Muriendo en silencio

Fundado en Querétaro en 1929 como partido de Estado, el Partido Revolucionario Institucional fue durante buena parte del siglo pasado el partido único en este país. Después de haberlo tenido todo, como ha advertido un historiador mexicano, ese partido “se está muriendo en silencio”. Si a golpe de votos, en los últimos cinco años perdió, una por una, un total de 19 territorios estatales, la bitácora de 2023 no es menos dramática.
El 20 de enero, el PRI desapareció del Congreso de Baja California cuando renunció el único diputado que le quedaba, Ramón Cota. El 21 de marzo, abandonó la militancia Arturo Zamora, después de haber encabezado la Confederación Nacional de Organizaciones Populares y de haber ocupado la secretaría general del PRI durante la presidencia de Claudia Ruiz Massieu. El 14 de abril se fue la diputada oaxaqueña Mariana Benítez. El 3 de mayo la también legisladora local sinaloense Judith Ayala, y dos días después el dos veces diputado Eduardo Orihuela abandonó 25 años de militancia en Michoacán. El 4 de junio, cómo olvidarlo, el priismo fue desalojado del Estado de México, con todo lo que eso implica, pues perdió la economía local número 2 y el padrón de electores más abultado de la República.
El 15 de junio, tras cuatro décadas de militancia, Omar Fayad, que gobernó el estado de Hidalgo entre 2017 y 2023, abandonó el partido que lo llevó antes a la alcaldía de Pachuca, a una diputación federal y al Senado de la República. Unos días después, el PRI se quedó sin bancada en el Congreso al renunciar en masa los ocho diputados que la integraban, incluyendo a Julio Valera, que además de ocupar la presidencia de la Junta de Gobierno del Congreso, despachaba como presidente del Comité Directivo Estatal de la organización política. El paquete de renuncias incluyó a Yareli Melo, ex secretaria general estatal, tras casi tres décadas de militancia. También en junio, el sinaloense Jesús Valdés se fue después de 20 años, tiempo en el que fue diputado local, diputado federal, presidente municipal de Culiacán y presidente estatal de su partido. Igual ruta tomaron el exdiputado Marco Antonio Osuna y la diputada en funciones Gloria Himelda Félix Niebla.
Frente a este derrumbe, lo más exquisito de la patología que padece su presidente nacional, Alejandro Moreno, es su reacción bravucona y delirante. Si tras la derrota del Edomex lo escuchamos decir que su partido salía fortalecido, esta semana, tras la renuncia masiva de su bancada en el estado de Hidalgo, soltó un torrente de epítetos de antología sobre sus antiguos compañeros, al llamarlos lacayos, esbirros, esquiroles, miedosos y traidores que no tienen vergüenza, y a quienes “la militancia aborrece y vomita”. La renuncia de todos ellos, dijo, se fue directamente “al bote de la basura”. Y no sólo eso, mientras a la vista de todos el PRI se está vaciando, el delirio le ha hecho decir no sólo que “no pasa nada”, sino que se está “reagrupando” porque, eso dijo, el PRI “es de acero”. Pedirle autocrítica sería más delirante aún.