El colágeno

Cuando los conocí, me cayeron muy gordos o, pior, me dieron miedo.
Una tarde, mi marido me comentó, como sin darl’importancia, que’l viernes s’iba p’al otro lado. Como dicen por ‘ái, al oírlo, me acalambré. «No juegues», le dije; «ya sabes que yo todo me lo creo, y tú vienes con este chistecito». Mi Manolo se puso muy serio, y hasta parecía qu’iba a soltarse a chillar. Ton’s me di cuenta de qui’ablaba en serio. Confesó que desdi’ace días andaba en ésas, con unos amigos del barrio, pero no me lo comentaba pa’ no priocuparme. También me confesó que muchas veces, en la casa, se sentaba, como ido, pero en realidá veía que yo’ndaba tronándome los dedos porque no alcanzaba ni pa’ un caldo de huesos. Me juró y perjuró que sus cuates podrían encontrar chamba rapidito; que ‘tons, m’íba a enviar el dinero que le cayera. Yo m’ice la mensa, como que le creí, aunque sabía que no era tan fácil.
Al fin, él se fue, y yo me quedé p’apechugar lo que viniera. Pasaba el tiempo, y de mi Manolo ni sus luces; no supe a dónde fue a parar.
Busqué y busqué trabajo, y nada. Lo único que se mi’ocurrió fue’ntrarle de lavacoches. A nadien le pedí autorización. Un día, a la vuelta del mercado, sólo me puse’n una calle, con trapo y cubeta di’agua, y li’ofrecí lavarl’el coche y cuidárselo al primero que se’stacionó. Cuando regresó, le cobré 70 varos.
Así comencé. Me parecía que pudi’aber hecho’tra cosa, pero no tenía‘scuela, y debía procurar a los hijos qu’icimos yo y mi Manolo.
Después de lavar unos coches, se mi’acercaron dos tipos malencarados. Después supe qui’a uno le decían “mi Chorch” (o algu’así) y, al otro, Porras. Cad’uno traía su franel’al hombro. El Chorch fue’l que primero m’encaró. Me preguntó quién me ‘bía’torizado ponerme en ese lugar. No l’entendí. “¿cuál lugar -dije-, si’stoy en la calle?”. “No ti’hagas güey -dijo-. Éste’s nuestru’spacio”. Lueguito me di cuenta de qu’ellos son “los jefes” de’se lugar, y que deciden si’acectan o no al qui’allí se ponga. Me puse rete nerviosa, y les pedí que me dejaran chambiar, pos mi marido se fue a los Yunaites y desde hace mucho no sé nada d’él; hasta les rogué, diciéndoles que mis chamacos s’están muriendo di’hambre. Ton’s dijo el Porras que podría yo trabajar allí, pero que tenía que pagar; “¿pos cómo voy a pagar, si me puse aquí’s porque no tengo nada de dinero?”; “peroeres vieja -me contestó- y puedes pagar con… (me dijo una palabra que no entendí)”. Agarré mis chivas y me fui corriendo, asustada, del lugar. Pero mi’atormentaba que mis hijos estaban más y más demacrados y yo no podía llevarles nada; busqué trabajo de criada, pero no encontré; en todos lados me preguntaban si sabía ler y escribir; ¿qué podía contestar, si mis apás siempre me dijeron que no necesitab’escuela, porque mi marido m’iba a mantener? Dispuesta a todo, regresé a buscar al Chorch y al Porras. Cuando los encontré, me preguntaron si les pagaría lo que me pidieron; les dije que sí, y se m’echaron encima, metiéndome mano. Me dio harto miedo, y me defendí furiosa. Les gritaba que qué se creían y por qué abusaban. Fue cuando Porras me preguntó si no estaba dispuesta a darles el… (otra vez dijeron esa palabrita, que no entendía; días después supe que decían ‘colágeno’). Ton’s se detuvo el Chorch y le hizo una seña al otro; luego, voltió y me preguntó qué había entendido yo que les pagara si mi‘atorizaban a’star allí. Les dije que nunca supe qué pedían, pero yo creía qu’era dinero. Ora sí solté’l llanto, y les repetí que mis hijos se morían di’hambre y ya nos habían echado a la calle; ton’s una vecina se compadeció y nos dejó estar con ella di’arrimados; pero tenía que llevar algo pa’comer.
No sé cómo me vieron, pos me dijeron que me quedara quieta. Si’alejaron y hablaron quedito entr’ellos. Tons regresaron y, ya en otro tono, me dijeron: “perdónanos, manita, nos confundimos, y creímos que tú querías otra cosa. No ti’abíamos entendido. Puedes quedarti’aquí’l tiempo que quieras. En adelante, nosotros te vamos a cuidar. Nadie te molestará”.
Desde ese día, ya trabajo en esa calle, sin dar nada a cambio. Porras y el Chorch sacan la cara por mis hijos y por mí.