Día ochenta
Bitacora de Viaje (de Estudios Socioterritoriales)
Por: Manuel Basaldúa Hernández
“Comunidades sin territorio” puede parecer una frase contundente que remata la idea de la pobreza y el despojo del terruño de una comunidad. Albertani (1999) se refiere a los indígenas migrantes que viajan a Estados Unidos y dejan todo atrás en tiempo y espacio. Llegan solos o con familia mediante las redes que han construido, y con una solidaridad propia de los viajeros o gitanos que arriesgan su futuro y su presente. Se ha registrado el tipo de solidaridad y ayuda que existe entre estos trabajadores ilegales, que son acogidos en casas de amigos o familiares, y que tienen que economizar, o quizá bajar el consumo hasta lo mínimo para poder hacerse de un capital que les permita encontrar su propia fuente de recursos económicos y espaciales.
Este recurso espacial parece ser, una meta intermedia en el desarrollo de su proyecto de vida migrante. Albertani señala que así es como se reproducen los núcleos comunitarios, para “llevar la vida” y en donde se despliega la cultura en general, pero que se teje socialmente. Así que lo económico se convierte en prioritario como fuente de acceso para los demás elementos que permiten hacer llevadera la vida de conflictos, retos y carencias que se tienen en otra nación.
El recurso espacial es la esfera donde se despliega la recreación del idioma, la herencia culinaria, el centro espiritual, la otra economía, la ayuda mutua, la cultura, la política y la referencia geográfica comunitaria. La red transnacional ya tiene sus códigos de reserva de la cultura, la identidad y la lengua. El espacio, no nombrado como tal, pero referido toponímicamente a “un cuarto”, “un departamento”, o incluso una “traila” (una caseta de transporte de los trailers), cuando hay más recursos y oportunidad una casa es el centro gravitacional de un tiempo flexible, que puede tener estancias de semanas o meses. Es la base, como en el juego de los “quemados”, donde puede brindar seguridad, un espasmo de tiempo para pensar, estirarse, sentirse libre, cómodo y hasta infalible, pero con la advertencia de que es temporal, fugaz y que puede desaparecer en cuanto el juego termine. El territorio es líquido, se escapa de las manos, pero por esa misma fugacidad se unen más los esfuerzos y las esperanzas, el territorio se refleja en esta brevedad en una unidad visible y palpable de la combinación de tiempo y espacio.
Los mecanismos de la migración de los indígenas tienen la misma lógica y propiedades cuando se desplaza del terreno original. Así sea el paso o destino la ciudad de México, Querétaro o Chicago. Las rutas de viaje se cristalizan en la red que se estructura con sus nudos, nodos, puntos de partida, puntos intermedios, puntos finales de etapas. El espacio es el elemento necesario para el tejido de esa red de movilidad.
¿Dónde vivir?, pregunta constante y perenne de los indígenas migrantes. El espacio se convierte en esencia en la conservación de la familia y la búsqueda de sustento. Por eso la existencia de un crucero en la ciudad, un rincón en un jardín, un recoveco en una carretera, se convierte en una zona habitacional potencial.
Los intersticios y esquinas que constituyen los agujeros de la línea de asfalto, la orilla de concreto, el canal de desagüe de las corrientes pluviales, las partes traseras de un anuncio espectacular son los elementos de la vivienda, del dominio espacial. Una alternativa urbana que ofrece un recurso espacial. Las personas que viven en la ciudad puede ver solamente un jardín y sus elementos de flora de ornato. Pero los indígenas migrantes pueden ver ahí su techo y demarcación que constituyen su recurso espacial.
“Comunidades sin territorio” nos empujan a pensar en que el concepto de migración tiene que ser redefinido. El territorio de la comunidad, de la familia y del individuo se expande. Ya no es el punto de partida y el punto de llegada, son los puntos intermedios también los que conforman una red, una telaraña en la que se constituye el espacio del indígena. La ciudad es suya, en la medida en que se apropia de la esquina del parque, del crucero, de la banqueta. No una apropiación de despojo urbano, sino de ocupación temporal. No nos referimos al concepto tradicional del “no lugar” de Augé, porque no son espacios ajenos, son ya los apropiados desde la cosmovisión del recorrido, del pasaje. La comunidad no puede tener un territorio pero si un espacio expandido, la ciudad nacional o internacional es su nodo de movilidad.
Ahora, el parque, la casa o el tráiler, la caseta, son los signos para interpretar la semiótica de la cosmovisión del territorio comunitario. Las comunidades indígenas nos están mostrando una forma alternativa de la movilidad, de la apropiación del espacio. Por eso es necesario teorizar, y recabar información que se puede convertir en datos importantes para el análisis y la interpretación de las nuevas formas de convivencia de las comunidades indígenas otrora lejanas y extrañas. Ahora son parte importante, esencial, de nuestra vida urbana. Son el espejo de la trashumancia urbana, de la cual podemos aprender mucho.
La combinación de la geografía y la antropología, como formas de mirar y de aplicación de metodologías, nos indican los retos en los estudios de la ciudad y del campo en estas primeras décadas del siglo XXI. “Comunidades sin territorio” no es un concepto, sino la aparición de un nuevo reto en la interpretación de las prácticas que la ciudad provoca, construye y dinamiza.
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