Sobre la urgencia del Manifiesto 180
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
Hasta donde me quedé en noticias sobre México, la última gota que derramó el vaso de los acontecimientos, fue la ruptura unilateral de relaciones de MVS con la periodista Carmen Aristegui. Seguramente después vendrán otros sucesos, que aumenten el desbordamiento, aunque quizá no nos enteraremos de ellos, al menos que Carmen y su equipo encuentren otro espacio en donde puedan continuar informando. (¿Qué pasaría si ese espacio lo brindara la unión de todas las universidades públicas del país?).
Por todos lados escuchamos del hartazgo social ante la violencia, la corrupción, la ineptitud, la irresponsabilidad, el egoísmo y las mentiras de quienes nos gobiernan. La saciedad popular deviene aquí y allá, en todo tipo de estallidos. Sin embargo, en muchos otros espacios, el pueblo sigue callado y aguantando. ¿Cómo explicar el silencio? Quizá tenga que ver el reparto de tantos televisores por parte del gobierno federal. Quizá también impacten en el ánimo popular las muchas sugerencias de aliviarse con el opio mediático, como la que hizo recientemente el alcalde de Chihuahua a las empleadas domésticas, en su día: “Las pantallas (que les damos) son para que puedan ver las novelas en su rato de descanso. No vean las noticias porque no crean que son tan buenas…”, (sic). (Es como si dijera: “No se enteren de cómo los timamos, pues eso desequilibra nuestra estabilidad en el poder”).
Además de la ignorancia o la alienación, la explicación del silencio, que he escuchado con más frecuencia, es el miedo. Una señora lo declaró abiertamente en un foro, organizado hace poco en un espacio de la UAQ: “Si yo organizo una protesta, la policía se irá contra mí, no contra ustedes…”.
Si el miedo, el dolor, la frustración, la sensación de soledad, y el sinsentido no fuesen tan grandes, quizá la televisión comercial, el narcotráfico, la venta de armas, las religiones, el Facebook, los supermercados, la comida chatarra o el alcohol no tendrían tanta demanda. Tampoco la tendrían, si en nuestro Estado y en nuestro sistema educativo fuera valorada como fundamental para la vida humana y la convivencia pacífica, la práctica de la crítica creativa en todas sus manifestaciones: las bellas artes; la buena ciencia, la buena filosofía, la buena política, la recreación alternativa. Si toda la gente tuviese tiempo (y ganas) de conversar, de comunicarse profundamente con los demás, de jugar y hacer el amor, de conectarse con el universo, el voraz mercado tendría menos impacto.
Sin embargo, como el modelo económico dominante le ha arrebatado a la mayoría del pueblo la posibilidad de hacer todo esto, éste tiene que recurrir a otras formas de satisfacer sus necesidades; entre ellas, la manifestación de su rabia, a través de múltiples medios y de muchas maneras (no siempre socialmente aceptables, ni efectivas).
Expresar un mal sentimiento, es fundamental para mantener la salud física y mental. (Otro tema es cómo se expresa y qué consecuencias personales y sociales trae dicha expresión). Pero más allá de la manifestación de sentimientos o afectos, lo que realmente genera nerviosismo entre quienes detentan el poder, es la manifestación y amplia difusión de las ideas, cuando éstas son opuestas o divergentes a las que ellos quieren imponer. Sólo la discusión o diálogo entre posturas contrarias permite comprender el mundo y las causas y consecuencias de los acontecimientos. Por eso es preciso para los gobiernos autoritarios eliminar al periodismo crítico y controlar, burocratizando (o castrando, a base de certificaciones de “calidad”), todos los ámbitos del sistema educativo. Por eso es tan importante para la tiranía (disfrazada de democracia) que, en los procesos electorales, la disidencia no tenga ninguna posibilidad real de subir al estrado.
Pero “los divergentes son indispensables para la supervivencia humana”, declara Verónica Roth, en su saga de moda “Insurgente”. Todas las personas corremos grave peligro en los estados represores si no hay divergencia, sencillamente porque sin ella, el acto de pensar y de inventar caminos distintos a los acostumbrados, no tiene posibilidades.
A pesar de todos los obstáculos que enfrenta la libertad de expresión en México, encontramos cada vez más manifestaciones, no sólo de la prole, sino de destacados intelectuales, que deciden arriesgarse y reclamar públicamente al Estado mexicano, que termine ya con su corrupción y autoritarismo. Un ejemplo es el Manifiesto 180, firmado por 196 artistas y académicos, y publicado, ciento ochenta días después de la tragedia de Ayotzinapa.
Dicho manifiesto reclama: más democracia directa, enfrentar la corrupción y la impunidad en todos los niveles del Estado; desactivar toda forma de coartar la libertad de disentir; garantizar la división de poderes, impidiendo la injerencia del ejecutivo sobre los otros dos; erradicar la nefasta práctica de los moches; obligar a todos los funcionarios a rendir su declaración patrimonial, fiscal y de intereses, y garantizar que quienes obtengan un cargo de elección popular, no puedan renunciar buscando otro.
Este grupo convoca además a toda la ciudadanía a la reflexión y a la acción, para establecer en todo el país formas más directas de democracia o participación ciudadana, que son urgentes.
Con la agresión que sufrió Aristegui, son previsibles otras acciones represivas, aunque mejor disimuladas.
Esto obliga a todos los ciudadanos a aguzar la inteligencia y la capacidad de disidencia creativa. Especialmente nos obliga a mantener el humor crítico (como proponen genialmente los moneros de El Chamuco), para impedir que el cansancio invada los ánimos y la claudicación se imponga.
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