Opinión

El ombligo

Por Edmundo González Llaca

A la lista de prodigios que trae consigo la primavera: los rayos del Sol más brillantes e intensos; el reverdecer los campos; la explosión de color de las jacarandas; el flirteo de las aves en cualquier rama o cornisa, a todo esto, quiero agregar otra maravilla, insignificante y poco profunda, pero de una gran trascendencia, la exhibición de los ombligos de las mujeres.

Quiero decirles que yo vengo de un tiempo en el que bastaba decir la palabra “ombligo”, para provocar risas y rubores; sólo se podía ver públicamente el ombligo de los Budas en los restoranes chinos o el de las mujeres en las playas. Aun en los lugares turísticos las que lo exhibían de alguna manera decían: “Yo me atrevo”. Ahora la imagen del ombligo se encuentra en el horizonte visual de quien camina en la calle, va a la Universidad o asiste a cualquier lugar público. Ahora simplemente dicen: “Yo también”.

No dejo de tener nostalgia por esos tiempos cuando ver el ombligo de una mujer representaba una prerrogativa reservada a una situación íntima, lo más probable que clandestina, resultado de arduas batallas; la aldaba de la castidad estaba casi corrida y el paraíso se anunciaba. Ahora las mujeres lo traen al aire y lo enseñan como un segundo rostro. Mostrar el ombligo está de moda y es tal su banalidad que ya nadie dice para ofender: “Se siente el ombligo del mundo”.

En el pecado de exhibir cotidianamente esta parte en la primavera, en el pasado tan pudenda, está la penitencia freudiana: “la repetición del estímulo disminuye la respuesta”. Ya ni quien voltee a ver a una mujer para contemplar el ombligo, incluso yo reconozco que para hacer este artículo tuve que someterme a una disciplina de observación. Todos estos arduos trabajos para proporcionarle al amable lector elementos de juicio de la cotidianidad y la naturaleza en la que vive.

Hago un paréntesis. El periodismo tiene como materia prima la excepcionalidad, lo cual es lo ideal y, tal vez, lo más respetable, mi desgracia es que cada día me parece más fatigosa y rutinaria, principalmente la política, y considero tan importante orientar al lector sobre las posiciones políticas que le permitan evaluar las razones que lo lleven a votar por determinados candidatos, como estimular a que reflexione sobre cuestiones aparentemente insignificantes pero que estimulen su imaginación y placer. Estudiar el ombligo, para mí, es el mejor antídoto ante una realidad tan deprimente.

Si bien el ombligo no es exclusividad de la mujer, yo me refiero exclusivamente al femenino. Bajo esta perspectiva, no hay duda que el creador se “rayó” estéticamente al crear el ombligo (por cierto, los niños nacidos en probeta, ¿tendrán ombligo?). En medio de la abultada redondez del pecho de la mujer, lo puntiagudo de los pezones, la delicada explanada del vientre, la coqueta curvatura del talle, en el mero centro, Dios puso la concavidad del ombligo y su negrura; abismo chiquitito y misterioso, que atrae y horroriza.

Max Aub contempla el ombligo desde otra perspectiva, lo ve de abajo para arriba, saltándose, diría mi abuelita, “de manera muy decente”, otras partes del cuerpo. Escribe: “¡Oh muslos suaves, y la blanca dorada superficie lunar del vientre, con la enroscada cueva del ombligo!”

Los cánones estéticos de los ombligos permanecen, el ombligo perfecto, afirmaban los griegos, debe estar exactamente entre los pechos y el sexo. El marco del ombligo es lo que se ha transformado, antes adornaban un vientre redondo, gordito; acogedor en todos sentidos. En la Biblia, Salomón hace referencias de prácticas eróticas en las que se aprovechaba la oquedad: “Tu ombligo, como cáliz redondo, al que nunca le falta licor”.

