Olimpiadas Nacionales
JICOTES
Por: Edmundo González Llaca
Al observar las intensas disputas por las medallas olímpicas no pude evitar reflexionar que también en México tenemos confrontaciones tanto o más interesantes. Por ejemplo, la que tiene en Veracruz el gobernador Duarte con el candidato ganador Yunes, en la que cada día se descubren recíprocamente nuevas propiedades irregulares. Qué me dicen del pleito de Vergara, dueño del Guadalajara, contra su ex, Yolanda Fuentes; se necesita consumir sus productos Omnilife para resistir. La de López Dóriga con la mujer más rica de México, la Aramburuzabala, por un moche inmobiliario, y que le costó el puesto al comunicador.
Aquí tenemos apasionantes confrontaciones como la de Marco Antonio León Hernández y José Luis Aguilera, que saca chispas, o la del gobernador Domínguez con Calzada por el famoso boquete financiero. El problema de estos pleitos es que los contendientes no tienen espíritu olímpico y francamente no hay ni a quién irle.
¡Qué vivan las Olimpiadas!
Me pregunto en dónde recae para mí esa atracción por los Juegos Olímpicos que me aleja irresponsablemente de mis deberes. En primer lugar en la belleza de los cuerpos: torsos erguidos como si estuvieran jalados por un hilo invisible hacía arriba; vientres marcados con músculos en mi cuerpo desconocidos; piernas hermosas e inquietantes; caderámenes redondos y firmes desafiando a la ley de la gravedad.
Siluetas cóncavas y convexas, curveadas y ágiles. Belleza sólida, dura y flexible, es la naturaleza en toda su perfección y generosidad; es el cuerpo en la utilización de sus alcances, posibilidades y resistencia. Aunque supuestamente por mi trabajo debo estar inclinado a los placeres del intelecto, no puedo menos que caer rendido ante los Juegos Olímpicos, esta fiesta de la carne henchida y rebosante de vida de la juventud ¡Qué vivan las olimpiadas!
Las Olimpiadas y sus emociones
Además de la contemplación de la belleza física de los cuerpos y todas sus posibilidades de movimiento y resistencia, lo que más me hipnotiza de los Juegos Olímpicos es la vivencia compartida con los atletas de todo género de emociones.
En esta época en la que se impone la frialdad de la competencia económica, la regularidad de la tecnología y la mecanización del trabajo, es un privilegio abrigar todo género de emociones, de “e-moción”, la acción que nos pone fuera de nosotros y al salir de nosotros paradójicamente descubrimos la parte esencial e íntima de nosotros mismos.
Al ver los deportes sentimos todos los estados de ánimo de los competidores: la felicidad, la tristeza, la frustración, y esa extraña mezcla de lágrimas de alegría. Compartir desde nuestro sillón la hazaña y la gloria de un Michael Phelps. Gocemos los Juegos Olímpicos, disfrutemos de la espontaneidad, la tregua a la conciencia y la intensidad que nos producen las pasiones.