Opinión

El papel social de los herejes

Por: María del Carmen Vicencio Acevedo

metamorfosis-mepa@hotmail.com

Con admiración y agradecimiento: a los incansables buscadores de Ayotzinapa, a

la valiente Carmen Aristegui y a los moneros de El Chamuco,

que en la UAQ nos iniciaron en el humor herético.

La palabra hereje, del griego antiguo “haireticós”, significa ni más ni menos que elegir o escoger. Un hereje es aquél que opta, que discurre por sí mismo y elabora sus propias opiniones; aquél que se atreve a expresar ideas, contrarias a determinado sistema de creencias, “absoluto” o “sagrado”. Como adjetivo, se aplica generalmente en el contexto de las religiones, para denostar a quienes cuestionan sus dogmas.

El hereje se vuelve especialmente peligroso cuando siembra en otros la duda y despierta su necesidad de pensar libremente. A través de la historia, los herejes han puesto el dedo en la llaga, evidenciando los engaños o artimañas de quienes dicen representar a cualquier Ser Superior. El hereje no es un individuo, aunque lo parezca; toda una colectividad negada o divergente habla a través de él.  Sus señalamientos han sido alimento fundamental de las grandes revoluciones sociales, filosóficas, políticas, científicas o artísticas, y mientras mejor fundamentados estén sus argumentos, más peligroso se lo considera. Por ello suele ser amenazado, excomulgado, expatriado, encarcelado, torturado, fusilado, desollado, decapitado o quemado vivo, pues pone en peligro los intereses de quienes dominan.

La carta de Excomunión al cura Hidalgo, redactada por Pío VII, es un claro ejemplo de las tremendas pasiones que pueden desatar los herejes en sus adversarios: “…Que sea condenado donde quiera que esté, en la casa o en el campo, en los caminos o en las veredas, en las selvas o en el agua… Que sea maldito en el vivir y en el morir, en el comer y el beber, en el ayuno o en la sed, en el dormitar o en el dormir, en la vigilia o andando, estando de pie o sentado, mingiendo o cancando y en todas las sangrías. Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en su frente y en sus oídos y en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta…, en su pecho, en su corazón y en todas las vísceras de su cuerpo. …”

El término “herejía” parece fuera de contexto en pleno siglo XXI, cuando supuestamente impera el Estado laico; pero, aunque esté descontinuado, el concepto se mantiene más que vigente, cuando el sistema hegemónico se comporta igual que las religiones autoritarias y dogmáticas. Así, trasciende el ámbito religioso, para abrirse a toda la vida social. En ella, la pragmática exige el empleo de otros términos más actuales: “disidente”, “conflictivo”, “incómodo”, “irrespetuoso”, etc., aunque los castigos a los disidentes sigan siendo los mismos que sufrían los herejes de antaño (muchos periodistas y maestros, asesinados; los chicos de Ayotzinapa, desaparecidos; Carmen Aristegui, despedida; Proceso y La Jornada, con graves penurias económicas, por falta de pago gubernamental…).

Immanuel Kant (filósofo alemán del siglo XVIII) contribuyó a transformar la idea de herejía, por la de libertad de pensamiento,  afirmando que “la Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad para valerse de su propia inteligencia sin la guía del otro…; esa incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y de valor para servirse por sí mismo de ella, sin la tutela de otro. ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración”.

Más que para pensar por cuenta propia, se requiere mucho valor para contribuir a que los demás lo hagan. La valiente expresión de los disidentes equilibra las fuerzas y rescata al ser humano, en su calidad de pensante; pone límites al Gran Poder. También ofrece un megáfono a la palabra de “los sin voz”, ampliando los horizontes de comprensión del mundo.

Hace meses en Francia, cuando la masacre de Charlie Hebdo, sorprendió a la opinión pública, que presidentes europeos participaron en multitudinaria manifestación en pro de la libertad de expresión. Comprensible. Esa revista no representaba ninguna amenaza al poder establecido. Por muy ácidas que fuesen sus críticas, no tenían ton ni son, o se dirigían al Islam, tradicional enemigo de Occidente.

En cambio, la voz insumisa, bien fundamentada y bien dirigida de Aristegui, sí que representa un serio peligro para el presidencialismo autoritario de Peña Nieto, en especial con sus últimas investigaciones, evidenciando la tremenda corrupción del Ejecutivo (y del Legislativo y del Judicial… y de muchos grandes empresarios), por lo que urgía callarla.

¿Qué busca el dueño de un negocio como MVS al despedirla, cuando seguramente ella fue quien más dividendos le dio (en un espacio, propiedad de la nación, concesionado y prácticamente privatizado)? La hipótesis más fuerte en la opinión pública ha sido ya ampliamente difundida: “Peña Nieto fue”.

No ponen en peligro a la sociedad las voces disidentes, sino aquellos que hacen todo lo posible por callarlas. Por eso:

¡Vivan esos herejes que, como Prometeo, arrebatan a los dioses el fuego de la verdad, para entregarla a los mortales!

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