El vientre de la mujer moderna ha cambiado, no invoca a la fecundidad ni al regazo y apenas al erotismo. Es el vientre de “lavadero” que presume el gimnasio, la fuerza y la dieta. Ahora el ombligo de la mujer está en un abdomen plano, musculoso y, separado del cuerpo, podría ser el de un estibador o de un boxeador de karate. Ni pensar derramarle algún líquido pues se organiza un batidero espantoso.

Antes los ombligos normalmente estaban rodeados de vello, que en el lenguaje del cuerpo desataba nuestra imaginación, pues nos remitían a adivinar otros lugares del cuerpo. Después de la guerra a muerte que la moda ha desatado contra el vello, todos los ombligos son lampiños. Ahora procuran distinguirse con todo tipo de argollas metálicas, adornos artificiales que ya no hablan sobre las características físicas de la portadora, sino de su exacerbada vanidad para someterse a semejantes torturas.

Las apuestas van subiendo, diluido para algunos jóvenes el atractivo del ombligo, las mujeres se siguen bajando los pantalones, ahora en la parte de adelante llegan a la frontera sagrada del pubis; en la parte de atrás el límite es, como diría otra vez mi abuelita, donde la espalda pierde su casto nombre. El llamado de atención a los espectadores se hace con más audacia, las posibilidades de ver la curvatura del talle le dan a la figura femenina un nuevo elemento de gracia y movimiento. Ahora sí se puede decir con autoridad el piropo de lo que antes sólo se intuía: “¡Qué curvas! Y yo sin frenos”.

El ombligo es tan definitorio que bien puede ser referente para distinguir las actitudes filosóficas de occidente y oriente. Para Platón los seres humanos originales eran andróginos, sin embargo, no solamente reunían en el mismo cuerpo los dos sexos sino que también tenían duplicados los brazos y las piernas, lo que los convertía en creaturas sumamente fuertes. Lamentablemente se hicieron soberbios y empezaron a rebelarse contra los dioses, quienes aburridos de sus insolencias aprovechan cuando están dormidos para cortarlos a la mitad. El ombligo es la cicatriz de esa partición.

De esta tesis podemos desprender otras reflexiones, la más evidente es que una de nuestras misiones principales en la vida es buscar nuestra otra parte, la asociación más conocida, nuestra otra media naranja. Con una connotación erótica, cuando esa unión de ombligos se realiza, obviamente teniendo como condición el amor, se alcanza la anhelada unidad perdida.

Los orientales le dan también una gran importancia al ombligo, pero no concentran su trascendencia en el amor sino en la fuerza. El ombligo no es un cáliz vacío sino un manantial en el que emana nuestra energía. Los taoístas consideran que el cordón umbilical está conectado al Mar de la Energía. El feto recibe la vida por la abertura de este portal y cuando el niño ingresa al mundo esta abertura se cierra. En el ombligo se encuentran el fuego y el agua, donde reside el Ying y el Yang, la puerta de la vida y la muerte.

Quizás por eso en Hawai el saludo tradicional en lugar de preguntar por el estado físico del interlocutor, se interroga: “¿Cómo está el ombligo?” Me pregunto cómo contestarán los hawaianos: pues aquí, hueco y medio arrugado, sin nadie que lo acompañe; a todo dar, redondo, limpio, hondo; ojo que busca a otro.

(Esta inoportuna tendencia mía de hacer de todo una vacilada)

Para nuestros antepasados indígenas, que se pueden hablar de tú con las grandes culturas del mundo, el ombligo tiene conexiones cósmicas. No es fortuito que la palabra México signifique: “En el ombligo de la luna”. El fallecido onfálico, esto es, especialista en el ombligo, Gutierre Tibón, destaca que la luna es el ombligo del cielo. En este sentido reñimos con los judíos, pues en la Biblia, afirma Ezequiel, “su pueblo mora en el ombligo de la tierra”. Los mexicanos en la luna y los judíos en la tierra, quizá por eso ellos sean mejores comerciantes.

