Convento de La Cruz: Una historia de evangelización y comunidad

La historia de Querétaro también puede ser contada desde la perspectiva de los frailes franciscanos del convento de La Cruz, quienes han estado íntimamente ligados al desarrollo de la ciudad durante casi cinco siglos. Marco Antonio Peralta Peralta, colaborador de la licenciatura en Historia de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y del departamento de Educación Continua, sostiene que la labor de los frailes todavía es necesaria por las acciones sociales que realizan.
“Ellos hacen caridad, la cual es una virtud cristiana. A veces cuidan de personas enfermas o son aquellos que de alguna u otra manera cuidan a estos mexicanos marginados que por delitos están en los centros de reclusión social o que ya están completamente esquizofrénicos. Pero su labor es muy limitada, porque es hacia adentro”.
Durante La Conquista se estableció un sistema de valores y creencias en el que la sociedad se regía bajo el principio de comunidad, es decir, cada grupo hacía una labor para darle sentido a esa colectividad. Con la llegada de los franciscanos alrededor de 1530, ellos eran los protagonistas de esa vida cotidiana con las evangelizaciones.
Un templo vivo
El padre Fray Luis Rodolfo Bernal García contó a Tribuna de Querétaro que el convento de La Cruz es una casa de estudios con maestros, un tutor, un guardián y colaboradores que brindan clases para la formación religiosa, incluyendo espiritualidad franciscana, Biblia, catecismo, ética y moral.
El Colegio tiene la aprobación del sistema escolarizado y, en ocasiones, se utiliza la licenciatura para encontrar una oportunidad de trabajo como maestro o, cuando se termina la preparación, se van a El Paso, Texas, para estudiar teología en caso de querer continuar en la formación religiosa.
El tiempo de preparación depende de la etapa en la que se ingrese, puede ser desde la secundaria o después de la preparatoria, pero según el padre Luis, se necesita estudiar de 11 a 13 años. En cuanto a las diferencias entre la preparación de ahora y la de hace 300 años, externó: “la única diferencia es lo que la Iglesia y la orden van pidiendo. Antiguamente no había tantas exigencias y se permitía entrar aún sin estudios. Actualmente, se les pide tener al menos uno o dos años de filosofía”, indicó el Padre Luis.
Actualmente, hay 17 estudiantes internos en el Templo de La Cruz. Marco Antonio Peralta estima que hay más de 100 frailes en total, mientras que en Santo Domingo hay no más de 10 y en San Agustín no hay ninguno. En la actualidad, el Convento de la Santa Cruz sigue trabajando en comunidad con los franciscanos de la Ciudad de México y realizando misiones en la Sierra Gorda, aunque ya no tienen la misma hegemonía.
Monopolio de la fe
El pueblo de Querétaro se consolidó como una zona de paso para las personas que quisieran ir a las minas de Zacatecas, pasar a Valladolid o San Luis Potosí. Para finales del siglo, la población incrementó junto con las solicitudes de nuevas devociones, cultos y espacios.
Entre 1580 y 1590 se generó un monopolio espiritual en el Convento de San Francisco: «con ellos se bautizan, se confirman, se casan, se celebran las diferentes fiestas religiosas y se entierra. Ese es el papel que tienen los franciscanos en el siglo XVI y XVII», explicó Marco Peralta.
En 1603 se estableció la orden de los Agustinos y las Carmelitas. En 1606, se presentaron las primeras solicitudes para la fundación de un convento de monjas. En respuesta, los franciscanos crearon otros espacios para legitimar que ellos eran las autoridades eclesiásticas más idóneas para administrar el paso espiritual.
Entre 1640 y 1650, las devociones obedecían otros intereses: «son personas que no son muy nobles porque no tienen títulos, que no tienen poder político ni eclesiástico, pero lo que sí tienen es dinero y son los notables y honorables de Querétaro, ellos van a solicitar insistentemente a las autoridades virreinales que se eleve el estatus de pueblo a ciudad», detalló Marco Peralta.
En esta época, el clero regular —el de las órdenes religiosas— se une ante los cambios que realizaba el clero secular: «Los franciscanos van a comenzar a cerrar filas no solamente entre ellos sino procurando a todas las órdenes religiosas: Carmelitas, Jesuitas —con quienes se pelearon las clases que se podían dar en el Colegio—, comienzan a promover la instauración de los Agustinos y de los Dominicos porque necesitan al clero regular de la ciudad para hacer frente a una serie de cambios que promovía el clero secular», subrayó el historiador.
