Opinión

¿Por qué Guatemala sí y nosotros no? Inestabilidad presidencial en América Latina

Por: Rafael Vázquez

En términos mediáticos  (y sobre todo en redes sociales) la reciente destitución del presidente guatemalteco Otto Pérez Molina puso el dedo en la llaga: Si Guatemala puede… ¿Por qué México no puede? ¿Acaso Guatemala tiene algo que México no?

Para poder esbozar alguna respuesta tenemos que plantear con mayor claridad la situación. Las democracias en Latinoamérica son muy jóvenes, durante los 60´s y 70´s el continente tenía todavía a muchos gobiernos militares que habían accedido al poder mediante la fuerza;  según las estimaciones de David Scott Palmer (1996) de 1930 a 1980,  los 37 países de América Latina pasaron por 277 cambios de gobierno, 104 de los mismos (un 37.5%)  fueron mediante un golpe militar.

Sin embargo,  la interrupción de las presidencias electas democráticamente están muy lejos de ser excepcionales, si hacemos una breve recopilación de los mandatos interrumpidos en AL de 1985 a la fecha quedaría así:


Raúl Alfonsín – Argentina 1983-1989

Jean Bertrand Aristide  – Haití 1991 /2001-2004 (destituido en dos ocasiones)

Joaquin Balaguer – República Dominicana 1994-1996

Abdalá Bucaram Ortiz – Ecuador 1996-1997

Fernando Collor de Mello – Brasil 1990-1992

Raúl Cubas – Paraguay 1998-1999

Alberto Fujimori I – Perú 1990-1995 / 1995-2000 (destituido en dos ocasiones)

Jamil Mahuad – Ecuador 1998-2000

Carlos Andrés Pérez – Venezuela 1989-1993

Fernando de la Rua – Argentina 1999-2001

Gonzalo Sánchez de Lozada – Bolivia 2002-2003

Jorge Serrano – Guatemala 1991-1993

Hernán Siles Zuazo – Bolivia 1982-1985

Manuel Zelaya – Honduras 2009

Fernando Lugo – Paraguay 2012

Otto Pérez Molina – Guatemala 2015


No es un tema tan simple: ¿es democrático quitar de la presidencia a un político elegido mediante el voto? ¿Es más democrático un país cuyos poderes deciden retirarle el cargo a un grupo en el poder? Para evitar caer en análisis simplistas recomiendo echarle un ojo al texto “Presidencias latinoamericanas interrumpidas” de Arturo Valenzuela, dicho texto se encuentra libremente en internet y nos ayuda a clasificar los motivos por los cuales los mandatarios fueron retirados de sus cargos y conocer un poco el contexto histórico que hay en común.

La propuesta de Valenzuela justamente evita caer en deducciones sencillas, no es la categoría de “valientes” como se suele juzgarse a los pueblos que deciden remover al ejecutivo; si, las protestas en la calle influyen de sobremanera –e incluso la respuesta a las mismas, la permisividad o la represión popular pueden contener o caldear los ánimos-   pero también una presión o un apoyo  legislativo representado en una mayoría en las cámaras que logren evitar un juicio político o que cierren filas en torno al mandatario, también son clave para pensar en la destitución.

En regímenes presidencialistas como los latinoamericanos, caer en el exceso del poder que otorgan al ejecutivo es fácil, presidentes que tienen que gobernar mediante la figura del “decreto” o por el contrario, oponerse al legislativo mediante el “veto” puede dar la percepción de un gobierno autoritario y precipitar su caída.

Tomando como base el texto antes citado y haciendo la reflexión  del caso mexicano, la fuerza de Enrique Peña Nieto no está representada en la cantidad de votos ni en la forma en la que llegó a la presidencia –al contrario, constantemente se señala la masiva compra de votos del PRI en el 2012- la fuerza con la que gobierna el presidente está basada en la mayoría que tiene en las cámaras (tomando en cuenta los acuerdos a los que usualmente llega con el Partido Verde Ecologista y en otras ocasiones con el mismo Acción Nacional), sumado a las estructuras de complicidad que sustentan al “partido único” desde el siglo pasado.

Al final del texto Valenzuela se pregunta: “¿Qué mejor momento para que los ciudadanos a lo largo de América Latina se pregunten si las tradiciones presidencialistas son tan preciadas que deben ser conservadas incluso a expensas de la esperanza de la consolidación de la democracia?” Lamentablemente, en México el camino parece hacerse en reversa, lejos de proponer un parlamentarismo como el Europeo, muy distante de los mecanismos de las democracias participativas (como la revocación de mandato, los plebiscitos, etc.), en México los ciudadanos se van con la idea de recortar el número de legisladores plurinominales, fortaleciendo a los partidos más grandes y con ello, la inamovilidad del legislativo.

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