Con tanta significación el ombligo no podía quedarse ajeno al poder. Paseando en el DF, por Coyoacán, leo el nombre de la calle que lleva el nombre del gran caudillo tlaxcalteca: “Xicoténcatl de: Xico, ombligo; tentl, labio u orilla; katl, pertenencia a su comunidad. Xicoténcatl: nacido en el ombligo de su pueblo”.

Es el pueblo el centro, lo más importante, el verdadero ombligo de la política.

(Este vicio perverso mío de no poder dejar de pensar en política)

En fin, estimados lectores, si llegaron hasta el párrafo final, a los sobrevivientes, sólo un favor: vean la primera cicatriz que nos hace la vida, vean después el ombligo y el de su amado o amada, después de todo este rollo, espero que lo contemplen y no se lo vean igual. Después de todo no es una cicatriz tan inútil, a mí me gustan con miel.

Espero sus comentarios en www.dialogoqueretano.com.mx donde también encontrarán mejores artículos que éste.

JICOTES

 

Papel higiénico

Estoy en Amealco en la casa de mis entrañables amigos los Perusquía, bajo la sombra de un hermoso nogal leo a otro de los invitados la noticia de que la Presidencia de la República erogó en la compra de rollos de papel higiénico, entre enero de 2010 a 2012, la cantidad de 87 millones de pesos, lapso en el que compró 50 por ciento más de cajas de papel de baño, que en el período de 2007 a 2009. Le comparto al invitado mis sospechas de corrupción, ante mi sorpresa, defiende la veracidad de lo gastado. Me argumenta: “No creo que haya despilfarro ni corrupción. La han cagado mucho y en los dos últimos años se han aplicado. Hasta me parece poco el dinero gastado, en comparación de cómo están dejando el país”. ¡Sopas!

El peligro

En su lucha por el voto, Enrique Peña Nieto recurrió para convencernos de sus méritos políticos a la difusión de sus tiernos recuerdos infantiles. En este torneo de imitación de las estrategias propagandísticas creo que pronto veremos fotografías de los candidatos como fetos en el vientre de su madre y el audio será: “Véase como fulano o fulana, ya demostraba una gran habilidad y carácter para vencer las aguas turbulentas del líquido amniótico de su madre”. Sólo les sugerimos a los candidatos que en sus spots para convencernos no se remonten a la reconstrucción previa y de bulto de su histórica concepción realizada por sus padres, corren el peligro de que los acusen de pornógrafos. Digo, ¿no?

Pretextos y aduladores

En una entrevista que le hacen a Mariana Gómez del Campo, destacada panista y hoy candidata a senadora, cubre de elogios a Josefina Vázquez Mota, el periodista le recuerda que lo mismo dijo de su candidato perdedor, Cordero. Ella respondió, palabra más palabras menos: “No soy barbera, lo que pasa es que soy muy apasionada de los proyectos”. Recuerdo que hace tiempo invitaron a una artista mexicana, a la ayudante de Brozo, a un Big Brother en España. A los dos días de estar en la convivencia hizo el amor ante las cámaras de televisión con uno de los protagonistas. Sus compañeras lo mínimo que le dijeron fue piruja. Ella se defendió: “No soy piruja, lo que pasa es que me enamoro muy rápido”. Los pretextos en los artistas son de risa, en política, los pretextos para la adulación del poder, son de pena ajena.

De insultos

El órgano sancionador del futbol español acaba de penar con un castigo leve a un jugador por decirle al árbitro: “¡Hijo de puta!”. La autoridad consideró que “hijo de puta” no era un insulto, sino un menosprecio o una desconsideración. Las autoridades federales electorales, tan suavecitas con las irregularidades de los actores políticos, deben seguir –más bien mantener– esta política de los españoles de hacerse de la vista gorda. Por ejemplo, ahora que el PRI y el PAN se acusan de mentirosos, bien puede resolver que, por supuesto, no son nada mentirosos, simplemente lo que dicen en su propaganda no coincide con la realidad. Fuera de ese detalle, y de que les siga creciendo la nariz, no se hacen ninguna calumnia ni ofensa.

 

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