De verdades inconcebibles
Por: Efraín Mendoza Zaragoza
Fue sorprendente escuchar al procurador Jesús Murillo Karam proclamar “la verdad histórica” del crimen de Iguala, que marcará por siempre a la administración de Enrique Peña Nieto: los desaparecidos no están desaparecidos, fueron asesinados e incinerados y sus cenizas lanzadas al río. Es evidente su pretensión de cerrar un tema tan molesto para el gobierno, tan molesto que en apenas cuatro meses derrumbó su imagen de pujanza ante el mundo.
En el tour de medios que realizó el procurador la semana pasada, percibí a un hombre enojado, usando expresiones impropias del fiscal de la nación. Ese procurador derrumbado y con la loza de la desconfianza encima es la metáfora perfecta del gobierno federal. El desparpajado fastidio con el que dijo que no podía “hacer lo que se me pegue la gana”, pareciera provenir de alguien que hace esfuerzos por quitarse las avispas a sombrerazos. Es la imagen viva de un gobierno que muy tempranamente se convirtió en un lastre de sí mismo. Es la caricatura de un PRI que pretende usar métodos del siglo pasado para lidiar con un país que ya no está en el siglo pasado.
Es un exceso llamar “verdad histórica” a la conclusión de la Procuraduría, ajena a las evidencias científicas y basada en confesiones con sabor a montaje escénico y con aire de ficción literaria. Es abusar de la ignorancia. Es apostar al olvido. En realidad, a eso que el procurador llamó verdad histórica no puede llamársele ni siquiera “verdad legal”, pues lo único que ha concluido es la averiguación previa y todavía nos aguarda un largo, laberíntico y fangoso proceso judicial que se perderá en la noche de lo que resta del siglo. El mismo Murillo Karam advirtió que este crimen no se esclarecerá nunca, como no se esclarecerá jamás el asesinato del presidente Kennedy.
Ni verdad histórica ni verdad legal, la verdad de Iguala se agrega a la lista de verdades increíbles con que está sembrado el camino de la impunidad en este país. Es inevitable evocar el pasado reciente para localizar al menos cinco verdades que permitirán documentar nuestro optimismo. Vayamos de lo actual para atrás.
Para empezar, un lunes de 2010, los papás de la pequeña Paulette se disponían a llevar a su hijita de 4 años a la escuela y se percataron de que no estaba en su cama, la buscaron por toda la casa y por todo el edificio de Interlomas y no encontraron rastros de ella… vino entonces la procuraduría del Estado de México, arraigó a los padres y a las nanas para luego venir a contarnos el cuento de que la pequeña estaba muerta en su propia camita, y que ahí había permanecido los diez días sin que nadie oliera nada raro.
Cinco años atrás tenemos la verdad increíble de Florence Cazzes, una ciudadana francesa sentenciada a más de medio siglo de prisión por el delito de secuestro. Resulta que la mujer tuvo que ser liberada después de que se descubrió que el gobierno federal había montado un grotesco montaje con la colaboración de Televisa, en un penoso pasaje que derivó en un conflicto diplomático con Francia. Tras quedar evidenciada, la justicia mexicana fue carne de un brutal pitorreo internacional.
Tenemos también la verdad increíble de Digna Ochoa, una abogada veracruzana defensora de presos políticos del estado de Guerrero, que en 2001 murió de manera violenta. Luego de que los primeros dictámenes apuntaban a homicidio, vino el cuento de la Procuraduría del DF, que armó una compleja tesis de suicidio. La verdad jurídica estableció que se trató de un extraño suicidio de dos balazos.
Por supuesto, está la increíble “verdad histórica” del crimen de Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial del PRI asesinado en 1994 durante un mitin electoral en Lomas Taurinas. La procuraduría sembró primero la versión de la “acción concertada”, para luego sostener que sólo había un criminal: Mario Aburto, en torno del cual se han tejido fantásticas historias.
Finalmente, tenemos la verdad increíble del asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara, ocurrido en el aeropuerto tapatío en 1993, cuando se dirigía al encuentro del entonces delegado apostólico, Girolamo Prigione. Aunque le fueron disparados 14 balazos directos a su corpulencia, la verdad oficial dictaminó, atari de por medio, que el clérigo fue ejecutado por sicarios del cártel de los Arellano Félix por error, pues “fue confundido” con El Chapo Guzmán.
Está ahí una retahíla de verdades increíbles que han empedrado el camino de la impunidad. Como si este país estuviera habitado por imbéciles. Y hoy el procurador federal nos ha venido con un nuevo cuento, apostando a la desmemoria y al olvido. Apostándole a que las campañas metan nuevos temas al ambiente y nos ocupemos de Cuauhtémoc Blanco, de Quico o Lagrimita. Que el show político le ponga la última palada al crimen de Iguala. Y que alguna explosión ocupe el espacio mediático. O alguna licitación cancelada. O cualquier cosa que nos haga “superar” el dolor, pues, como dictaminó un enviado divino (oh, un obispo banquero del estado de México, por cierto): “si desaparecieron pues ya desaparecieron”.
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