El Zapatismo y la sociedad civil
El 5 de febrero de 1995, en la ciudad de Querétaro, se celebró la tercera y última sesión de la Convención Nacional Democrática (CND) impulsada por los zapatistas, antes de su fractura final, donde se frustraron los intentos por integrar un frente de oposición al régimen del PRI
El 1 de enero se cumplió el XXV aniversario de la irrupción en la escena política mexicana del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y sus bases de apoyo, quienes salieron a las calles y tomaron diversas poblaciones del suroriental estado de Chiapas. Este aniversario no será diferente, se alza ahora la voz del EZLN, conjuntamente con la del Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Concejo Indígena de Gobierno (CIG), para dar a conocer los resultados de su consulta realizada a todas y cada una de las comunidades, bases de apoyo donde tienen presencia, para enfrentar la continuidad de la política neoliberal en la que acusaron, se perfila el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Toman distancia de un gobierno que para 30 millones de ciudadanos votantes parece diferente al de sus predecesores. Pero la intención del EZLN de estrechar sus lazos con la sociedad civil ha sido un propósito permanente desde enero de 1994, cuando el movimiento rebelde accedió a negociar políticamente sus demandas, inspirando diversos intentos de vinculación, como han sido la Convención Nacional Democrática, los Comités de Diálogo, el FZLN, el Foro Nacional Indígena, la invitación a los asesores en los diálogos de San Andrés, la “Otra campaña”, etc.
Por ello la insurgencia zapatista tomó como interlocutor a la llamada sociedad civil, con la que tuvo encuentros tortuosos pero empáticos, iniciando con un llamado a entender su rebelión, que conmovió a toda la sociedad, que dejó de cuestionar la forma, entendiendo sus causas. La rebelión zapatista no sólo mostró la realidad de miseria y exclusión sobre la que se asienta el proyecto neoliberal, sino que nos trajo también el mensaje de que no se habían acabado todos los sueños, de que no se habían terminado todas las utopías.
Allí todavía hay gente que quiere y lucha por un mundo mejor, por un mundo más justo, por un mundo más humano. Allí todavía hay gente que, desde su situación de abandono, espera y hace de su esperanza un proyecto de vida colectivo. Allí todavía hay gente que cree que es posible construir un mundo donde quepan muchos mundos. Así, la rebelión fue seguida de una respuesta sorpresiva por parte de la sociedad civil que se movilizó interponiéndose entre las partes en conflicto.
Distintos grupos sociales se movilizaron desde los primeros días exigiendo el alto al fuego y posteriormente generando múltiples formas de solidaridad, de lucha y de organización: caravanas, campamentos civiles por la paz, misiones de observación de derechos humanos, marchas, cinturones de seguridad, encuentros internacionales, etc.
Así, una vez ganada la tregua —gracias al masivo grito en marchas y mítines por todo el país—, la gente pudo volcarse a conocer a esos de rostro cubierto y palabra de fuego. La sobresaliente y carismática figura del ‘Subcomandante Insurgente Marcos’, generó un revuelo mediático, portavoz de excepción que alcanzó la categoría de leyenda, quién a través de sus epístolas subyugó no sólo al ‘massmedia’ mexicano, sino a buena parte de la intelectualidad mundial.
Además, el conflicto convocó a múltiples organizaciones de la sociedad civil, OSCs, organizaciones no gubernamentales, ONGs, Organizaciones de Base, Movimientos Sociales, etc., que se multiplicaron y encontraron un espacio propio y un objetivo concreto de su quehacer.
Desde el cese al fuego, el EZLN se convirtió en una guerrilla desarmada que centró su defensa y estrategia general de actuación en la capacidad de comunicar su mensaje a la sociedad civil y crear un nutrido grupo de simpatizantes.
La afinidad entre las bases zapatistas y su ejército con la sociedad civil generó el encuentro y la cercanía entre ambos, madurando en la convocatoria a la realización de la Convención Nacional Democrática en agosto de 1994 en Guadalupe Tepeyac: en lo profundo de la selva, teniendo como promotor al EZLN vía la ‘Segunda Declaración de la Selva Lacandona’, emitida en junio de aquel año.
