Frente a las manifestaciones y foros de discusión, ¿es usted “apolítico”?
Por: María del Carmen Vicencio
Las manifestaciones de protesta generan diversas preguntas: ¿son simples acciones catárticas?; ¿contribuyen a generar cambios profundos? o ¿sólo sirven de pretexto para justificar una mayor represión del Estado?
¿Sirve de algo gritar contra los transgénicos, contra la manipulación mediática, la discriminación, las reformas que generan precarización social? ¿Pueden las movilizaciones propiciar cambios, cuando pareciera que el monstruo al que se enfrentan es todopoderoso, inamovible, eterno y devastador?
Las respuestas dependen de la postura política que tenga cada quien y también de la percepción de quienes ejercen el poder (¿serán peligrosas?, ¿ventajosas?, ¿inocuas?). Esta relativización, sin embargo, tiene límites. Veamos.
Independientemente de que a la gente le gusten o no, las manifestaciones pueden tener al menos dos efectos positivos (si los manifestantes saben contenerse emocionalmente, si evitan provocaciones o vandalismos, y si no dejan sin clases a los niños por semanas):
1) Obligan (a veces) a quienes toman decisiones unilateralmente (en regímenes supuestamente “democráticos”) a abrir espacios de discusión, antes impensables. Aunque dichos espacios tengan algo de farsa y se empleen sólo como formas de legitimación, al menos a los autócratas no les resulta tan fácil salirse con la suya.
2) Generan ricas condiciones de intercambio entre los manifestantes, creando redes de co-formación política, que contribuyen a recomponer el tejido social tan dañado. Quien se manifiesta constata que no está solo; que muchos tienen inquietudes similares; que existe mucha gente interesante o “rara”, que cuenta con más información, más capacidad argumentativa y compromiso práctico. Esta experiencia, además, abre la mirada a muchos mundos posibles, a otras formas de pensar la realidad, que no se veían desde los espacios de encierro hogareño o institucional.
Los maestros disidentes han logrado, por ejemplo, a través de una larga lucha, que se genere un fuerte y rico debate intelectual en la prensa, y que la Secretaría de Gobernación acepte abrir diversos foros, dirigidos a discutir (¡al fin!) la reforma educativa. Si a los autócratas, las razones de los maestros les parecían irrelevantes, tendrán que poner mayor atención a lo que plantean estudiosos de gran renombre como Pablo González Casanova, Paco Ignacio Taibo II, Arnaldo Córdoba y muchos otros más que participarán en ellos.
Ahora que vengan los foros, ¿están suficientemente informados los participantes menos expertos, tanto los disidentes, como los “oficialistas” o “anti-disidentes”, para argumentar con bases por qué la educación pública corre especial peligro con las reformas? o ¿por qué la aplicación de exámenes estandarizados se consideró “prioridad inicial”, en vez de haber comenzado por transformar las condiciones y la estructura organizativa del sistema? o ¿qué implicaciones prácticas tendrá el nuevo principio de “autonomía” para la gestión escolar?; ¿comprenden los contextos que originan la “tozudez” magisterial en Michoacán o en Oaxaca?
En cambio, parece claro que quienes decidieron la reforma educativa carecen de información sobre el tema y obraron irresponsablemente, guiados por motivos que nada tienen que ver con el conocimiento (ni filosófico, ni político, ni epistemológico, ni sociológico, ni pedagógico).
Independientemente de cuál sea nuestra decisión (manifestarnos o no), la problemática social que nos afecta es tan seria que no podemos evadir la responsabilidad de informarnos suficientemente sobre las causas de las manifestaciones, más allá de los medios comerciales.
Asumir esa responsabilidad es inexcusable entre los educadores.
Por fortuna, la red electrónica ofrece un mar de información que apoya o contradice los discursos hegemónicos. Para evitar el naufragio, conviene priorizar las versiones disidentes, pues tienen menor difusión. El magnífico libro “La privatización encubierta de la educación pública”, coordinado por Ball y Youdell resulta iluminador y está en la red.
Visitar la página de la CNTE (cntrabajadoresdelaeducacion.blogspot.com) es lo menos que uno puede hacer, si cuestiona a esta organización.
Los artículos (en www.jornada.unam.mx) o videoconferencias (en YouTube) de Manuel Pérez Rocha, Hugo Aboites, Luis Hernández Navarro, César Navarro Gallegos, Olac Fuentes Molinar, Gilberto Guevara Niebla, Mario Rueda Beltrán y muchos otros, son especialmente recomendables, así como las entrevistas de Carmen Aristegui.
Las páginas educacionadebate.org y www.observatorio.org, muestran varias posturas.
Si usted prefiere “no conflictuarse” y se dice “apolítico”, habrá de saber que desde la antigüedad, Aristóteles definió al hombre como zoon politikon (“animal político”): Ningún humano puede escapar de esta condición y la pretendida “apoliticidad” sólo conviene a los tiranos.
La política (no confundir con el partidismo) constituye una tarea fundamental, dirigida a reflexionar colectivamente sobre la sociedad que tenemos y la que deseamos construir.
La “apoliticidad” resulta impensable entre los maestros que no aceptan ser reducidos a simple herramienta, manipulada por los instructivos neoliberales.
La educación, como tarea humanizadora, es ineludiblemente una praxis política, pues consiste en formar un determinado tipo de hombre, para un determinado tipo de sociedad. De nosotros depende la direccionalidad que le demos: hacia la emancipación o hacia la alienación y el sometimiento.
Hay dos formas de estar en el mundo: participar en su movimiento o dejarse arrastrar por él (Freire). Usted, amable lector, ¿cuál ha elegido?
metamorfosis-mepa@hotmail.com
{loadposition FBComm}