México en la encrucijada: desarrollo social o lucha armada
Por: Joaquín Antonio Quiroz Carranza
La imagen de México que los gobiernos postrevolucionarios han querido posicionar globalmente, es la de un país con paz social, donde es segura la inversión de capital, mano de obra barata y calificada, y gran cantidad de recursos naturales. Pero en realidad la historia ha sido diferente. Una vez que concluyó la Revolución Mexicana, los caciques y latifundistas, vinculados estrechamente con los gobiernos, reiniciaron la recuperación de lo que consideraban su propiedad. Los saqueos, matanzas, engaños, promesas y violaciones han sido una constante hasta el presente. La violencia gubernamental, de terratenientes, capitalistas nacionales y extranjeros contra los pueblos y sus representantes tiene hitos altamente significativos, por ejemplo el asesinato de Pancho Villa el 20 de julio de 1923, sólo seis años antes de la fundación del Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI.
El Partido hegemónico nació formalmente en 1929 asociado con los grandes latifundistas y empresas multinacionales, durante la siguientes décadas, los campesinos y obreros de México fueron y siguen siendo reprimidos, a través de las grandes corporaciones obreras y campesinas: CTM, CROC, CROM, CGT, CGOCM, entre muchas otras. En el periodo comprendido entre 1929 y 1962, resaltan los conflictos obreros de Monterrey (1935) y el movimiento ferrocarrilero (1958), pero existieron muchos más.
A lo largo del periodo que se desarrolló entre 1929 y 1962, distintos pueblos, grupos y personajes lucharon y realizaron gestiones a fin de que los gobiernos cumplieran las promesas emanadas de la Revolución Mexicana establecidas formalmente en la Constitución Política. La lista de los luchadores sociales es amplísima y muchos quedaron en el anonimato, pero otros son emblemáticos de la historia de México como es el caso de Rubén Jaramillo, quien en 1914, a los 14 años de edad, se incorporó al Ejercito Libertador del Sur de Emiliano Zapata. Tras el asesinato de Zapata, Jaramillo dirigió la lucha campesina por la vía electoral, sindical y con las armas, hasta que el 23 de mayo de 1962 fue asesinado, junto con su esposa e hijos, por efectivos del Ejercito Mexicano.
La lucha pacífica y las denuncias formales contra los abusos del Gobierno y de las empresas multinacionales fueron generalizadas en todo el país, pero en Chihuahua en 1965, un grupo de maestros y estudiantes normalistas, organizados en el Grupo Popular Guerrillero, decidieron tomar el Cuartel Madera y con ello reencender la Revolución, en la contienda murieron seis militares y ocho guerrilleros. Este hecho es considerado el primer evento de lucha armada postrevolucionaria, este acto histórico fue rescatado por Carlos Montemayor en su obra “Las armas del alba”, la cual sirvió al director de cine José Luis Urquieta para realizar la película con el mismo nombre (2013).
La Lucha de Rubén Jaramillo o la de los maestros y estudiantes normalistas que asaltaron el Cuartel Madera no tuvo su origen en una desesperación, ni en la búsqueda de intereses económicos por parte de estos luchadores sociales, sino en la necesidad precisamente de poner a México a la altura de las naciones desarrolladas, su lucha buscaba eliminar las fuentes del subdesarrollo mexicano: la concentración exorbitante de riqueza en una cuantas familias y la destrucción de patrimonio natural, así como impulsar el desarrollo de los pueblos.
De ese momento hasta la actualidad, se han formado, desaparecido o siguen vigentes diversas organizaciones armadas como son el Ejercito de los Pobres de Lucio Cabañas, la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria de Genaro Vázquez, la Liga Comunista 23 de Septiembre, las Fuerzas de Liberación Nacional, el Ejercito Popular Revolucionario, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional y otras menos conocidas, todas descritas ampliamente en el libro titulado “México Armado” de Laura Castellanos, (Ediciones Era) en esta obra, la autora narra detalladamente la historia de los grupos guerrilleros en México y la de muchos de sus integrantes, desde 1943 hasta 1981, así como la Guerra Sucia desatada por los gobiernos federales, estatales y municipales durante ese periodo contra estas organizaciones, sus familias y pueblos, que se caracterizó por las desapariciones forzosas, la tortura salvaje física y sicológica, el asesinato, las detenciones extrajudiciales, entre muchas acciones.
Hoy México es un polvorín, según la Organización de las Naciones Unidas, en el país hay 15 millones de armas no controladas, es decir, si estas armas se distribuyeran entre la población, 12.5% de los mexicanos dispondrían de una. Pero los antecedentes de la violencia pasada y presente son los mismos: concentración extrema de riqueza en unas cuantas familias y como consecuencia millones de habitantes en pobreza y pobreza extrema, además de concentración del poder político y la subsecuente limitación para la organización libre de la sociedad civil.
Lo mencionado anteriormente es el “escenario” sobre el que supuestamente trabajan los programas gubernamentales de lucha contra la pobreza, pero lo que en realidad hay que hacer es luchar contra la riqueza. Si realmente se desea lograr el desarrollo de México, por la seguridad de todos, este se tiene que realizarse con crecimiento cero. Es decir, lo que se requiere es reinsertar en los pueblos, regiones y localidades toda la riqueza saqueada por empresarios capitalistas, políticos corruptos y empresas multinacionales, a lo largo de los últimos 100 años, de no ser así, la barbarie nos espera.
El sustrato socioeconómico de la lucha armada en México sigue vigente, tal como lo estuvo en 1910 y que dio paso a la Revolución Mexicana o durante las décadas posteriores y que dio como resultado el surgimiento de diversos grupos guerrilleros. La violencia necesaria sólo se gesta cuando los caminos se cierran, cuando los procesos electorales son una farsa, cuando los gobiernos no promueven el desarrollo social y la pobreza crece y se agiganta como reflejo especular de la acumulación capitalista de la riqueza.