Reencuentro (¿?) con Rosita
Tanto problema los agobiaba. No tenían para la renta; ni siquiera para comer. La decisión fue difícil: adoraban a su hija, ya de un año, pero a Lucio le urgía trabajar. Le dijeron que en Tijuana podría encontrar algo, aunque tenía que irse solo y, cuando consiguiese algo, llamaría a Ana María para que cargara con la niña y lo alcanzaran allá.
Tenía que irse al norte. El viaje costaba más de $850, y él apenas sacaba $300 a la semana, con trabajitos por aquí y por allá. Le pidió prestado a Toño; le aseguró que, pronto, le devolvería los $3000 que ahora le daba para el pasaje y algo de comer en el viaje.
Sufrió al despedirse de Rosita; le encantaba su risa cuando él le hacía “caballito” en la pierna. Más difícil fue separarse de Ana María, su pareja de protestas, hambres y vida. No podía jalarlas, ahora, a una aventura sin rumbo. Ella se quedaba con las deudas de la pareja, suponiendo que conseguiría chamba en la otra calle. Ella le acariciaba el pelo mientras le daba una maletita con algo de ropa. Le decía: “no te preocupes. Ya sacaré algo de la fonda: me dijeron que necesitan quién lave trastes… De allí pagaré la renta y comeremos las dos”.
Con un nudo en la garganta y haciéndose “el fuerte”, Lucio se echó a la espalda, como equipaje del ánimo, el morralito donde a veces cargaba sus herramientas. Para que no le vieran las lágrimas que le rodaban, salió corriendo a la terminal de autobuses.
Le habían recomendado un albergue en Tijuana, a donde podría llegar mientras conseguía chamba. El trayecto fue un calvario: no pensaba que lo iba a cansar tanto el viaje de más de siete horas. Hubo paradas en el camino, para ir al baño o comprar agua o una torta, pero el calor era peor conforme más avanzaban: Jalisco, Sinaloa, Sonora, Baja California… ¡Un infierno! Recordaba relatos en que migrantes y trabajadores morían en el camino, por las altas temperaturas; desde hacía mucho rato se le había acabado el agua, tenía sed y hambre infinitas. Sólo lo mantenía el recuerdo del barrio y de su familia.
Seis meses cargó el peso de la derrota en sus espaldas. En el albergue en que lo recibieron no podía quedarse para siempre. Anduvo buscando algo; vio lugares muy bonitos, con gente elegante y −se notaba− de mucho dinero; pero no había nada para él. Caminó, tocó puertas, se humilló; sólo consiguió unos centavos para no morir. La soledad y la miseria triunfaron. Lo único que le daba alientos era pensar en regresar al barrio, estar con la Rosita y con Ana María, la que siempre lo aceptó así, pobre, como él es. En Tijuana, le telefoneó algunas veces a su mujer. Ella decía animosa que las dos estaban bien. Su hermana Esther cuidaba a la niña mientras Ana María hacía la limpieza en dos casas, en otro barrio. La niña crecía rápido, caminaba, corría, hablaba como tarabilla. Ana María le hablaba a Rosita sobre su papá, le decía que las quería mucho y que pronto regresaría.
Al entrar el autobús a la central, de regreso a Querétaro, Lucio se emocionó −aunque no traía un centavo− de regreso a su casa. Ana María le decía a la pequeña que su papá estaba por bajar. Eufórica y animada, la niña quería echarse en brazos de él.
La pequeña soltó la mano de su mamá y corrió a donde bajaban los viajeros. De pronto, la niña frenó, dio media vuelta y regresó con su mamá. Lucio se dio cuenta.
Cuando llegó donde lo esperaban, él cargó a Rosita. La niña se resistió, pero cedió ante la fuerza del hombre. Volteó la cabeza en sentido contrario a su papá, y así se mantuvo todo el camino. Más tarde, Lucio le comentó a Ana María que la veía rara, distante. Ella le respondió que así era, después de que habían estado separados tanto tiempo, era como “saludar a un extraño”; él mostraba hoy una imagen que no era la que ella tenía en su recuerdo. También le dijo que se veía muy flaco y que ojalá que se repusiera pronto. Luego, hablaron de la niña y de su resistencia a hablar con Lucio o, siquiera, mirarlo. Ana María le contestó: “Rosita esperaba con gusto a su papá; pero, con el tiempo, se le desdibujó; su fantasía le mantenía una imagen de él; y lo que vio, al encontrarlo nuevamente, fue algo difuso y vago. Tanto tiempo sin verlo lo transformó en un desconocido”.