado: que había dos hombres, en una camioneta sin placas, que andaba dando vueltas por allí; en movimientos bien ensayados, rápidos, bajaban, tomaban desprevenida a la gente, la trepaban a la camioneta y desaparecían sin dejar huella. Nunca más se volvía a saber nada de ellos.

Tomé mis bolsas, me fui a casa, les di su desayuno a mis hijos y los mandé a la escuela. Ya cuando regresaron, comimos y les pedí que hicieran la tarea. Yo me fui a mi reunión semanal con mis amigas, que organizan encuentros con gente que sabe muy bien lo que pasa en Querétaro y en el barrio.

Precisamente, en esa ocasión, llegaron unos maestros de la UAQ, para platicar con nosotras. Nos dijeron que siempre han desaparecido personas (sobre todo, indigentes y jovencitos), pero que ahora esto se ha vuelto más frecuente y descarado. Hablaron de investigadores que andan tras la pista de presuntos raptores; de ellos dijeron que son gente que trabaja incondicionalmente para políticos, millonarios y autoridades de la policía, que los protegen; estos raptores, insistieron, espían a algunas personas, capturan a las que no tienen documentos, las encierran en galerones y, luego, les extirpan riñones, pulmones, hígado, corazón y otros órganos, que venden en miles de dólares a gente que paga muy bien por los injertos.

También nos dijeron que los ‘donadores’ mueren finalmente, vaciados de vísceras y órganos vitales, pues a sus captores no les interesan las personas, sino sólo que sirvan como abastecedores de partes del cuerpo para entregarlas a quienes pagan. Además, como esos ‘donadores’ son, en realidad, gente muy pobre y, con frecuencia, sin familiares, nadie los reclama y son olvidados, tirados ‘por allí’ en una fosa común. A eso se puede añadir −dijeron los maestros− que, como son gente capturada en la calle o en zonas donde fácilmente se pueden dar por perdidos, tampoco son sometidos a tratamientos especiales para garantizar su salud o ausencia de enfermedades contagiosas, por lo que los receptores quedan expuestos a alguna posible infección o a ‘heredar’ algún mal no visible a simple vista.

Pero, eso sí, los que mueven o dirigen el negocio se llevan millones de dólares a sus bolsillos, a costa de los asesinados y de los que hacen la tarea sucia de raptar a los ‘donadores’, de intervenirlos quirúrgicamente y de realizar los injertos, y quedan impunes de sus crímenes. Por el contrario, aparecen en revistas de moda, en reseñas de grandes fiestas y en encuentros internacionales.

Sin duda, es un negocio criminal tejido a través de redes bien establecidas en diferentes partes del mundo, y que tienen identificadas poblaciones frágiles, por la carencia de leyes o de instituciones que las atiendan, como las del Pacífico Sur, las de Oriente Medio, África y parte de América Latina.

Muy alarmada por la plática, regresé a la casa. Después, me acosté, pero esa noche no pude dormir bien. A cada rato me levantaba, para ir a ver cómo estaban mis hijos. Al ver que dormían a pierna suelta, finalmente me regresaba a mi cama, rogándole a Diosito que me los cuidara.

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