Jîn Jîyan Azadî*

Hace un año dirigí un conversatorio de mujeres en el que participaron feministas de distintos territorios, presenté a Vivir Quintana como una de las invitadas, proclamé con fuerza la caída del feminicida y me uní a un coro lleno de esperanza que entonaba: jîn, jîyan, azadî! ¡mujer, vida y libertad! Sin embargo, eso no evitó que al terminar la reunión y apagar la computadora yo continuase atrapada en una relación violenta. Siendo sincera, en marzo de 2021 no sabía que estaba en peligro, incluso si mi cuerpo deseaba huir. Por las noches temblaba y lloraba sin razón aparente, pero no podía darme cuenta de lo que estaba ocurriendo. No fue hasta un jueves de agosto en el que me vi al espejo, perturbada por el miedo, y reconocí la manipulación que determinaba mis acciones. No obstante, aunque finalmente supiera que estaba en una relación violenta, seguía sin saber cómo terminarla. En un inicio me sentía avergonzada y culpable. Creía que los demás me juzgarían por haber permitido una situación así, y mentiría si dijera que no lo hicieron. Además de mis propios reclamos, dos hombres preguntaron: “¿pero no te diste cuenta desde el inicio?”, a lo que eventualmente respondí: “sí, desde la primera cita me lanzaba tarjetas de débito y eso fue lo que me enamoró”, con sarcasmo, claro está, cuando el miedo comenzaba a disiparse. En realidad escribo esto porque sé que fueron las redes de mujeres las que me permitieron dejar de sentir terror (y también porque espero que contar mi historia pueda ayudar a alguien, al menos como acompañamiento). Sin ellas no podría estar escribiendo esto ahora. Me imagino que seguiría paralizada o que continuaría condicionando mis acciones para que un hombre no se enojara conmigo. Es por ello que este 8 de marzo quiero agradecer —más que nunca antes— a las amigas, familiares, académicas y desconocidas que me tendieron la mano, que me escucharon sin juzgarme, que me aconsejaron sin presionarme y que me acompañaron en el camino a pesar de lo confundida que me encontraba. Llevo años militando el feminismo, y sin embargo no me había percatado del poder de la sororidad hasta que me vi envuelta en ella: comprendida y segura, en un lugar que nos deseo a todas y que yo misma espero procurar a lo largo de mi vida. Para concluir me gustaría enfatizar que no estamos solas, y nuevamente entonar (este año sin miedo): jîn, jîyan, azadî! ¡mujer, vida y libertad! porque la lucha continúa.
*Del kurdo «Mujer, vida y libertad».