El convento de La Cruz tenía una ventaja, pues logró consolidarse gracias a la evangelización hacia los territorios del norte de la Nueva España, para lo cual había que salir de Querétaro y utilizar frailes: «los párrocos no pueden ir a evangelizar porque no saben hacerlo, los jesuitas se cierran al centro del país, los dominicos tampoco lo pueden hacer porque su labor religiosa es otra». De tal manera, el convento obtuvo privilegios por parte de la corona a principios del siglo XVIII.
En la misma época hubo una necesidad de consolidar el poder de la arquidiócesis novohispana, lo que llevó a intentar secularizar y sacar a los frailes de sus conventos e iglesias para colocar a los párrocos. Los franciscanos respondieron escribiendo la Relación Peregrina, como una crónica del mito fundacional que justificaba lo milagroso del Convento de la Cruz y cómo Dios intercedió por ellos y no por otros. El conflicto quedó pausado hasta 1749, cuando un nuevo proyecto monárquico reformista comenzó a quitarle a los religiosos todos sus templos y parroquias para colocar al clero secular, pero Querétaro resistió por la alianza entre las órdenes religiosas. Las doncellas de Santa Clara negociaron con las autoridades reales para que el convento de la Santa Cruz quedara como un bastión de labor social.
Con la Independencia, la quiebra
Durante el periodo de Independencia, la idea de comunidad entre las órdenes religiosas se dividió. En 1857, se tenía la convicción de crear una nación moderna que debía ser católica, por lo que se necesitaba tanto del clero secular como del regular. Sin embargo, con el liberalismo del siglo XIX, surgió la idea de laicidad, por lo que la idea del catolicismo representó un obstáculo para la modernidad mexicana. Los conventos fueron ocupados como espacios del Estado, lo que representó un momento de transformación.
“Los religiosos empiezan a ser desalojados de sus conventos porque hasta ese momento (1857) el ser religioso era ser parte de la sociedad. En el momento en que la Constitución establece que el ciudadano es aquel que no es religioso, que no es párroco, pues muchos empiezan a perder derechos”, detalló el historiador.
Durante el Porfiriato, hubo una convivencia sana entre la Iglesia y el Estado, quienes trabajaron en conjunto para determinar el modelo de un buen ciudadano. En 1892, Porfirio Díaz promovió un proyecto para mostrarle al mundo que la conquista de América fue de tal «calado» que México era digno de reconocerse entre las más altas culturas del mundo. Para ello, se formaron comisiones para rescatar tradiciones prehispánicas que fueron prohibidas en 1857. Fueron los frailes de la Santa Cruz quienes se encargaron de hacer un registro etnográfico de estas tradiciones.
Con la Revolución de 1910 surgió una nueva modernidad, ya no de las naciones sino de la democracia, un valor que era imposible dentro de la Iglesia: “Una monja sabe que no puede ser Papa”, señaló el historiador. En 1921, Álvaro Obregón rompió relaciones con la Iglesia, y el gobierno mexicano ya no tuvo relación diplomática con el eje papal ni con ninguno de sus representantes en el país, por lo que cada orden religiosa quedó a su suerte.
Entre 1926 y 1929 tuvo lugar la guerra Cristera: “en Querétaro esa alianza del Porfiriato tuvo un éxito que la sociedad defendía, el propio gobernador era católico, entonces, a los conventos en general no les afectaba demasiado la guerra, pero lo que sí comienza a afectarles es que la Iglesia comienza a ser nacionalizada y deja a los conventos con lo mínimo, que vivan los menos frailes, que las tareas sean básicas. Si las misiones a la Sierra Gorda les ha funcionado que se queden con ello, ya no nos interesa que los frailes eduquen, ya no nos interesa que hagan labor social porque para eso el Estado tiene licencia y para eso se está inaugurando la escuela mexicana del siglo XX”, precisó Marco Antonio Peralta.
En el siglo XX, los frailes ya no tenían cabida, dejaron de pertenecer a la idea de comunidad por la que habían peleado por pertenecer y ahora era la sociedad laicizada la que no necesitaba de ellos.
En 1992, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari retomó las relaciones con el Vaticano y volvió a reconocer algunos derechos a los religiosos. Se evidenció que, a pesar de las prohibiciones, las corporaciones permanecieron en la vida cotidiana y México se mantenía predominantemente católico.