Para celebrar la Independencia
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
Las fiestas patrias suelen tener su máximo esplendor el 15 de septiembre, por la noche, cuando se celebra el Grito de Independencia y el presidente vitorea a “los héroes que nos dieron patria”.
Esa noche, muchos mexicanos (sin enterarse, o sin dar mucha importancia a las noticias sobre el pleno proceso de desmantelamiento que vive México, y sobre sus nuevos sometimientos al extranjero) disfrutan de andar en la bola, gritando, cantando, brincando, oyendo a los mariachis y contemplando, extasiados, los juegos artificiales. Un día de fiesta así rompe con la rutina y relaja de las preocupaciones. Para algunos, esta noche representa una buena oportunidad para reponerse económicamente, vendiendo toda clase de chucherías conmemorativas y antojitos mexicanos. Otros más prefieren quedarse en casita y ver el Grito desde la tele. “Es más seguro”.
También hay mexicanos que se sienten asqueados por la farsa de tan solemne ceremonia; patraña que Luis Estrada recreó magistralmente en su película “El infierno”.
¿Cómo pueden los vende-patrias celebrar la Independencia de México, mientras descuartizan su columna vertebral y mientras lo entregan en comodísimos abonos a poderíos trasnacionales?
¿Cómo puede Peña Nieto celebrar la Independencia de México, inspirada en la Revolución Francesa contra los nobles y en la emancipación de los Estados Unidos de Norteamérica contra el imperio británico, mientras se gasta varios millones del dinero público en remodelar Los Pinos, al estilo Luis XV, y en presumir sus mega-ujos en exclusivas revistas europeas VIP? (Proceso. 13/09/2014; No.1976)
¿Cómo pudo —antes— Peña recordar a los niños héroes de Chapultepec que dieron su vida contra de la invasión yanqui en México, cuando él está plenamente subordinado al Tío Sam?
¿Cómo puede la clase política mexicana cantar loas a la Patria y, a la vez, presumir de “avanzada”, sometiéndose a la “hipermodernidad” dominante, por la que hemos de concluir que la globalización económica vuelve obsoletas las ideas de patria y de nación, pues los únicos valores y símbolos vigentes, hoy, son los de las grandes corporaciones mercantiles?
¿Qué sucede en la mente de nuestros gobernantes, y de gran cantidad de ciudadanos, que no consiguen reconocer las tremendas contradicciones que se mueven en estas celebraciones?
Algunos estudiosos (Fodor, “La modularidad de la mente”) llaman a dificultades semejantes “atomismo informacional”, según el cual, la información que recibe un sujeto llega a su cerebro a través de módulos que la encapsulan en dominios específicos hiperespecializados, sin conexión entre sí. Otros (Sartori, “Homo Videns”) advierten sobre una “mutación cognitiva”, caracterizada por la dificultad para el pensamiento abstracto, y debida a la excesiva exposición a la televisión o la información publicitaria, predominantemente audiovisual y estridente, con textos de gramática simple y lenguaje concreto e hiperbólico, desatador emocional. Otros más (Dufouor, “El arte de reducir cabezas”) dan cuenta de una “mutación antropológica”, por la que la función simbólica, la subjetividad y actividad valorativa son sustituidos por las relaciones mercantiles.
Estas complejas explicaciones, sin embargo, no toman en cuenta lo que a la sabiduría popular le resulta mucho más simple: Nuestra clase política tiene una mente disociada. No capta todas estas contradicciones, sencillamente, porque no le interesa. Porque su mente está ocupada preponderantemente en rumiar cómo obtener mayores beneficios personales sin correr el riesgo de ir a la cárcel o de perder popularidad.
Los solemnes rituales patrios para eso sirven actualmente, para que nuestros políticos den buena imagen a la población, (la que seguramente los lincharía si se les ocurriera alguna vez suspenderlos).
Los ciudadanos “de a pie”, por su parte, están demasiado ocupados participando en el linchamiento mediático contra Treviño Núñez (el que llamó “simio” a Ronaldinho) como para animarse a linchar a nuestros diputados y senadores por las reformas estructurales que nos están dejando sin país.
En estas condiciones, ¿quiénes de los que se consideran “críticos” tendrán ganas de celebrar la Independencia de México?
Este desgano, empero, puede resultar peligroso para las luchas populares, si le damos la razón al Gran Mercado y asumimos que los rituales patrios ya no tienen sentido, porque México está en proceso de extinción.
John Ackerman, en su conmovedor artículo “Nuestro México” (La Jornada, 15/09/2014), responde a esta pregunta estableciendo una distinción fundamental: “México y los mexicanos no pertenecemos a los políticos corruptos que esta noche ondearán la bandera y pronunciarán el Grito de Dolores en las plazas públicas del país”.
Siguiendo esta distinción, los mexicanos comunes tenemos mucho qué celebrar en estas fechas patrias: Celebremos a todos aquellos que no se dejaron (y hoy siguen sin dejarse) ningunear, esclavizar, o someter; a todos aquellos que se atrevieron (y se siguen atreviendo) a decir NO al Gran Poder.
Proclamemos nuestra independencia frente a la nueva colonización neoliberal, que no se contenta con apropiarse de nuestras playas, nuestros bosques, nuestras minas y recursos energéticos, sino que también pretende colonizar nuestras formas de comprensión del mundo y nuestros deseos.
Mantengamos nuestra independencia intelectual frente a todas esas estrategias de seducción mercantil que buscan someternos, y construyamos una nueva identidad de seres pensantes y libres, capaces de actualizar, resignificando, nuestros símbolos patrios.
¡Viva México!
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