En esta declaración, los zapatistas lanzan la convocatoria para la “realización de una Convención soberana y revolucionaria, de las que resulten la propuestas de un gobierno de transición y una nueva ley nacional, una nueva Constitución que garantice el cumplimiento legal de la voluntad popular (…) el objetivo fundamental es organizar la expresión civil y la defensa de la voluntad popular”.
En ese sentido, el levantamiento zapatista puso en evidencia cambios sociales que se venían gestando en la sociedad mexicana desde hacía al menos cuatro décadas y que venían cuestionando sobre todo la relación Estado-sociedad, en un proceso que hoy se identifica como el surgimiento de la sociedad civil mexicana. El significado nacional e internacional del movimiento zapatista pudo palparse a través de su estrategia comunicativo-propagandística en este encuentro inédito que generó nuevas formas sociales de participación. La sociedad civil había tomado partido.
El 5 de febrero de 1995, en la ciudad de Querétaro, se celebró la tercera y última sesión de la Convención Nacional Democrática (CND) impulsada por los zapatistas, antes de su fractura final donde se frustraron los intentos por integrar un frente amplio de oposición al régimen del PRI. La descripción de los eventos de ese día y los meses que lo precedieron, así como de las nefastas consecuencias para las movilizaciones sociales en las violentas semanas que siguieron, debe ser material para un manual contra el sectarismo.
Hoy, a 25 años, aún vemos a viejos y nuevos protagonistas tropezar con la misma piedra. Después del fiasco de la CND, los zapatistas decidieron que la “sociedad civil” estaba inmadura para dejarla a cargo y tomaron en sus manos la construcción del Frente Zapatista, el cual terminó en otro descalabro, pero esa es otra historia.
Pero la comunicación zapatista continuó logrando altas cuotas de eficacia en momentos como el Zapatour —la marcha que llevó a los zapatistas a la Ciudad de México— del que fue testigo Querétaro el 2 de marzo de 2001. Cuando Marcos reapareció en junio de 2005 para hacer pública la ‘Sexta Declaración de la Selva Lacandona’ (preámbulo de la “Otra campaña”) apenas sospechaba que al final de las reuniones más de dos mil organizaciones se habrían unido a través de la ‘Declaración de Querétaro’: un proyecto de nación al margen del neoliberalismo firmado por más de un millón de mexicanos. Este fue un punto de inflexión hacia los procesos electorales.
Tanto el PRD en su momento —y posteriormente Morena—, como el EZLN, reclaman para sí el calificativo de izquierda, y desde esa esquina han disputado acuerdos y alianzas con la sociedad civil, a la que consideran su aliada. La batalla entre la izquierda electoral y la guerrillera se ha desatado una y otra vez.
El fuego lo abrió Marcos en 2006, continuándolo hasta 2018, cuando acusó a Morena de ser la mano “izquierda de la derecha”, señalando que López Obrador —a quien considera un político liberal lejano de la izquierda— es “ambicioso y siniestro”. Más tarde Marcos (después autodenominado ‘Subcomandante Galeano’), emitió un comunicado público en el que fue aún más duro al indicar que los partidos denominados de izquierda han traicionado su compromiso de apoyar la lucha por los derechos indígenas.
En ese vaivén ha estado y continúa la sociedad civil: a la expectativa. Ya que la sociedad civil es el conjunto de ciudadanos que construye y protege los espacios de libertad en los cuales, democráticamente, se instituye lo público y el bien común. La forma jurídica y organizacional que tome esta acción cívica vital no es lo esencial.
Creo que la sociedad civil no puede adquirir una forma institucionalizada, ni una forma jurídica, porque justamente la sociedad civil es anterior a cualquier institucionalización o legislación; la sociedad civil es el conjunto de iniciativas y de acciones ciudadanas que mantiene abierto el espacio al diálogo a la innovación institucional, a las nuevas ideas, a la creación, renovación y destrucción de instituciones, tradiciones y costumbres.
Por eso, la acción ciudadana no puede ser apropiada o institucionalizada. La sociedad civil es un constante plebiscito y una esfera de acción difícil de determinar y asir permanentemente. Finalmente, el zapatismo como fenómeno político es ya incomprensible sin la sociedad civil, la cual tiene una creciente presencia en nuestra vida política y que marcó también un “ya basta” el pasado primero de julio.