La colmena. Don Camilo en su centenario
Por: Julio Figueroa
¿Qué hizo don Camilo en La colmena? Inventó y siguió un buen puño de historias cruzadas en su camino incierto por la vida. Trozos de vida como la vida discurre: con sentido y sin sentido. A ratos felices e infelices; gente animada y azotada; bulliciosa y subterránea. Hay de todo, como es la colmena humana.
Si hay un realismo festivo, la novela de don Camilo es de un realismo apagado. La vida tenía que seguir, como siguió, después de la guerra civil. Los buenos y los malos en la misma calle, igual que los rotos y los perfumados.
Pero bien decía don Camilo: No merece la pena que nos dejemos invadir por la tristeza. Nada tiene arreglo: evidencia que hay que llevar con asco y con resignación. Y, como los elegantes gladiadores del circo romano, con una vaga sonrisa en los labios.
Dice don Camilo que el hombre sano no tiene ideas. Que las ideas son un atavismo. Pone la idea de que las ideas son una enfermedad. Hombre, quiere decir que para vivir solo hace falta estar vivo, sin necesidad de ponerse anteojos ideológicos de colores. Que para hacer la historia no hace falta tener ideas, como para hacer dinero es necesario no tener escrúpulos. Es grave confundir la anestesia con la esperanza; como tomar el rábano por las hojas.
El tiempo es un alacrán o un roedor que nunca para de roer. Pero la colmena sigue bullendo… con sentido y sin sentido, en línea recta o quebrada, o dando vueltas en la noria, sin fin ni principio.
La cazuela hierve por todas partes, y el caldo se derrama por todos lados, ¿no lo ves? Con política y sin política, con literatura y sin literatura, la radio y la televisión prendidas. La realidad es un pálido reflejo interior. Un grito en el desierto… pero no merece la pena que nos dejemos invadir por la tristeza.
Ya se dijo que las ideas religiosas y políticas, y los escrúpulos morales y económicos, son una rémora, un atavismo. Pero no hay que tomar el rábano por las hojas ni confundir la esperanza con la anestesia. En este valle de lágrimas faltan dos cosas: salud para rebelarse y decencia para mantener la rebelión.
Sin reticencias ni estridencias, sin insomnios, como los astros marchan a lo lejos o los escarabajos se hacen el amor. Seamos humildes, inmensa y descaradamente humildes. El escritor puede llegar hasta el asesinato para redondear su libro; tan solo se le exige que sea auténtico, en su asesinato y en su libro.
El escritor también puede ahogarse en la vida misma: en la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que el escritor no puede hacer es quedarse a la mitad del camino, sonriendo o contrariado y diciendo que no se puede seguir. Si el escritor no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio.
La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro. La verdad no se escribe con oro sino con sangre, con mierda de moribundo o con leche de mujer, o con lágrimas. La ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar…
El escritor es bestia de carga de aguantes insospechados… No hay más escritor comprometido que aquel que se compromete consigo mismo. El escritor nada pide porque nada necesita, ni pluma ni voz; le basta con la memoria. A la sociedad le sobran los escritores; es feliz en su anestesia. Lo malo para la sociedad es que no ha encontrado la manera de hacerlos callar. Tampoco los políticos. En fin.
La literatura no es una charada: es una actitud. Comencemos. No perdamos la perspectiva, “’yo ya estoy harta de decirlo’, es lo único importante dice doña Rosa mientras va y viene por entre las mesas del Café”… Así comienza La colmena de don Camilo.